Capítulo único

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Di que no, por favor.

Di que no porque el día en que te conocí en la biblioteca me dijiste que no tenían el libro que necesitaba y que no era probable que lo tuvieran pronto; tenías el cabello castaño brillante y largo hasta la cintura cuando me dijiste que no tenías novio y se te asomó una sonrisa de conejo cuando aseguraste que no saldrías conmigo.

Por favor dime que no, porque aquella vez te fue más difícil y terminamos en una cafetería destartalada donde pediste que no te llevaran azúcar ni crema para el café. Me dijiste que te llamabas Felicia, y lo saboreé como uno de los nombres más hermosos que había escuchado, aunque desde luego a ti no te gustaba.

No me dijiste cuál era tu color favorito o por qué no te gustaba sentarte de espaldas a la puerta, sin embargo me ofreciste tantas de esas sonrisas que mostraban tus dientes, me miraste tantas veces con esos ojos marrones que me juraban "no sé qué hacemos aquí, seguro no te estás divirtiendo" (pero no me aburría para nada, te lo aseguro) que casi olvidaba que tenía que volver al trabajo.

Di que no, porque aquella primera cita no me pediste que me quedara. Aún te quedaste sentada bebiendo el café frío que no te habías terminado, la mesera te miró con desagrado al recoger tu taza. No dejaste propina, lo sé, o al menos me lo tuviste que haber contado alguna vez.

Di que no, porque no me llamaste durante semanas, y yo lo hubiera hecho, pero con las prisas apenas y había alcanzado a dejarte mi número y desde luego yo no tenía el tuyo; dime que no, porque cuando regresé a la biblioteca a buscarte me encontré con la noticia de que habías renunciado. Felicia, ¿me estás oyendo? Di que no.

Te encontré dos meses después caminando por la calle, por casualidad (¿destino?), y me juraste que no encontrabas mi número y que no pensaste que te buscaría en la biblioteca; el enojo y la frustración se me pasó tan sólo de verte, tu precioso cabello castaño se había ido y te pregunté si te lo habías cortado por alguna razón social, me respondiste con un "no" entre risas hasta que te diste cuenta de que hablaba en serio. Luego me dijiste que tú no creías en esas cosas.

Di que no, Felicia, porque ésa vez nuevamente no lo pudiste decir y terminamos cenando en casa de un viejo amigo que me preguntó si tú me gustabas y le tuve que responder que te amaba desde el primer momento en que te vi. Por suerte no me escuchaste, estabas jugando con su perro. Aunque desde entonces te lo he repetido tantas veces que espero que comprendas lo irremediablemente loco que estoy por ti.

No sé si haya vida después de la muerte, tampoco es que crea en la reencarnación o en un Cielo e Infierno, pero si es que cualquiera de estas cosas existe entonces puedo afirmar con seguridad que no importa que pase toda una eternidad, jamás olvidaré esa noche.

Estoy decidido a que me digas que no, porque después de aquella cena fuimos a parar a mi casa (no pienses mal de mí, Felicia, pero eran las dos de la mañana y tu apartamento quedaba a casi una hora de recorrido por los suburbios); no aceptaste nada de mi cocina más que una taza de café y me dijiste amablemente que no cuando te ofrecí azúcar. Lo había olvidado, tú tomas tu café solo.

Te presté una pijama limpia que tenía guardada en el cajón y te ofrecí mi cama para pasar la noche, aceptaste la pijama (te veías muy tierna con el pantalón y la camisa de franela que te quedaban tan grandes) pero tu "no" fue rotundo en cuanto a la cama, no me la querías quitar. Te propuse un asunto, ambos dormiríamos en ella, era lo suficientemente amplia (no me malinterpretes, pero no quería que durmieras en el sillón, no quería que pasaras una mala noche).

¡Por favor, Felicia, di que no! Porque me recosté del lado izquierdo de la cama, y tú del derecho, pero al rato estabas acurrucada más cerca de mí y más al rato tenías tu cabeza apoyada en mi pecho y luego, sin previo aviso, me besaste en la boca y retrocediste; te intenté atraer hacia mí, pero dijiste que "no" entre risas y te fuiste al extremo contrario de la cama, donde te quedaste profundamente dormida.

Di que no, Felicia, porque la primera vez que te vi despertar entre las sábanas de mi cama: con los ojos adormilados y el cabello corto totalmente revuelto alrededor de la cabeza, supe que nunca amaría a una mujer como te amo a ti. Es gracioso, porque esa misma mañana fuiste tú quién me pidió que no te besara hasta que me lavara los dientes y, mientras tanto, aprovechaste para escabullirte a la sala y prender la televisión en las caricaturas.

Ha sido tanto tiempo, aunque me ha parecido tan rápido. Las cenas, el cine, los besos, tu risa corriendo con el viento, el teatro, los parques, incluso conocí a tus padres. Di que no, por favor, porque tu madre es una mujer adorable que me toma del brazo para caminar y no deja de mencionar lo bonita que te veías con el cabello largo (aunque yo creo que te ves preciosa con el cabello como sea que lo tengas); tu padre se parece más a ti, él se sienta solamente si frente suyo hay una ventana y parece decir "a veces" a todo, además de que "a veces" sale a las bibliotecas y "a veces" bebé el café sin crema ni azúcar.

Di que no, Felicia, porque esto se ha salido de control, y pienso en ti los días y las noches, y cada vez que veo al gato huraño que hemos adoptado juntos y que sólo se nos acerca cuando quiere que lo alimentemos y tú le pides que no se suba a los muebles y que no rasguñe la mesa; te pensaba las ocho horas que pasaba en la oficina y cuando por fin abrí mi propia empresa (gracias, Felicia, por todo el apoyo), también te pensaba el mismo número de horas que pasaba trabajando en casa, viéndote ir y venir con nuevas ideas y proyectos idealizados por ti, y diciéndole que no a cualquier otra persona que te quiera decir que hacer. Ay, Felicia, tú pareces decir que no a todo, por favor, no te cuesta nada decirlo una vez más.

Y Dios, no sé qué voy a hacer si dices que sí.

Porque ahora que te tengo frente a mí, ahora que te puedo decir lo preciosa que te vez con tu vestido blanco, y tus ojos avellana brillan con la misma picardía que en aquél primer encuentro en la biblioteca, apenas puedo contener el estallido de mí corazón cuando te escucho decir "sí", frente a toda ésta gente, haciéndome el hombre más feliz del universo.

Felicia, ¿me escuchas? Gracias por decir que sí.

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⏰ Última actualización: Mar 27, 2014 ⏰

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Di que no, Felicia [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora