Parte 13: Boa

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Jean no tuvo tiempo de reaccionar. Las garras del saurio volador se cerraron sobre su tórax, cortándole la respiración. El pterodáctilo ganó altura tan rápidamente que Scott Summers pensó que lo perdería. Lanzó su rayo de energía lo más rápido que pudo y por suerte logró atinarle a una de las alas. Pero Cíclope no alcanzó a ver que Jean estaba desmayada y que al soltarla el pterodáctilo la dejaría en el aire, desprovista de su poder mental. Jean cayó como una piedra desde una altura de cuarenta metros y lo único que pudo hacer Cíclope fue gritar con desesperación:

—Noooooooooooooooooooohhhhhhhhhhhh.

Poco antes de llegar al suelo, Jean se elevó y flotó suavemente hacia la azotea, empujada por un fuerte viento dirigido por Tormenta. La mutante del clima había salido del orfanato al serle imposible encontrar a Magneto. Scott Summers recibió a su novia con profundo alivio, la besó en la boca y trató de hacerla despertar. Jean abrió los ojos confundida y gimió:

—Esas bestias aladas atacarán a las personas desde el aire.

—Tranquila. Ya llegó la ayuda —dijo Cíclope, indicando al cielo estrellado.

Jean escuchó el familiar sonido de los aviones de combate, que ahora perseguían a los pterodáctilos y los hacían huir.

—Significa que el ejército está interviniendo en esto. Tenemos que salir de aquí antes de que vean el Ave Negra.

—Todavía no hemos encontrado a Melissa —le recordó Cíclope.

—Yo sé dónde está —dijo Jean, incorporándose—. Al pasar sobre el tejado del orfanato percibí sus pensamientos y los de la madre Encarnación. Deben estar en el entretecho.

Jean se puso en pie llamando a Kitty y dijo:

—Necesito que me acompañes al tejado del orfanato. —Luego se volvió hacia Cíclope para pedir—: Scott, si tú nos vigilas podemos llegar sin que nos ataquen los pterodáctilos.

—En marcha —los animó Kitty y se paró en el borde de la azotea.

Jean la levantó con su poder mental y avanzaron juntas hacia el orfanato, mientras Cíclope vigilaba. Los aviones de combate abatían a los pterodáctilos y causaban destrozos por toda la ciudad. Uno de los grandes saurios alados cayó sobre una autopista y aplastó diez coches, interrumpiendo el tránsito al quedar atravesado en los cuatro carriles. Otro se estrelló en un edificio de departamentos, rompiendo los cristales de las ventanas de cinco pisos. Luego cayó al suelo, taponando la entrada del edificio.

La población había culpado a los mutantes por todos los destrozos y estaban exigiendo su expulsión. Los fanáticos antimutantes no tardaron en ponerse al frente de la multitud, diciendo que los mutantes eran enemigos del país y debían ser eliminados.

Muchos otros animales prehistóricos seguían apareciendo en distintos puntos de la ciudad, causando pánico y caos. Pero ningún juego de dinosaurios está completo si le falta un tiranosaurio rex... y eso fue precisamente lo que apareció entonces. Frente a la fachada del orfanato, tan alto que su cabeza alcanzaba el tercer piso, se materializó el terrible carnicero del jurásico, mostrando su boca llena de dientes tan afilados como cuchillos y lanzando al aire su rugido aterrador.

Por desgracia, el tiranosaurio rex no fue el único dinosaurio carnívoro que se materializó en ese momento. Dentro del entretecho apareció un velociraptor mucho más pequeño, pero igual de peligroso. Los gritos de la madre Encarnación y de Melissa se mezclaron con el llanto agudo del bebé. La bestia salió corriendo hacia ellos, mostrando los dientes y las afiladas garras. Pero al mismo tiempo brilló una luz blanca y pasajera como un relámpago. El velociraptor quedó detenido en mitad de su carrera, inmóvil como una estatua, y junto al gran reptil apareció un anciano negro, calvo y de larga túnica, que levantó su delgado brazo y gritó:

—¡Regresa al tiempo de donde vienes!

El velociraptor desapareció y Melissa corrió hacia el recién llegado, llevando en brazos a su hermano Nicky. Abrazó al anciano negro llena de contento y gritó encanada:

—¡Abuelo!

—¿Quién es usted? —preguntó la anciana monja enfadada.

—Mis amigos me llaman Boa —contestó el hombre.

—El profesor Xavier dijo que Melissa era demasiado joven para usar la energía mutante —comentó la monja—. Él opina que un mutante adulto se encuentra cerca de ella y provoca estos accidentes con su poder ¿Es verdad? Usted es un mutante y Melissa es una niña normal ¿cierto?

—Sí, es cierto —reconoció el viejo Boa, mostrándose avergonzado y arrepentido—. Soy un mutante cuadrimencional y vivo en un universo distinto al suyo. A veces logro entrar en su dimensión, pero soy un hombre viejo y no controlo mis poderes. Intento acercarme a Melissa y a Nicky para protegerlos y cada vez que los encuentro provoco algún accidente. Además, sólo puedo permanecer en este universo durante pocos minutos. Dentro de un momento tendré que marcharme.

—Abuelo, por favor no te vayas —pidió Melissa abrazándose a él con más fuerza.

—Sabes que necesito mantenerme lejos —respondió Boa tristemente, acariciando los cabellos rizados de la niña—. Mientras tanto debes buscar al profesor Charles Xavier, de la organización de los X-men. Él es el único que puede resolver nuestro problema. ¿Lo harás?

—Sí, abuelo, buscaré al profesor Xavier.

Fueron interrumpidos por un nuevo y potente rugido del brontosaurio que continuaba atrapado a un costado del orfanato.

—¿Usted también es responsable de esto? —preguntó la madre Encarnación.

—Podemos decir que sí —admitió el viejo Boa—. Traté de traer un dinosaurio de plástico para Nicky y mi poder se descontroló. Si me da un par de minutos, puedo deshacer todo lo que hice.

Se concentró cerrando los ojos y juntando las manos como si rezara. Una brillante luz emanó de su cuerpo alto y delgado. Inmediatamente cesaron los rugidos del brontosaurio y el edificio dejó de temblar. Luego, uno tras otro, el viejo Boa fue regresando cada dinosaurio al tiempo que le correspondía.


Los ojos de Nightcrawler.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora