Capítulo 1

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Ángel se levantó como todo los días a las seis de la mañana.

Como cada mañana, se sentó al borde de su cama. Miró a su alrededor y observó lo mismo que cada día. Mirando a su derecha, tenía su pequeña mesa donde reposaba una igualmente pequeña lámpara, pero eso no detuvo su mirada.

Observaba como cada día su habitación y, como cada día, esta le respondía con silencio, pues que podía esperarse de un lugar en el que el único ser vivo estaba callado. Siguió recorriendo su habitación y sus ojos reposaron en la gran estantería que guardaba una colección de libros de diversas materias.

Entre los libros que se encontraban ahí, destacaban títulos como La Divina Comedia de Dante Aligheri, SPQR de Mary Beard, Ulises de James Joyce o El Temor de un Hombre Sabio de Patrick Rothfuss.

No había nada fuera de lo normal, como cada día.

De pronto le empezó a doler la cabeza, aunque esto no era nada insólito ya que le ocurría cada mañana. Por ello, lo único que hizo fue ir en busca de la estantería donde guardaba sus pastillas para diversas causas de molestia.

Como siempre, al abrir la estantería, se quedó un rato sin hacer nada, mirando fijamente al interior mientras intentaba recordar donde había dejado las pastillas para el dolor de cabeza.

Pasados unos minutos las encontró y las cogió. Fue hasta su cocina y llenó un vaso con agua para bajar la pastilla. No pasó mucho tiempo cuando finalmente dejó de dolerle la cabeza.

Aún en la cocina, se preparó un desayuno ligero y se sentó frente a la pequeña televisión que reposaba en una igualmente pequeña mesa dentro de la cocina. Las noticias no diferían demasiado de las de cada día.

Una nueva trama de corrupción, una pequeña retención en alguna carretera muy transitada, dramas bélicos en Oriente Medio o el último corte de pelo de algún futbolista famoso.

Terminó de tomarse el último trozo de pan de su desayuno y fue a su habitación a cambiarse pues, como cada día, debía montarse en su Honda Accord 1996 e ir a trabajar.

Como cada día, se enfundó su traje Armani de color azabache y su camisa de un par de tonos más clara, junto a unos zapatos negros. Nada difería del resto de días, todo era automático.

Cuando estuvo completamente listo, cogió las llaves de su casa y de su coche y abrió la puerta disfrutando en la medida de lo posible de la mañana primaveral. Con parsimonia, casi como si despertara a un bebé, desplegó la puerta de su Honda y se sentó en el puesto del piloto. Con gran mimo metió la llave en su ranura con el fin de disfrutar del ronroneo del motor. Sin embargo, al girar la llave, el motor convulsionó y el coche explotó, matando a su conductor en el acto.

Ángel se levantó como todo los días a las seis de la mañana.

Como cada mañana, se sentó al borde de su cama. Miró a su alrededor y observó lo mismo que cada día. Mirando a su derecha, tenía su pequeña mesa donde reposaba una igualmente pequeña lámpara, pero eso no detuvo su mirada.

Observaba su habitación y esta le respondía con silencio, pues que podía esperarse de un lugar en el que el único ser vivo estaba callado. Siguió recorriendo su habitación y sus ojos reposaron en la gran estantería que guardaba una colección de libros de diversas materias.

Entre los libros que se encontraban ahí, destacaban títulos como La Divina Comedia de Dante Aligheri, SPQR de Mary Beard, Ulises de James Joyce o El Temor de un Hombre Sabio de Patrick Rothfuss.

No había nada fuera de lo normal.

De pronto le empezó a doler la cabeza, aunque esto no era nada insólito. Por ello, lo único que hizo fue ir en busca de la estantería donde guardaba sus pastillas para diversas causas de molestia.

Al abrir la estantería, se quedó un rato sin hacer nada, mirando fijamente al interior mientras intentaba recordar donde había dejado las pastillas para el dolor de cabeza.

Pasados unos minutos las encontró y las cogió. Fue hasta su cocina y llenó un vaso con agua para bajar la pastilla. No pasó mucho tiempo cuando finalmente dejó de dolerle la cabeza.

Aún en la cocina, se preparó un desayuno ligero y se sentó frente a la pequeña televisión que reposaba en una igualmente pequeña mesa dentro de la cocina. Las noticias no diferían demasiado de las típicas.

Una nueva trama de corrupción, una pequeña retención en alguna carretera muy transitada, dramas bélicos en Oriente Medio o el último corte de pelo de algún futbolista famoso.

Terminó de tomarse el último trozo de pan de su desayuno y fue a su habitación a cambiarse pues debía montarse en su Honda Accord 1996 e ir a trabajar.

Se enfundó su traje Armani de color azabache y su camisa de un par de tonos más clara, junto a unos zapatos negros.

Todo era igual a cada día, pero él sabía que no era verdad.

Hacía menos de dos horas había explotado junto a su coche nada más arrancarlo. El problema estaba en que no podía morir, pues cada vez que ocurría alguna fatalidad, el tiempo retrocedía hasta ponerlo fuera de peligro.

Así había sido desde la Antigüedad, cuando estuvo a punto de morir por primera vez en el desierto y le pidió a Osiris que le devolviese a la vida.

Desde entonces había muerto miles de veces, pero nunca envejecía. Mantenía los mismos veintiséis años que poseía aquel día.

Gracias a ello había participado en todos los momentos históricos de la humanidad, pudiendo aportar su granito de arena. Por esto, terminó trabando gran amistad con el dios Anubis y una importante camaradería con el dios Horus debido a que los tres actuaban codo a codo sirviendo a la Humanidad y a Osiris.

Pero no ganó solo amigos poderosos, también se granjeó importantes enemigos como el dios Ares o el emperador Tiberio.

Decidido a no coger su coche de nuevo, telefoneó al dios Anubis para que le recogiese e ir juntos a trabajar. No tuvo que esperar mucho, pues el dios llegó raudo en su Tesla Roadster negro.

Decidieron emplazar la solución al coche de Ángel para más tarde y concertaron una reunión con Thot para conseguir nuevos horizontes en la empresa, llamada A&A inc.     

ÁngelWhere stories live. Discover now