La Ninfómana

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Ella era toda una mujer, aunque contaba con escasos 18 años de edad. No era muy atractiva, vivía sola en un apartamento cerca del centro de la ciudad, y tenía una cualidad que la hacía diferente a las mujeres de su apetito sexual.

Desperté una vez más en mi habitación, miré a un lado y ahí estaba él, no sabía su nombre ni quién era pero ya me lo había follado la noche anterior, cogí del suelo su camisa y me la puse, fui a la cocina por un café y me senté en el balcón a ver la ciudad a mis pies. No había cambiado mucho desde ayer, seguía fría y desierta y eso me encantaba, volví a la habitación y el extraño giró sobre mi cama con una sonrisa en la cara y los ojos cerrados, me tomé el atrevimiento de observar el morro que se hacía en las sábanas con su miembro serpenteando entre ellas. Una vez más deseé cabalgar su cuerpo escultural y satisfacer mis peculiares necesidades, pero no. Le enseñé mi sonrisa más acogedora pero él simplemente se puso el pantalón y los zapatos, se dirigió a mi para quitarme su camisa y desapareció por la puerta sin más. La situación fue un poco extraña, entonces prendí el televisor para distraerme un poco y estaban dando esa serie de policías que tanto me gustaba, quise tocarme un rato viendo a mi actor favorito uniformado de policía pero decidí tomar una siesta hasta la tarde y luego salir a una fiesta por la noche en el centro de la ciudad.

Pedí un trago y salí a bailar un poco. Todo iba con normalidad hasta que me fijé en ese hombre de tez pálida y sonrisa canina, y sin más que un deseo infinito de que aquel individuo me desencajara la cadera, me acerqué. Intercambiamos un par de palabras y con un movimiento imperceptible tiré una pastilla efervescente a su cerveza.

Cincuenta minutos después estábamos en mi carro de camino a casa. Una vez nos detuvimos enfrente del edificio no aguanté las ganas y apoyé mi mano sobre su muslo, subí lentamente hasta encontrarme con el calor de su entrepierna y me detuve. Su respiración era profunda e irregular. Le bajé la cremallera y sentí como su miembro se arqueaba ardiente, prisionero dentro de sus bóxers blancos, quise comérmelo entero pero le pregunté si quería subir y aceptó. Corrimos tan rápido como pudimos por las escaleras y entramos en mi apartamento en medio de besos apasionados y manos inquietas, me desvistió en tiempo récord y me empujó contra el colchón al tiempo que saltaba sobre mí y me ponía encima de él. Me embistió con fuerza y sentí como su miembro me llenaba por completo, me moví a su ritmo y creamos una secuencia, él subía y yo bajaba, él subía y yo bajaba. Cambié de posición, quería verle los ojos mientras se venía. Empecé a sentir el vértigo que daba la bienvenida al orgasmo y me dejé llevar. Estallé en sensaciones y alaridos, sudé frío y convulsioné las secuelas del orgasmo mientras el se venía en mí. Presencié cómo sus ojos se blanqueaban y sus pupilas se dilataban, cómo los músculos de su cara se relajaban y los de sus brazos se tensaban apretándome con fuerza contra él. Se dejó caer sobre mí y sentí su respiración sobre mi cuello, era cálida y dulce. Levantó la cabeza y me miró extasiado, me embistió una última vez más y salió de mí. Tomó mi cara en sus manos y pasó su barba por mis labios y por mis pómulos, me dio un beso en la frente y se sentó en el borde de la cama. Se giró y me dedicó una sonrisa glacial mientras se ponía sus pantalones sin abrochar y salía al balcón con un cigarrillo en la mano. Salí a acompañarlo, una vez afuera, el frío de la noche endureció mis pezones y sentí la necesidad de volvérmelo a tirar. Estaba apoyado en el barandal y tenía la mirada perdida, detallé su rostro cincelado y sus pectorales perfectos a la luz de la luna, era hermoso. Me acerqué un poco y sentí la necesidad de saber en qué pensaba y se lo pregunté. Me dijo que era gay y que no sabía porqué había sentido tantos deseos hacia mí. No le di importancia aunque supiera la respuesta a su pregunta y cogí su brazo para ponerlo sobre mi hombro. Le susurré al oído cuan grandioso había sido el polvo y miramos las estrellas hasta el amanecer.

Rondaban ya las seis de la mañana y le pedí un taxi, nos despedimos en mi puerta con un simple abrazo y partió escaleras abajo. Me asomé por el balcón para observarlo mientras se montaba al taxi, segundos después atravesó el portal del edificio y miró hacia arriba, levantó la mano y me sonrió. Entré de nuevo a mi habitación y supe que mi pequeña fantasía ya había terminado. Pero no todo había terminado ahí, la noche me esperaba y tomé una siesta hasta las ocho, hora habitual en que me levantaba y me arreglaba para salir al club, ése club que tanto me gustaba. La discoteca gay más grande de la ciudad.

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⏰ Última actualización: Nov 18, 2017 ⏰

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