Una cosa es el exilio y otra cosa es el éxodo.
En el exilio, el expulsado dice adiós a sus tierras en busca de otras, en busca de nuevas culturas y de nuevas lenguas, de nuevas experiencias y emociones, de nuevas personas, labios y cuerpos extraños, de nuevas calles para perderse, con sus edificios y parques en los que sentarse a pensar. En el éxodo, es uno el que se va en manada queriendo ser otro, buscando un cambio, una razón de ser.
Pero, el exilio, cualquier exilio, es un nuevo comienzo. Una nueva historia. Dolor y alegría.
Y descubrimiento, rodeado por una capa de miedo.
Y te vas; coges tu corazón y demás cosas inservibles, metes todo en una maleta y te vas. Pero, ¿Y las personas que dejas atrás? ¿Las personas que dejas en tu hogar? ¿Las que mueren de amor por ti? Ahora mueren de nostalgia, de nostalgia al recordarte, al pensarte. Mueren. Cada día, a cada momento. Créeme, lo hacen.
Pero nada es eterno, nada es para siempre, ni siquiera la tristeza o el dolor; ni siquiera el recuerdo.
Todo eso se convierte en indiferencia, una indiferencia en la que acabamos por vivir, llenando esa soledad con otras soledades que creemos que nos entienden... Pero la verdad es que nunca lo hacen.