Capítulo 4. Planes Fallidos

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"Hace poco escuché a una muchachita de escasos trece años que con exacerbada y energética voz, pregonaba, sin ser escuchada, en las afueras de un instituto. Parecía una conversación cualquiera, con compañeros que a leguas se veían fastidiados por la que supuse era la chica "extraña" en ese reducido grupo de colegas: ¿por qué siguen existiendo tantas guerras si se supone que debemos tener más visión conforme superamos los conflictos que vienen de antaño entre cada país?, ¿por qué no podemos hablar y resolver cualquier problema por medio de la palabra?, ¿tan necesaria es la violencia para encontrar la paz?, ¿entonces qué clase de paz sería esa?, ¿de verdad necesitamos ser superiores al otro aunque esto signifique aplastarlo hasta las últimas consecuencias?; así decía la inocente jovencita con falda gris y suéter marrón, todo un estereotipo de colegiala.


Dicen los más grandes filósofos que lo complicado no es hallar una respuesta a todo cuestionamiento, lo difícil reside en saber qué preguntar y cómo plantearlo. En este caso, estoy seguro de que todo ser humano, harto de miserias, violado por la delincuencia, golpeado por el gobierno, tendría no una, sino miles de aparentes resoluciones a tan inocentes dudas.


Jamás hemos sido inteligentes. Somos el resultado maquinado de un escupitajo superior que día con día nos hace recordar la condición tan andrajosa en la que nos revolcamos creyendo que podemos conseguir la paz entre nosotros mismos a través de la verdad absoluta. ¡La verdad! ¡Sólo una! ¿Cómo puede ser posible que minimicemos al pensamiento a una única idea venida de ignorantes? Ahí está tu respuesta, pequeña colegiala, no podemos dialogar porque, mientras para mí una sola idea debe regir al resto, la tuya siempre será diferente; provocando que ambas colisionen.


La palabra... o lo que queda de ella, ya no sirve. La desechamos y nos aferramos a cualquier inútil deseo. Creemos saber escuchar, creemos saber expresarnos y al final no tenemos nada. Sólo un gen de conflicto que se propaga generaciones tras generaciones sin importar raza, género, identidad. ¿Cuándo será el día o la grandiosa época en que sepamos escuchar y razonar? No lo sé, pero lo que sí sé es que estamos jodidos y seguiremos jodidos".





—Vete —solté bebiendo lo que quedaba de mi espeso licor. Arrojé la segunda botella contra el suelo. Me encontraba en un momento de total espera, ya sea porque me intoxique, o que Lee regrese a la sala, lo que pase primero. ¿Cómo jodidos iba a saber que el afeminado nos estaría viendo? Se supone que debe estar encerrado, se supone que debería dormir en estos momentos, maldita sea, se supone que... que no debí casarme.


—Tu hermano no está nada mal. Aunque se ve que es un poco soso —el aroma a perfume dulzón y molesto alcanzó a abrazarme tanto que una evidente mueca de desagrado me deformó al instante. Debería ya ponerle un alto a esta situación. Comienza a cansarme. Más aún por el largo historial que nos persigue desde hace tiempo en que tenemos estos roces clandestinos.


—No es mi hermano —.


—¿De verdad? Tiene cierto parecido a ti. Aunque, claro, dudo que él sea tan bueno como tú en la cama —en este punto, ¿cómo le digo que estuve a punto de meterme entre las piernas de un homosexual en plena noche de bodas? Al parecer ella no quería o no estaba lista para aceptar que yo recién contraje matrimonio.


—Vete. Necesito descansar —me levanté colocándome la ropa interior únicamente. Fui a la cocina con la evidente intención de ignorarla e invitarle a que saliera de la casa de una vez. Las chicas tienen una extraña característica acosadora en nivel extremo. Quiero decir, siempre que están molestas, es obligatorio seguirlas hasta que se contenten. Y estallan si de verdad no soportan el acercamiento en el momento culminante de su enfado. Bueno, nosotros también podemos irritarnos. No siempre un beso, un abrazo, una caricia nos hará sentir mejor. Espacio, eso queremos, eso quiero.



Matemos a cupido [EunHae]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora