—Cámbiala.
Ella miró la hora.
—Tengo que marcharme o llegaré tarde —agarró su maletín y se marchó.
En la oficina, intentó concentrarse en el trabajo para olvidarse de todo. Hasta
que un compañero le señaló algo que ella había pasado por alto. Un error sin
importancia, que, en circunstancias normales, nunca habría cometido y que la hizo
pensar.
Para comer, encargó un sándwich que se tomó en el despacho, entre dos llamadas
a agencias inmobiliarias. Cuanto antes encontrara un piso mejor. Quedó para ir a ver
dos apartamentos al terminar el trabajo.
La tarde no discurrió mucho mejor que la mañana, por lo que fue un alivio cuando
dieron las cinco y todos empezaron a marcharse.
El primer apartamento que visitó no le gustó nada. Podría haber ignorado al
hombre petulante de la inmobiliaria si el piso le hubiera gustado; pero no fue así.
Además, el alquiler era mucho más alto de lo que se merecía.
El segundo estaba mejor, pero no le gustó la zona.
—Puedo conseguirle lo que quiera si está dispuesta a pagar por ello —le dijo el
hombre—. Los dos apartamentos que le he enseñado son del precio que me dijo.
—Tengo que ver más mañana. Ya lo llamaré—lo despidió ella con frialdad.
De vuelta a casa, empezó a pensar en la mudanza. El piso y los muebles eran de
Justin. Ella solo tenía ropa y algunas joyas. Cuando se mudó con él, dejó el apartamento
que tenía y los muebles los guardó en un almacén.
En aquel momento, sonó el móvil, lo sacó del bolso y, al ver quién la llamaba, le dio
un vuelco el corazón.
— ¿Dónde diablos estás?
—A tres bloques de distancia, parada en un semáforo —le dijo razonable.
—Son casi las siete. ¿No se te ocurrió llamar para decirme que llegarías tarde?
—No me di cuenta de la hora que era —el semáforo se puso en verde y los coches
comenzaron a moverse—. Tengo que dejarte —cortó ella, sin darle la oportunidad de
responder.
Cuando entró en casa, Justin estaba esperándola en el vestíbulo, con las manos
en los bolsillos del pantalón.
—Quizá no te importe mucho decirme dónde has estado.
Lo mejor era decirle la verdad.
—He estado viendo unos apartamentos —dijo mientras se empezaba a
desabrochar la chaqueta. Después, se paró a mitad de camino al recordar que debajo
solo llevaba el sujetador... Uno muy pequeño de encaje transparente.
_____ vio que los ojos de él se incendiaban. Inmediatamente, volvió a abrocharse
los botones.
—Es inútil. No vas a ir a ninguna parte.
Calma. Todo lo que necesitaba era permanecer en calma.
—No creo que tengas ningún derecho a decirme lo que puedo y lo que no puedo
hacer.
Justin levantó una mano y señaló hacia una habitación.
— ¿Por qué vas a mudarte si podemos compartir este piso?
« ¿Y verte cada mañana y cada noche? ¿Habitaciones separadas, comidas
separadas y conversación formal? ¿Y morir un poco cada día?».
—No me parece una buena idea —fue todo lo que dijo.
—_____… —su voz tenía una advertencia, velada que ella decidió ignorar.
—No tengo ninguna intención de negarte el acceso —dijo ella con un orgullo
temerario.
— ¿A ti?
—Al niño —lo corrigió ella.
—Pero no puedo vivir con él.
—No quiero que el niño crezca con la sensación de que su padre es solo una
figura temporal que puede marcharse de su vida en cualquier momento.
Él la miró con dureza.
—Sabes que nunca haría eso.
—Quizá no —esperó un segundo—. Sin embargo, puede que tu futura esposa no
esté muy por la labor de aceptar a un niño de otra relación.
—Como tú serás mi esposa, eso no sucederá.
Ella levantó una ceja.
— ¿Acaso esperas que acepte esa propuesta? Sé muy bien que si no hubiera sido
por el niño nunca me lo habrías pedido. Muchas gracias, pero no.
La mandíbula de él mostraba toda su tensión.
—No recuerdo haber dicho que no pensara casarme contigo.
Era bueno, muy bueno. Pero las palabras eran su profesión y sabía utilizarlas muy
bien para confundir y persuadir.
—No hacía falta.
—Estás siendo realmente cabezota.
— ¿Ah, sí? —Preguntó ella después de tomar aliento—. Me imagino que esa es mi
opción —añadió mirándolo desafiante—. Ahora, si me disculpas, voy a refrescarme
—dijo mirando el reloj—. Ya se me está haciendo tarde.
— ¿Tarde para qué?
La voz de Justin ocultaba una amenaza que ella decidió ignorar.
—Eloise me llamó para decirme que Simón va estar fuera unos días, así que le
sugerí que quedáramos para cenar.
— ¿Una cena de chicas?
—Sí —le confirmó ella, pasando por su lado para entrar en la habitación donde
había dormido la noche anterior No le llevó mucho tiempo refrescarse y retocarse el
maquillaje.
Justin la vio salir al vestíbulo preparada y sintió una punzada de deseo muy
familiar. Ella era todo lo que quería, todo lo que necesitaba. ¡Caramba! Ella era suya.
Solo pensar que otro hombre podía acercársele o, peor aún, que tuviera el
derecho de... No podía ni siquiera imaginárselo
—_____...
Ella se volvió cuando alcanzaba la puerta y esperó mientras él se acercaba.
— ¿Sí?
— ¿No olvidas nada?
Ella entrecerró los ojos sorprendida «El bolso, las llaves...», repasó en silencio.
—No, creo que no...
—Esto —murmuró él y le agarró la cara con una mano para darle un beso en los
labios. Un beso suave y delicado que, después, se convirtió en algo más profundo y
evocador.
Al separarse de ella, sonrió débilmente, consciente de que ella le había
respondido sin darse cuenta.
« ¡Dios!», pensó ella en el ascensor. ¿Por qué tendría que hacerle aquello?
Todavía podía sentir la suave presión de sus labios, la suave caricia con la lengua. Eso
por no mencionar la aceleración de su corazón.
Hizo una llamada rápida a su amiga Eloise para decirle que iba a llegar un poco
tarde y arrancó el coche. Había mucho tráfico por el centro; por eso, cuando llegó, ya
eran casi las ocho.
—Lo siento muchísimo —se disculpó al entrar.
La rubia atractiva que le estaba sonriendo le señaló una copa que tenía en la
mano.
—Un caballero muy amable le dijo al camarero que me trajera una copa de
champaña y una nota en la que me invitaba a pasar la noche.
—Por supuesto, rechazaste la invitación.
—No creas que no era tentadora —dijo su amiga con solemnidad.
_____ ahogó una carcajada. Conocía a su amiga desde el colegio cuando se
desahogaban la una con la otra contándose las penas que les causaban las espinillas y
los aparatos de los dientes y cuando las dos se enamoraban del cantante de moda.
Las dos habían tenido varias relaciones y siempre se habían apoyado cuando una
de ellas rompía. Ahora, Eloise estaba felizmente casada con Simón, y _____ estaba
con Justin... y embarazada.
_____ agarró el menú.
— ¿Qué vamos a comer?
Cuando llegó el camarero para ver qué les apetecía beber, ella pidió agua fría.
—Es que tengo que conducir —adujo, consciente de que era una excusa muy
pobre.
—Yo también, pero una copa no nos hará cometer locuras.
Eligieron unas ensaladas de primero, nada de segundo y, de postre, unas galletas
con queso y fruta.
—Pensé que vendrías con Justin.
— ¿Desilusionada?
—En absoluto. Pero reconoce que últimamente ya nunca nos vemos solas.
—Sin los hombres del momento...
—Venga, suéltalo ya.
_____ agarró su copa de agua y le dio un trago.
— ¿Qué te hace pensar que hay algo?
—_____, nos conocemos desde hace muchos años. ¿Vas a contármelo o quieres
que sigamos como si no pasara nada?
Eloise lo descubriría tarde o temprano, así que lo mejor era decírselo.
—Estoy embarazada.
— ¿Estás de broma?
—Ojala.
— ¿Qué quieres decir con «ojala»? Quizá no lo tuvieras planeado, pero, _____,
un bebé... Creo que es maravilloso —se inclinó hacia delante—. ¿Cuándo es la boda?
—No va a haber boda.
— ¿Qué?
—No me voy a casar con Justin.
—Esto es muy serio —dijo, dejando los cubiertos en el plato—. ¿No te lo ha
pedido?
—Sí.
— ¿Y tú lo has rechazado? ¿Estás loca?
Era bastante probable.
—No quiero casarme por obligación.
—Cabezota —la acusó Eloise, con una sinceridad brutal—. Te estás portando
como una cabezota ridícula y patética.
—Cabezota, ¿eh?
—Olvídate de los sueños y agarra la realidad: cásate con él, _____.
—Sí, ya. Y tener que preguntarme cada día cuánto va a durar o si se buscará
alguna aventura.
—Así hay muchos matrimonios.
—Y más estúpidas son las mujeres que los consienten.
—Te sorprendería saber cuantas.
— ¿A cambio de la mansión, el nivel profesional y social, los viajes al
extranjero...?
—Eso es mejor que ser la amante.
— ¿Lo dices por mí?
— ¿Qué cambiaría si te casaras? —Le preguntó Eloise—. Lo adoras y él,
obviamente, te adora a ti. _____, lleváis dos años viviendo juntos. De acuerdo, no
planeasteis el embarazo, ¿y qué? Ha sucedido así y no puede cambiarse. Bueno sí, pero
conociéndote como te conozco no creo que pienses en abortar.
—No.
— ¿Le negarías a tu hijo un padre y la estabilidad de una relación con sus
padres...? ¿Solo por orgullo?
—No lo entiendes.
—Pon los pies en la tierra, _____.
—Tú te has casado por amor.
—Por si no te acuerdas, no fue un camino de rosas hasta el altar.
_____ lo recordaba muy bien; sin embargo, al final, habían resuelto sus
diferencias y estaban feliz mente casados.
— ¿Crees que soy una idiota?
—Sí.
No había nada como la honestidad.
—Sin embargo, voy a hacerlo a mi manera.
—No me cabe la menor duda.
Unos minutos después, llegó un camarero con una bandeja con fruta fresca,
nueces, queso y galletas saladas.
—Yo quiero un té —le pidió _____ después de rechazar el postre—. ¿Qué tal van
los negocios?
—Muy bien. Sin embargo, Simón y yo no nos vemos mucho.
—Me imagino que no se puede tener todo —le dijo _____.
Eran casi las once cuando se marcharon del restaurante. Hacía una noche
preciosa y _____ pensó que no debería castigarse a sí misma.
¿Qué le pasaba? ¿Por qué no aceptaba la propuesta de Justin y se convertía en la
señora Bieber? ¿Por qué no le daba a su hijo un padre legítimo y al diablo con sus
ideales?
Necesitaba que la viera un médico. Cualquier otra se casaría encantada y
aceptaría de muy buen grado lo que Justin le había ofrecido. Sabía que ella le
importaba. ¿Así que qué importaba si el deseo era un pobre sustituto del amor?
Cualquier otra mujer aceptaría mucho menos. Solo había que pensar en la fortuna
de Justin y su nivel social y profesional. Era un hombre generoso, en la cama y fuera
de ella. ¿Acaso no era aquello suficiente?
¿Acaso era un tonta por desearlo todo?
La respuesta no podía ser otra: «sí».