—Gracias.
—De nada —dijo él, metiendo la primera para incorporarse al tráfico.
—Voy a parar en un chino para comprar comida para llevar. ¿Quieres que compre
para dos y la compartimos?
—De acuerdo —concedió ella, pensando que así no tendría que cocinar—. Pero yo
pago.
—No, yo te invito.
—Considéralo como una muestra de agradecimiento por todo lo que has hecho
por mí hoy.
—De acuerdo. ¿En tu casa o en la mía?
Ella se encogió de hombros.
—Me da igual. En la tuya.
El abrió la puerta y la invitó a pasar. Estaba claro que aquel era un apartamento
de soltero: una televisión enorme, un equipo de música caro, un sofá de cuero negro...
Damián puso la bolsa de comida en la mesa del salón, sacó un par de latas de
cervezas y le indicó que se sentara a la mesa.
—Yo prefiero algo sin alcohol —era un nuevo hábito desde que se enteró de que
estaba embarazada.
— ¿Agua, cola?
Ella se decidió por lo primero, abrió la botella y se puso a utilizar los palillos con
destreza
— ¿Por qué ha decidido una preciosidad como tú vivir sola?
_____ lo miró directamente
— ¿Se trata de una pregunta para conocemos mejor o un tercer grado?
—Las dos.
— ¿Con vistas a...?
—A pedirte que salgas algún día conmigo —se metió un tenedor de tallarines en
la boca y la miró mientras los masticaba—. A menos que vayas en serio con el tipo del
otro día.
_____ no tenía ninguna intención de andarse por las ramas,
—Estoy embarazada de él —confesó ella con calma— Y él se siente obligado a
casarse conmigo.
El chico se quedó helado.
—Entiendo.
«No lo creo», pensó ella.
—Espero que podamos ser amigos.
—Se me dan muy bien los niños. Tengo cinco sobrinos y tres sobrinas -dijo con
una sonrisa pícara—. Tengo experiencia en cambiar pañales.
—O sea, que puedo llamarte para un apuro.
—Y para ir al cine o para compartir una comida.
Era un encanto
—Estoy de acuerdo.
—Efectivamente.
Acabó su último bocado de tallarines e iba a dar un sorbe al agua cuando sonó el
móvil.
Era Justin.
— ¿Te importa si te llamo dentro de un momento?-le dijo ella sin más