Capítulo 1 parte 2 (Editado)

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Sentía la espalda rígida mientras se alejaba lentamente, si no fuera porque sabía que eso le haría sospechar más correría con todas sus fuerzas, lejos de ese hombre que le miraba fijamente. Su cara le hacía parecer un ángel pero para ella era  la encarnación del mismo Belcebú que había venido a la tierra para atormentarla por sus pecados. Tragando saliva sonoramente y rezó para que sus andares masculinos y su forma de comportarse lo convencieran de que era un hombre, pero sabía que eso no iba a suceder, lo había visto en sus ojos. Muchas personas tenían un sexto sentido para estas cosas, sabían el sexo o la inclinación de una persona con sólo mirarla, pero no pensaba que, precisamente el Duque de Arlington, fuera una de ellas.

Recordó con cariño a Mamá Tarina, la primera persona que se había percatado de su verdadera identidad. Había sido en sus comienzos como médico, atendía a todo aquel que quisiera sus servicios porque todavía tenía que labrarse una reputación, ya poseía tres o cuatro clientes fijos, lo que la llenaba de satisfacción porque significaba que los estaba haciendo bien. Se jugaba mucho cuando escapaba en las noches, literalmente lo estaba arriesgando todo por su sueño así que la llenaba de felicidad. Una noche, cuando volvía de revisar el progreso de un niño que tenía problemas respiratorios, apareció un hombre estrafalariamente vestido: con vivos colores, un chaleco bordado y un pañuelo en la cabeza que ocultaba casi sus ojos por completo. Este le sonrió y le entregó un papel doblado amarillento y algo arrugado por el viaje que había tenido dentro de sus pantalones marrones anchos con parches de colores por todos lados, los bolsillos debían ser enormes en ellos.

“Mamá Tarina necesita sus servicios en el campamento gitano” citaba sin más. El hombre se mantuvo ante ella, recto y con una mirada expectante, hasta que ella asintió dando su consentimiento y este se volvió para mostrarle el camino. Las calles se fueron haciendo más pobres a medida que caminaba tras él, hasta que salieron de Londres para encontrar un pequeño asentamiento de gitanos, con carpas de colores y cosas brillantes colgadas por todos lados, caravanas bellamente labradas y mujeres morenas, que la miraban con curiosidad, por todos lados. El hombre que la había guiado paró ante una de las Roulotte y le indicó que pasara abriendo la puerta, no había despegado sus labios una sola vez, por eso pensaba que seguramente no sabía hablar inglés, como muchos de los que emigraban hacia Londres, pero le demostró lo contrario cuando pasó por su lado y le susurró unas palabras solo para ella dejándola desconcertada.

- Buena suerte preciosa.

En el interior del carromato no había pared que no estuviera cubierta por un pañuelo de estridentes colores, con cuentas que sonaban cada vez que una ráfaga de aire se colaba por las rendijas, o un espejo que reflejara su alrededor. En el centro había una mesa baja rodeada de cojines que se confundían con los pañuelos y colgando del techo había dos elaborados candelabros que rodeaban la llama dejando que se formaran caprichosas sombras con formas curvadas a su alrededor. Sentada en uno de los cojines, cargada de anillos en sus dedos alargados y huesudos, con un pañuelo que tapaba su pelo del color de la niebla en la mañana y ojos de un grises apabullante, había una anciana que ponía cartas una tras otra sobre la mesita baja. Con sumo cuidado les daba la vuelta y las miraba como si en ellas se encontraran todas las respuestas del universo.

- Siéntate pequeña cambiante... una niña como tú, que tiene la fuerza suficiente para transformarse en otro por las noches, tiene que hablar con Mamá Tarina antes de que esta abandone la ciudad.

Sentarse en los cojines era mucho más fácil con los pantalones que con una falda, por eso sonrió a la anciana, no es que creyera en las adivinas y sus “visiones”, o en las predicciones de futuro que los gitanos solían hacer leyendo las manos, pero esa mujer tenía su edad y ella nunca había despreciado a un mayor... menos a uno que se había dado cuenta de su condición femenina. Estaba algo asustada, no le importaba su reputación pero si la de su familia y si quería chantajearla sería el fin de André de forma prematura.

Mucho más que una damaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora