— ¿Quieres añadir algo más?
_____ tragó con dificultad.
—No es por el niño, es por ti.
— ¿Has cambiado de opinión?
Por supuesto, no podía ser de otra manera. Después de haber hecho el amor de
una manera tan exquisita, tan profunda y conmovedora.
—Sí.
¿Era ella consciente del impacto de aquella sencilla palabra? ¿De lo que había
sufrido durante las últimas semanas, esperando, necesitando... llorando por ella?
¿Sintiéndose impotente por no poder hacer nada?
No había conseguido dormir bien ni una sola noche desde que se marchó de su
piso. El mundo como lo había conocido hasta aquel momento se había derrumbado y se
había convertido en un lugar en el que no quería estar sin ella.
El la miró, vio a la mujer, en lo que se había convertido, con su fuerza, sus
valores, su integridad. El amor era un don que nos daba el corazón.
— ¿Vas a contarme qué es lo que te ha hecho cambiar de opinión?
Habían sido tantas pequeñas cosas, pero ella le contó la más importante de
todas.
—Podías haberte alejado de mí, pero no lo hiciste—dijo ella con voz
aterciopelada cargada de emoción.
El continúo sin decir nada. ¿Por qué no le decía que la quería?, ¿por qué no le
decía que aceptaba?
—Te quiero -dijo con la voz temblorosa—. Solo a ti. Cuando me enteré de lo de la
bomba..., y de que tú podrías haber muerto... —tardó unos segundos en poder hablar
otra vez—. Mi vida no merecería la pena sin ti.
El suspiró en su interior. Todo había vuelto a cambiar, pero esta vez para mejor.
Sintió que el corazón volvía a estar en su lugar y que la sangre le corría por las venas.
Había estado a punto de perderla. De hecho, durante unas semanas, la había
perdido. Pero él luchó, porque sabía que nada era gratis y menos el amor.
El regalo más precioso de todos, un regalo que no tenía precio.
El se inclinó hacia delante y le pasó un dedo por los labios.
—Sí.
«¿Sí?» ¿Quería decir...?
—Acepto tu propuesta.
Alivio y euforia fueron las dos emociones más inmediatas que experimentó. El vio
cómo se le iluminaba la cara y sintió que el corazón se le encogía.
—Pronto —añadió con dulzura—. Muy pronto.
Quería que llevara su anillo en el dedo, no como prueba de propiedad, sino cono
una evidencia visible de que se pertenecían el uno al otro.
El camarero apareció con una rosa roja que le entregó a ella.
—Para usted. De parte de un caballero.
A ella la conmovió tanto el gesto que tuvo que hacer un gran esfuerzo para