Miedo, quizás sea esa la palabra que divagaba por mi mente todo el tiempo. La palabra que definía a la perfección mis emociones. El miedo te impide hacer, decir o tener lo que realmente quieres. Te hace perder personas y cosas porque siempre está ahí para recordarte lo que es y lo que pasaría. Pero, ¿y si nos arriesgamos y lo mandamos a la mierda? Eso deberíamos hacer todos, perder el miedo en vez de perder lo que queremos y ser felices aunque sea por un solo minuto. Un minuto mejor que nada y que quizás valga la pena. Arriesgarse y ganar, o arriesgarse y perder, y aprender del fallo para no volverlo a cometer.
Pero yo no podía arriesgarme. No quería hacerlo aún. Por mucho que las palabras fueran bonitas y conmovedoras y contradictorias yo necesitaba una señal para saber que podría ganar. Porque perder, conllevaba quizás a perder a Eric y perderme a mí misma después.
Sentía que algo en mi interior crecía y se movía dándome pequeñas cosquillas cuando Eric se acercaba unos centímetros más de lo normal. Jamás quise reconocerlo en voz alta porque seguramente yo misma pensaría estar loca. Pero, había algo nuevo en mi personalidad y creía que el causante tenía nombre y era invisible. Él se encargó de encontrarme a mí misma y me sacó de mi monótona rutina al hacerlo. Me cambió por completo y yo por mucho que quería que las cosas fueran diferentes, no quería echarlo todo a perder por nuevas emociones, por mis posibles sentimientos. Quería disfrutar de Eric todo lo que pudiera porque sentía que tenía como una especie de fecha de caducidad y se iría mucho antes de lo que me imaginaba. Trataba de aprovechar con él todo el tiempo posible y no perderlo. No podía permitir que se alejara de mí de nuevo. Lo necesitaba y en ese momento más que nunca.
Mi primer día como camarera en Crispy Burger fue un poco desastroso. Jamás antes había trabajado y todo era nuevo para mí. Hablando de cómo quedó el establecimiento, fue maravilloso, mi jefe sabía de sobra lo que atraería a los clientes y lo consiguió. Tenía buena mano para este tipo de cosas.
El primer día tiré tres bandejas al suelo y derramé dos cafés, uno sobre mi uniforme y otro sobre Josh.
—Recuérdame por qué no debo despedirte.— y aún así soltaba una carcajada mientras se comía mi hamburguesa del descanso a cambio de mi torpeza.
Pero desde luego que cuando llegué a casa no podía decir que me había ido bien, fue un completo desafío tener que soportar tanta gente, quejas y ganas de comer. Eric, a veces me hacía reír y era el que me espabilaba cuando me quedaba mirando fijamente a una hamburguesa mientras se me caía la baba. Creía que iba a ser más fácil, pero no. Evitando nombrar el desastroso primer día, el resto de la semana fue bastante bien. Fui pillándole el tranquillo y Josh contrató a otra chica de camarera y a un ex-camarero que ahora estaba detrás de la caja. Las horas de trabajo eran cómodas y se adaptaban a mis horarios, por ello no tenía ningún problema.
A lo único que debía enfrentarme día a día era a Eric. Después de la fiesta del sábado, esperé que todo fuera bien al día siguiente. Me acordaba de parte de la noche pero del resto no. Aún, a pesar de que habían pasado unos cuantos días más, me venían flashbacks aunque eran como un puzzle y no sabía por cual recuerdo empezar a ordenar porque me acordaba de más de uno diferente después. Prometí no beber más, yo era una chica sana, y al principio no sabía que fue lo que me impulsó a beber, aunque odié admitirlo al cabo de los días, creía que había sido Eric. Eric me incitó sin querer a beber, aunque el mismo, me hizo parar. Irónico, ¿verdad?
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Mi amigo imaginario
Teen FictionDespués de la tormenta viene la calma, dicen. Y después de la calma, viene la tormenta, digo. Desde que Eric se fue, todo en mi vida se puso patas arriba. Mi vida era normal, desde que llegó, se fue y volvió. Para mí, es alguien más y único en mi v...