Dos. Leonor

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Tiene más de setenta años, tal vez pase los setenta y cinco. Es delgada. Usa el pelo largo blanco, atado hacia atrás, en una trenza de pocos cabellos. No llama la atención, pasa fácil entre las personas. Si quiere puede volverse invisible.
  Está acomodando sus cosas en el asiento de la plaza cuando escucha los sonidos que produce alguien que se acerca corriendo, esos roces de la ropa,  esa agitación. Levanta los ojos y ve a una joven tomar el camino central de la plaza para ir hacia el árbol.
  La chica corre. Leonor observa que sabe como correr para que el aire no se le acabe, para que el cuerpo haga lo que tiene que hacer y solo eso y todo eso.
  Colgada en su espalda, la mochila cargada se aprieta y pesa. Está ajustada pero aun así oscila, se mueve.
  La chica corre concentrada en correr.
  La chica huye.
  Eso es lo que piensa Leonor. Y no dice nada cuando ve que  la carrera se detiene un instante frente al árbol para hacerse salto.
  Ahora ve Cómo trepa, ve que se pierde entre las ramas.  La respiración de la chica llega a los oídos de Leonor.
No ha pasado ni un minuto cuando siente la frenada de un auto.
  Un chico baja, es alto y fornido pero quiza no llegue a los veinte años; se escucha la puerta batida con fuerza.
  Él  no corre, es de la clase de hombres que no necesitan correr. Camina. Pisa con urgencia. Rastrea apretando los puños. Está  alterado.
  Busca. Recorre la plaza. No encuentra. Ese no parece un hombre hecho para detenerse y buscar. Leonor se pregunta si la chica del árbol sabrá eso.
  En las alturas todo es quietud.
  La mujer permanece en el banco de la plaza Hasta que el chico vuelve a su auto, arranca y se va. Mira hacia el follaje, busca rastros de la chica; no la ve pero siente que se mueve. Sin embargo, no se acerca.
  Termina de acomodar sus cosas y también se va. No sabemos adónde.

La chica pájaroWhere stories live. Discover now