Prólogo

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Despierta. Bañado en sudor y con el corazón a punto de salirse del pecho. Estira el brazo a lo largo de la cama en busca de confort, esperando encontrarse con aquel cuerpo tan familiar durmiendo al lado suyo, pero sabanas frías son lo único que toca su mano. Se sienta sobre la cama, derrotado, y observa a oscuras las luces de la ciudad a través del ventanal mientras espera que sus latidos vuelvan a su ritmo normal. Suspira y camina con pereza al baño a refrescarse la cara. La luz le molesta en los ojos y el agua esta tan helada que un escalofrió corre por su espalda cuando esta pasa por su rostro.

Sale al balcón, con unos boxers como única prenda, y toma desde la mesa de la terraza una lata de cerveza a medio terminar y su cajetilla de cigarros. Se pone uno entre los labios y lo enciende.

Lo fuma con lentitud, dando caladas profundas que intercala con cerveza, y disfruta del viento que acaricia su piel desnuda y que lo va helando de a poco.

Termina el cigarro y mira su cuarto oscuro y solitario desde la distancia. No quería volver a dormirse. No sabiendo que despertaría entre pesadillas y recuerdos dolorosos, sin nadie a su lado para confortarle.

Después de pensarlo un momento, recoge del suelo la ropa que se había sacado para acostarse y se viste con pereza. Toma las llaves del auto, las del piso y sale del departamento sin prisa.

Conduce en círculos por lo que se sintieron como horas, Manhattan tan monótona como siempre. Toma Maddison Ave y antes de darse cuenta esta en el Bronx. Sigue a la deriva hasta llegar a Hunts Point. Ahí estaciona en una esquina y camina con determinación, seguro de sus intenciones.

Aferrándose a su abrigo dobla en un callejón. Al menos cinco prostitutas embutidas en vestidos burdos y maquillajes chillones ponen sus ojos sobre él.

Su determinación flaquea. Nunca había hecho algo parecido y se pregunta si quizás había sido una mala idea

Menos seguro de si mismo, mira a su alrededor, y está a punto de darse la vuelta cuando una de las prostitutas llama su atención.

Es pequeña. 1.60 como máximo. Delgada, pálida, con una melena color miel que cae hasta su espalda baja, que se moldea a sus sutiles curvas y que enmarca un rostro de rasgos finos. A pesar de sus ropas baratas y su maquillaje excesivo, había aires de grandeza en ella, como si no perteneciera a aquel mundo.

Después de titubear un momento, se acerca a grandes zancadas y la toma por el brazo quizás con demasiada fuerza.

Ella no se sobresalta, y lo sigue obedientemente mientras caminan hacia el auto, haciendo repiquetear sus tacones de aguja en la acera. Se meten al auto, a ese escarabajo del 87 que es prácticamente basura pero que para el significa tanto. Las puertas hacen un chirrido cuando las cierran y el motor reclama cuando lo echa a andar.

- ¿A dónde carajo me llevas? – la chica habla con determinación. Ningún titubeo en su voz. Su seguridad delata que ha estado en esa situación cientos de veces.

-A mi piso. -dice el, gélido. No saca sus ojos del camino, para no mostrarle lo nervioso que estaba.

- ¿Sabes que hay un hotel aquí a la vuelta, cierto? – una mirada de desprecio fue su única respuesta. Sus manos se aferran al volante mientras las peligrosas calles del Bronx comienzan a reemplazarse con el lujo de Manhattan. – Como quieras. – Se encoje de hombros, sin inmutarse, mientras apoya su frente en la ventana, su respiración empañando el frio vidrio. – Siempre y cuando me pagues- agrega encogiéndose de hombros.

Llegan al departamento. El, más nervioso que nunca, siente todas las miradas sobre él, juzgándolo. Incluso el portero parece mirarlo con reproche desde su caseta, como si supiera que volvía de recoger una prostituta cualquiera en la calle. Toma a la chica de la mano y la arrastra por el lobby a grandes zancadas, la chica apenas siguiéndole el paso en sus tacones de aguja.

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⏰ Last updated: Jul 10, 2017 ⏰

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