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Ahí estaba yo, otra vez en lo que lamentablemente se había convertido en mi rutina, sentado en un sillón hablando con la persona que se suponía podía ayudarme.
-Te notó muy triste hoy día Cristian. Dijo mi psiquiatra.
-Lo estoy. Contesté agachando la mirada para perder el contacto visual.
-Veo que tus problemas parecen agobiarte bastante. Dijo en un tono extraño, mientras parecía deducir mi respuesta.
-A estas alturas ya no sé cuál de todos es el peor. Fue la única respuesta que salió de mi boca, algo que de verdad sentía.
-Cuéntame, ¿cuál crees que fue tu error? Pregunto mientras se preparaba a anotar algo en su libreta.
-El volver a despertar después de perder lo único que me quedaba.
El ambiente quedo incomodo unos instantes, mientras que por la mirada de la mujer se notaba que ya sabía lo que sucedía.
-¿Que quieres decir? Pregunto, quizás para reafirmar lo que ya deducía.
-Perdí. Contesté.
-¿Perdiste? Pregunto, en el mismo tono anterior.
-Se llevo todo, hasta las ganas de existir. Contesté mientras las lágrimas comenzaban a brotar de mis ojos.
-Entonces... hubo un silencio total por unos segundos.
-Tome todos los somníferos que tenía. Dije caso interrumpiendo.
-Pero estás aquí. Me dijo.
-Eso demuestra que no sirvo ni para quitarme la vida.
Rápidamente comenzó a anotar en su libreta, mientras yo le secaba las lágrimas a la mala y reposaba en la idea de que todo era un error, un error desde el día que empezó, desde el día que nos conocimos, un error que se llevó todo lo que tenía, un algo que me atormentara todos los días.
-Tienes una depresión severa Cristian. Dijo ella.
-Lo se. Contesté en un tono bastante sarcástico.
-¿Que puedes hacer para quitártela? Me pregunto.
-Ojalá supiera.
El ambiente quedo en silencio una vez más mientras ella sacaba unas pastillas desde su bolso.
-No te recetaré más somníferos por lo que hiciste, pero subiremos tus dosis de escitalopram.
Una vez más todo se tranquilizó, me despedí de ella como siempre, hable con mis padres como siempre y termine en mi habitación, como siempre.
Los pensamientos se ponen mucho más pesados en la noche, habían muchas cosas en mi cabeza, muchas que iban a lo mismo, al porque de las cosas, siempre buscando una respuesta para todo, hasta que lo recordé.

Eran casi las 7 de la tarde, estaba en mi computadora igual que siempre, y de repente mi celular vibro. Era un mensaje de ella, después de unos tres días evitándonos.
-Hola. Decía.
No demore en contestar, estuvimos hablando un rato, y no recuerdo muy bien cómo termino así la conversación, con una versión mía bastante agresiva.
-¿Porque coño lo quieres saber? Decía uno de sus mensajes, mientras yo entre lágrimas escribía el mío.
-Porque lo necesito. No tenía buenos motivos para sacar una respuesta, solo quería afirmar algo que ya sabía que era cierto, algo que era evidente para todos.
-Si, si es el Tomas.
Fue el mensaje que una vez más me saco de mis casillas, el mensaje que sabía que llegaría pero no sabía cómo tomarlo, rápidamente me dirigí a la habitación de mi padre mientras la noche caía, eran 10, 10 pastillas que tenían el poder de no traerme devuelta.
-Ahora que sabes, ¿que harás? Decía su mensaje, me dirigí a la cocina y me serví un vaso con agua.
-Lo que todos sabíamos que pasaría, solo era cosa de tiempo y de los incentivos necesarios para hacerlo. Rápidamente puse las pastillas de dos en dos en mi lengua y tomaba tragos rápidos de agua.
-No. Decía su mensaje. Bloquee el teléfono unos instantes mientras me acostaba en mi cama, solo pensando, es cosa de tiempo. Volví a mi celular y solo atine a escribir.
-Me diste muchos momentos felices, pero ya no puedo hacer nada. Casi inmediatamente recibí su respuesta.
-¿Quieres volver conmigo? Mis ojos de llenaron de lágrimas mientras escribía una firme y última respuesta.
-Si. Luego de eso el recuerdo se torna borroso, hay cosas que no sé cómo sucedieron, solo sé que, dentro de todo lo que me ha salido mal, otro de mis intentos de suicido se sumaba a la lista.

No hay luz al final del túnel. Where stories live. Discover now