Harry. Día 26 (sigo aquí)

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Me acerco a la ventana y lo veo montarse en la bici. 

Después, me siento en el suelo de la ducha y dejo que el agua me caiga en la cabeza durante más de veinte minutos. Ni siquiera puedo mirarme al espejo.

Enciendo el ordenador porque es una conexión con el mundo, y tal vez sea lo que necesite en este momento. El brillo de la pantalla me molesta en los ojos y bajo la intensidad hasta que imágenes y letras se convierten casi en sombras. Así está mejor. 

Entro en Facebook, algo que nos pertenece solo a Louis y a mí. Voy al inicio de nuestra cadena de mensajes y leo, pero las palabras no tienen sentido a menos que me sujete la cabeza entre las manos y las repita en voz alta. Incluso así, se me escapan en cuanto las pronuncio.

Intento leer la versión que descargué de Las olas, y viendo que la cosa no mejora, pienso: «Es el ordenador. No yo». Y busco un libro normal y lo hojeo, pero las líneas bailan en la página como si intentaran rehuirme.

«Me mantendré despierto.

»No me dormiré.»

Pienso en llamar por teléfono al viejo Embrión. Llego incluso a hurgar en el interior de la mochila hasta dar con su número y teclearlo en el teléfono. Pero acabo no pulsando la tecla de llamada.

Podría bajar y explicarle a mi madre cómo me siento —si es que estuviera en casa—, pero me diría que cogiese un ibuprofeno de su bolso y que tenía que relajarme y dejar de exaltarme, porque en esta casa lo de estar enfermo no existe a menos que puedas medirlo con un termómetro debajo de la lengua. 

Las cosas se ubican en dos categorías, blanco y negro: mal humor, mal carácter, pierdes el control, te sientes triste, te sientes abatido.

«Siempre has sido muy sensible, Harry. Desde que eras pequeño. ¿Te acuerdas cuando aquel pajarito, el cardenal, entró en casa? Chocaba continuamente contra las puertas de cristal por mucho que hiciéramos por evitarlo, y tú dijiste: "Que se quede a vivir con nosotros y así ya no lo hará más". ¿Te acuerdas? Y entonces, un día llegamos a casa y lo encontramos en el suelo del patio, después de golpearse innumerables veces contra el cristal, y dijiste que su tumba sería como un nido de barro, y dijiste también: "Nada de esto habría pasado si no lo hubieses dejado entrar".»

No quiero escuchar de nuevo la historia del cardenal. Porque la cuestión es que aquel cardenal estaba muerto de todos modos, independientemente de que hubiera entrado en casa o no. Tal vez lo supiera, y tal vez fuera por eso que decidió aquel día estamparse contra el cristal con más fuerza de la normal. 

Se habría muerto aquí, solo que más lentamente, porque eso es lo que sucede cuando eres Harry. El matrimonio muere. El amor muere. La gente desaparece.

Me calzo las zapatillas y paso junto a Gemma, que está en la cocina.

—Tu novio ha estado aquí y te buscaba —me dice.

—Debía de estar con los auriculares.

—¿Qué te ha pasado en la boca y en el ojo? Dime, por favor, que no te lo ha hecho él.

—Me he dado contra una puerta.

Me mira fijamente.

—¿Va todo bien?

—Sí. Estupendamente. Voy a correr.

Cuando regreso, el blanco del techo de la habitación me resulta demasiado luminoso, de modo que lo convierto en azul con lo que me queda de pintura.

Broken Soul (L.S)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora