Gula

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Quiero devorarte centimetro por centimetro, lamerte y besarte. Quiero beber de tí, recorrer tu cuerpo con mi lengua, mis manos y mis labios. Quiero comerte como un caníbal, que te consumas en mi boca hasta ya no quedar más de tí.

Beelzebub

Realmente no le sorprendió que, luego de haberse quedado dormido con el cuerpo desnudo de Donghae encima, despertara solo en la mañana siguiente. No esperaba un beso de buenos días, tampoco verlo despertar; pero esperaba verlo en la mesa a la hora de desayunar. Sin embargo la señora Ruth dijo al aire que Donghae se hallaba enfermo, que no quería salir, que no tenía apetito ni ganas de despertar. Hyukjae se preguntó entonces si acaso el castaño se había quedado en vela luego de acabar, si había permanecido despierto observando la luna, el prado o tal vez a él. Se imaginó a Donghae besando su rostro dormido, bebiendo de sus labios, nutriéndose de su respiración. Bendita sea su capacidad de imaginar, porque nada habría estado más alejado de la realidad. En el fondo estaba convencido de que Donghae ni siquiera había volteado a verlo, ¿para qué? no era un ser digno de apreciar.

La sorpresa se la llevó cuando, luego de desayunar, Hyukjae vio por la ventana de su cuarto los castaños cabellos de su demonio pasear por el prado y hundirse en los matorrales del bosque de atrás. Donghae pareció un espectro, pues como apareció se perdió. Y quizás lo era, como esas luces espectrales que aparecen en los pueblos y seducen a los hombres arrastrándolos al olvido, al mar y a lo desconocido; porque Hyukjae, enviciado del mismo muchacho, no pudo contener el impulso absurdo de seguirlo. Pronto se vio fuera, recorriendo el prado y perdiéndose entre centinelas de troncos y hojas hasta que el mismo bosque lo tragó.
El matorral de árboles devoraba la luz del sol entre las vastas copas de hojas oscuras. Olía a tierra húmeda, a musgo y a flores. Hyukjae no puedo evitar pensar en el camino sombrío que lo había llevado hasta la casa la primera vez que puso un pie en el lugar. Que distinto era aquel temeroso Hyukjae del que era hoy. Atravesado por los desvaríos de Donghae, se sentía un hombre nuevo, uno un poco desquiciado.
En el camino lodoso no habían huellas que seguir, sólo el viento arrastró hasta sus oídos la melodía de una canción de cuna. La canción lo llevó entre los árboles y las flores silvestres, para desembarcarlo luego en una pequeña casita de concreto; un minuto después se dió cuenta que era un mausoleo. La imagen era funesta. El viento soplaba y mecía las hojas de los árboles danzantes, mientras la suave canción atravesaba la puerta antigua y rustica llevando consigo la desesperanzadora melancolía de la muerte misma. Las paredes exteriores del mausoleo estaban cinceladas con figuras de flores y animales, y al frente, sobre la puerta de metal a medio cerrar, yacía una placa color oro que decía: Casa de muñecos. Un escalofríos le recorrió la espalda y lo hizo retroceder. No iba a entrar, y no iba a hacerlo porque la muerte misma evocaba la imagen de su madre y su madre lo angustiaba. Así que esperó a tres pasos exactos de la puerta a que la canción terminara y una vez lo hizo murmuró:
-¿Donghae? - El castaño no contestó, pero se asomó entre las sombras y la oscuridad y sus ojos color tierra lo completaron un instante tan fugaz como sublime.
-¿Qué hacías ahí?

Donghae se encontraba cerrando la puerta y para cuando se volteó simplemente sonrió y respondió:
-Apreciaba el arte de morir, señor Lee.

La frase del castaño provocó en Hyukjae un sentimiento desolador. Qué clase de monstruo apreciaría morir; ni el suicida más desquiciado podría ser capaz de ver la muerte como un arte, como algo hermoso o digno de apreciar. ¡Válgame Dios que estás loco!, pensó, luego se obligó a dejar de mirar. Qué clase de demonio era ese que tenía delante, qué clase de hechizo le había lanzado aquella tarde que lo vió por primera vez, qué veneno, qué droga, qué vicio era el que esos ojos oscuros escondían en cada pestañear. Maldita era suerte y su fuerza de voluntad, pues caía rendido a los delirios de ese niño aún inserto en la realidad. La mente de Donghae era un laberinto y Hyukjae un pájaro sin alas, ¿qué otra opción tenía?: Ninguna, tan sólo caminar.

-¿Tu hermano está allí enterrado? - preguntó atreviéndose a volver a mirar a Donghae.

Castaño de porcelanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora