Harry. Día 15 (sigo despierto).

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Voy temprano a casa de Louis y sorprendo a sus padres desayunando. Él es barbudo y serio, con profundas arrugas de preocupación alrededor de los ojos y de la boca, y ella tiene una mirada cálida, pero su boca está triste.

Me invitan a desayunar y les pregunto sobre Louis antes del accidente, puesto que solo lo conozco de después. Cuando él baja, sus padres están recordando cuando hace dos años su hermana y él tenían que ir a Nueva York durante las vacaciones de primavera pero decidieron, en cambio, seguir a los Boy Parade desde Cincinnati hasta Indianápolis y Chicago con la intención de que les concedieran una entrevista.

Cuando Louis me ve, dice:

—¿Harry?

Lo dice como si yo fuera un sueño, y yo digo:

—¿Los Boy Parade?

—Dios mío, ¿por qué le cuentan esto?

No puedo evitarlo y me echo a reír, y entonces su madre se echa a reír y luego también su padre, hasta que los tres estamos riendo como viejos amigos mientras Louis nos mira como si nos hubiésemos vuelto locos.

Después, estamos los dos delante de su casa y, como le toca a él elegir lugar, me explica más o menos la ruta y me dice que lo siga. Cruza el césped del jardín en dirección al camino de acceso.

—No he venido en bici. —Y antes de que replique, levanto la mano como si fuera a hacer un juramento—. Yo, Harry Styles, sin estar en pleno poder de mis facultades mentales, juro no conducir a más de cincuenta kilómetros por hora por ciudad ni a más de ochenta por carretera. Si en cualquier momento quieres que paremos, paramos. Solo te pido que lo intentes.

—Está nevando.

Exagera. Apenas llueve.

— Mira, Podemos ver muchas más cosas si vamos en coche. Quiero decir que las posibilidades son prácticamente interminables. Al menos entra y siéntate. Dame ese gusto. Siéntate y yo me quedaré aquí, justo aquí, ni me acercaré al coche, para que estés seguro de que no puedo tenderte una emboscada y ponerlo en marcha.

Está paralizado en la acera.

—No puedes ir por la vida presionando a la gente para que haga cosas que no quiere hacer. Llegas, te instalas y dices vamos a hacer esto y vamos a hacer lo otro, pero no escuchas. No piensas en nadie más que en ti mismo.

—De hecho, estoy pensando en ti encerrado en esa habitación o montado en esa estúpida bicicleta. Vas allí. Vas aquí. Aquí. Allí. De un lado a otro, pero nunca más allá de este radio de seis o siete kilómetros.

—A lo mejor es que me gusta este radio de seis o siete kilómetros.

—No creo. Esta mañana, tus padres me han descrito una imagen bastante buena del «tú» que eras antes. Ese otro Louis parece divertido, incluso de puta madre. Pero ahora no veo más que un chico que tiene miedo de volver allí. Todos los que te rodean van dándote empujoncitos tímidos de vez en cuando, pero nunca lo bastante enérgicos, porque no quieren molestar a el Pobre Louis. Necesitas un buen empujón, no un empujoncito, puesto que, de lo contrario, te quedarás para siempre en esa cornisa que tú mismo te has construido.

De repente, pasa por mi lado y sube al coche. Se sienta y mira a su alrededor, y aunque he intentado limpiarlo un poco, el salpicadero está lleno de trozos de lápiz, papeles, colillas, encendedores, púas de guitarra. En el asiento de atrás hay una manta y una almohada, y por la mirada que me lanza veo que se ha dado cuenta.

—Relájate. No entra en mis planes seducirte. De ser así, lo sabrías. Cinturón. —Se lo pone—. Y ahora, cierra la puerta.

Sigo fuera, cruzado de brazos mientras él tira de la puerta para cerrarla. Camino entonces hacia el lado del conductor y veo que está leyendo el rótulo de una servilleta de un local llamado Harlem Avenue Lounge.

Broken Soul (L.S)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora