Eurídice se traga todos los charcos que no pisa
y se ahoga en mares de vasos de agua
que siempre están medio vacíos.
Piensa que a estas alturas podría escribir un manual
explicando qué hacer en caso de que tu salvavidas pida auxilio
y no sepas nadar.
Ya que todos piensan que es tan sencillo
pinchar la piscina de plástico y abrir los ojos
esperando tocar tierrra firme
o al menos salir a flote.
Eurídice ya pinchó la piscina de plástico y abrió los ojos
para ver que el salvavidas se había hundido
(en un mar de dudas)
y que toda la culpa era suya.
La culpa ahoga a Eurídice,
igual que todos los charcos que se traga,
los que no pisa, los que la hunden.
El vaso de agua mediovacío, la ahoga
y a esas alturas, el golpe sería sin retorno
y el golpe también la hunde.
El grito de auxilio del salvavidas, inaudible
porque no hubo ningún grito de auxilio además del suyo
y el manual de salvamento que decidió escribir a contratiempo
para su salvavidas
mientras debía haber aprendido a nadar,
cuando no quiso aceptar que el salvavidas era kamikaze
y que la piscina, era de plástico.
La culpa y los charcos y los vasos y las alturas y
el golpe
la ahogan.
Los gritos de auxilio, los de verdad y los de nosonverdadperoprefieroengañarme y el manual de salvamento y el tiempo perdido y los kamikazes y las piscinas de plástico y las ausencias a clase de natación
la hunden y
se hunde.
Eurídice llora todo lo que no ha llorado por no querer inundar a otros.
Antes de ahogarse toma aire y bucea
buscando en vano el cadáver del salvavidas
aferrándose, en vano y por última vez, a esa fantasía
en vez de aprender a nadar.
Eurídice toca fondo y sólo entonces abre los ojos
encuentra al salvavidas y le perdona
que fuera, en realidad, un iceberg
(aunque ella, ya lo sabía).
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Manual de anti-salvamento
PoetryII. Manifiesto de la Autoasfixia y Síndrome de Estocolmo