EL GEN DE MI CUERPO

Capitulo 1

Año 2074, Santa Barbara, una de las más remotas ciudades de Estados Unidos, donde no sucedía aparentemente nada peculiar; ahí­ me críe en medio de sacerdotes y monjas; mi madre me dejó después de un parto no deseado producto de una cruel violación, según me contaron las monjas del orfanato; habí­a docenas de niños como yo, dejados por sus madres después del parto, madres que no nos podían tener junto a ellas por diferentes motivos.

Lo único que recuerdo de mi infancia es una soledad extrema, un desasosiego para la vida de un niño. Aparentemente todos me tení­an miedo, por lo que mis compañeros me llamaban el raró. Las hermanas no se atrevían a darme cariño y comentaban que no había niño más extraño en la tierra que yo; esas palabras taladraban mis oídos infantiles que no comprendían por que ellas se referí­an a mí de la manera que lo hacían. Siempre traté de escapar de los comentarios desagradables que ellas hacían. Me solía encerraba en la habitación donde dormíamos o me refugiaba en el jardí­n de la casona como un escape infantil.

Gracias a ellas no tuve ni un solo amigo, todos huí­an de mí­; ni en mis noches podía tener paz, vivi continuas pesadillas sin aparente explicación medica. Las monjas decí­an que era parte de mi malcriadez infantil, así­ que no ponían mucha mente a mi malestar, hasta que llegó el padre Flavio, él quiso estudiar mi mal de sueño que había llegado a sus oí­dos. El padre, además de sacerdote, era terapeuta del sueño, especialidad que habí­a sacado cuando era apenas un joven estudioso de los trastornos humanos. él estaba decidido a vigilar mi sueño, todas las noches y con apuntes en mano escribía todo mi delirio.

Su afán por saber que mal tení­a era insaciable, "como todo buen investigador". Según contaban por los pasillos, una noche nadie supo lo que le sucedió, pero a los días siguientes salió trastornado de aquel orfanato. en ese momento pensé que su trastorno se debía a que aquel sitio era capaz de volver loco a cualquiera por su lejaní­a de la ciudad; en medio de un bosque plagado de animales y vegetación extraña, en el cual solo se escuchaba a los lobos aullar y el saludo matutino de los pájaros, parecí­amos uerfanos excluidos de la humanidad.

Los barrotes que cubrí­an nuestra ventana y la larga selva impedían que cualquier niño se quisiera escapar, todos desconociamos lo que habí­a detrás de aquellos árboles frondosos, lo único que habí­amos conocido eran las paredes de la casona, los libros que estudiabamos y los largos vestidos que vestí­an las hermanas. Desde que comencé a tener conciencia imaginé cómo serí­a el dí­a que dejara este encierro, iba a ser el joven más feliz del mundo; esto no solo era un hogar, era una cárcel en la que se me juzgaba a diario.

El motivo del desequilibrio de padre Flavio no lo supe hasta ya pasado unos años, cuando mi vida y la vida de los que tenía cerca estaba envuelta en un caos total. Las consecuencias de la incredulidad de los humanos fueron terribles para la humanidad, siempre hemos creí­do que estamos solos en el universo, y cuando alguien afirma que eso no es así, lo calificamos de mentiroso compulsivo o de desequilibrado mental. Estos fueron los sobrenombres que recibió partir de aquel momento el clérigo.

En aquella época todaví­a era un niño y no entendí­a lo que estaba pasando con él, pero lo que más recuerdo de su desequilibrio eran sus murmuraciones en voz baja, diciendo que algo bajaba para llevarme al Cielo, dado que era un hombre creyente, supuse que su visión se trataba de ángeles que cuidaban de mí y que me iban a llevar a la casa de Dios.

Ignorante de mí cuando el obispo se enteró del desequilibrio del padre decidió suspenderlo y quitar todo cargo de sus manos, tanto el Papa como toda la organización religiosa, no iban a permitir que se pusiera en duda que los humanos éramos los únicos seres creados por Dios. Para mí­ desgracia la única posibilidad de curar mi mal desapareció por culpa de personas que quisieron ocultar las creencias o los descubrimientos que un hombre curioso y abierto habí­a advertido.