Ira

1K 193 71
                                    

Mi sangre arde por mis venas, grito y desgarro mi garganta. Es odio, es rabia, es ira lo que me atraganta, lo que brota por mi boca, controla mis manos y mi alma. 

   Amon   

La señora Ruth Margot, despreciable mujer, de facciones afiladas, nariz respingada, ojos oxidados, arrugas marcadas y maquillaje exagerado. De vestidos abultados, pantimedias sueltas y zapatos gastados. Mala persona, soberbia, prejuiciosa y, por sobre todas las cosas, pésima madre. Hyukjae jadeó sin aliento, y ella se cree santa mujer de Dios.

-Es mi hijo - escupió la señora Margot - Yo lo engendré, yo lo parí, lo crié; ¿quién se cree usted, señor Lee, para estar por encima de mí? Donghae, y toda su vida, me pertenecen; él me pertenece a mí, no a usted.

Aquella idea vaga que la suerte sembró en su mente había echado ya bastantes raíces. Hyukjae frunció el ceño, miró el arma, luego sus ojos se clavaron en los despintados ojos de la mujer.
-¿Y su otro hijo, señora, Margot? Su vida también le pertenecía, ¿no es así? - La señora Ruth abrió sus ojos como dos grandes O.

-¿Donghae le ha hablado de él? - Ni el rubor mal pintado en el rostro de la mujer podía de ninguna manera ocultar lo pálido de su piel. La mujer estaba blanca como el papel, como un muerto o un espectro.

-Me ha dicho que escapó alguna vez a sus veinte años, luego de que un pintor lo pintara también. Me ha dicho que la peste se lo llevó, ¿pero sabe qué, señora Margot? No existe peste alguna, dígame ¿qué le sucedió? - La señora Ruth dejó caer su arma, jadeó y tembló. Jaque mate, pensó Hyukjae. Por primera vez en su vida él tenía el control de la situación. El joven pintor se dejó embriagar de poder, de dominio, del temor de la pobre mujer. ¡Con razón!, pensó; ahora entendía a los matones, a los niños que lo golpeaban, a aquellos otros que se burlaban; más dulce que el vino, más enviciante que el tabaco, era respirar del temor ajeno, era ver al resto temblar de miedo, encerrarlos en una trampa, arrinconarlos contra sus propios miedos.
-Usted lo hizo, ¿verdad?

La señora Ruth jadeó - Usted debe estar bromeando - tartamudeó- ¿Qué insinúa, ¡por Dios!?

-Él intentó escapar y usted lo mató... - susurró. La señora Ruth parpadeó tan rápido que sus pestañas parecieron el aleteo de un picaflor.

-Quiero que se vaya - dijo entre dientes- ¡Por el bendito Dios, ¡¿qué clase de falta de respeto estoy tolerando?! Esta es mi casa, Señor Lee, usted y sus delirios no tienen espacio aquí.

Hyukjae entonces tomó valor. Por primera vez en su vida iba a responder.
-No me iré sin Donghae.... - masculló - Me ama y yo a él. ¿No lo ve? - sonrió - La historia se repite, Señora Margot, y esta vez a usted le toca perder.

-¿Se aman? - Murmuró la señora Ruth con lo que le quedaba de voz.

-Nos amamos como hombres, ¿qué cree que diga Dios?

-¡Se irán al infierno! - Gritó.

-Usted también, señora Margot. Pero por lo pronto - susurró Hyukjae - Iré por Donghae, le diré la verdad y me iré con él - Levantó el mentón, enderezó la espalda y caminó hasta estar debajo del porche.

-¿Y luego qué? - Dijo entonces la señora Margot. Hyukjae entonces detuvo su paso. Seremos felices, pensó. - ¿Cree usted que Donghae realmente lo ama? Señor Lee, Donghae no siente nada por usted. Es una ilusión suya y de él - El joven pintor se volteó y miró a los ojos a la espantosa mujer - ¿Se ha visto en un espejo, Señor Lee? ¿Ha visto a Donghae? ¿Cree realmente que mi niño se fijaría en usted? - Hyukjae sintió aquello como una espina clavada en su corazón. Al mismo tiempo su espalda se encorvó, le temblaron las manos y sus lentes resbalaron por su enorme nariz. - Oh, mi estimado señor Lee, usted es lo único que ese niño conoce, ¿realmente piensa que cuando él salga y conozca el mundo, cuando usted deje de ser el único, vea hombres y mujeres, aún lo amará sólo a usted? Señor Lee... es de los hombres más desagradables que yo alguna vez ví. Mirese, delgado como una espiga, con la piel pálida como la leche, el cabello opaco, la espalda encorvada, una nariz totalmente desproporcionada, los labios demasiado gruesos, enormes lentes por inútiles ojos, mediocre, pobre...- El cuerpo completo del pintor tembló. Vio a la señora Margot dar un par de pasos, plantarse frente a él. Hyukjae no podía siquiera verla a los ojos, así que se miró las manos que desgarraban nerviosas las mangas de su camisa prestada- Señor Lee, hágase un favor a usted mismo y marchese, olvídese de Donghae. No lo merece, ¿no lo entiende? Es usted un ser desagradable, no debió despertar deseo jamás, ni amor en su mismísima madre... -Tenía razón y era tan triste porque jamás se había sentido amado por alguien que no sea su madre y ahora entendía que no era amor, era pena, una obligación. Quizás incluso el asma era una excusa, quizás su madre en realidad siempre había sentido vergüenza; quizás por eso no lo dejaba salir, quizás por eso vivía encerrado. Que desgraciada era su vida, que mala su suerte, que penosa su total existencia. Hyukjae sintió lástima por él mismo, por cada instante que había permanecido vivo. Quería llorar, embriagarse, escapar a una cueva oscura y no ser visto jamás. - me apena, señor Lee - susurró la mujer - usted me da lastima. Quiero que se vaya y no vuelva jamás. Donghae no lo ama, entiendalo, nunca lo amará - Y fue entonces que el castaño pintor levantó la mirada y vió a la señora Margot sonreir. Y conocía esa sonrisa, la había visto desde niño con los vándalos de la cuadra, en su adolescencia, en las niñas que se burlaban; la veía en las mujeres que miraban a Kyuhyun, luego a él; la había visto en sus primos, en su madre y en su abuela y, más importante aún, la había visto alguna vez en Donghae. Hyukjae tembló, no de miedo, sino de rabia. Odiaba al mundo, a todos los que lo rodeaban. Odiaba Dios, al diablo, a los ángeles y demonios. Se odiaba a él, odiaba a la señora Margot, odiaba a su madre, odiaba a Kyuhyun y la perfección de Donghae. Odiaba estar vivo, odiaba verse, odiaba lo que era y lo que no podía ser. Era injusto que algunos tengan tanto, otros tan poco y algunos como él no tuvieran nada. Era injusto que jamás nadie pagara, que todos rieran mientras él callaba. Hyukjae, simplemente, no lo pudo contener. Levantó las manos y las cerró en el cuello de la señora Margot, Presionó con fuerza, ciñéndole la piel, las vías respiratorias. Le clavó las uñas con fuerza hasta que sintió como éstas, como si fuesen garras, le desgarraban la piel a la odiosa mujer. La empujó luego contra la pared de la casa y vió el rostro mal pintado teñirse de rojo, luego de púrpura.

Castaño de porcelanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora