Querida vida:
En forma epistolar quiero decirte todo lo que me has enseñado en una sola palabra: todo.
Aprendí a reír con pocos meses y tu siempre intentaste sacar eso de mí, me lo mostraste de una forma natural a la que poder llegar a través de lo que más quieres. Me enseñaste su antagonista, me dirigiste hacia espirales de dolor, ira y resentimiento, a enfados y discusiones indeseadas, a desequilibrios emocionales y a lágrimas mil veces derramadas por ti.
Tos los días pienso que cada emoción que ha llegado a través de tus etapas ha sido tan preciada, tan hermosa que solo quiero depositar mis mejores deseos en anhelar que puedas hacer lo mismo con otro.
Quiero agradecerte tanto, pensé en castigarte, en lanzarte golpes que solo yo recibía pero me contuve y ahora lo considero una gran decisión. Gracias por esos gestos de cariño que llegaron por otros, y los dones que me has concedido sin yo pedirlos. Gracias por mi voz, por mi talento para molestar a mis vecinos cantando en la ducha, y por mi habilidad para el deporte que he adquirido con los años. Correr me ha servido para mucho, aunque no para huir de los problemas.
Siento haberte culpado de mis males, los que yo me buscaba y los que me ha dado un ser superior, que aunque pareciera sin motivo, todo tenía su razón de ser. Ahora comprendo más de lo que debería con tan solo dos décadas de experiencia.
Me presentaste a la mujer de mis sueños, aunque vaya a tener que llorar mi pérdida en poco tiempo. Me diste a mis padres y mis dos hermanos, mi casa y el pan. Me diste recursos, amigos y conocidos, vecinos y compañeros.
Me diste un motivo más para existir y luchar porque alguien tarde un día en más en leer esto
Te adoro
Gracias por todo lo que he recibido y no me ha dado tiempo a devolverte, te pido que cuides de los demás. No abandones a Cara, no la dejes llorando en mi lápida, vigila a Jorge, conduce a Fer, y por encima de todo borra mi recuerdo, que con los míos ya has cumplido la función que se te encomendó.
