Another world (Ashton Irwin)

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Siempre había dicho, des de que empecé a tener un cierto nivel de inglés, que me encantaría poder ir a vivir fuera de mi país. No me malinterpretéis, no es que no me guste España, pero sinceramente no me veía viviendo allí dentro de unos años. El hecho de ir a un lugar distinto de donde siempre había vivido -un pueblo pequeño donde no hay casi nada- me tenía obsesionada de tal forma que no paré hasta conseguirlo.

Tal vez mi tozudez fue la que me llevó a hacer un máster al terminar la carrera de periodismo en Londres, pero estoy segura que eso no fue lo único que hizo que me quedara en esa ciudad cuando tenía que volver.

Una oferta de trabajo en una emisora local, los nuevos amigos y la gran ciudad me gustaron tanto que no me veía capaz de dejarlo todo y volver a casa. Así que allí me quedé, acepté la oferta y alquilé un pequeño piso compartido en el centro, a quince minutos de la emisora.

Llevaba un año haciendo un programa musical por las tardes que, a pesar de las expectativas iniciales, estaba teniendo bastante éxito. En mi etapa adolescente –de la que, por cierto, no hace tanto tiempo- recuerdo pasarme tardes enteras escuchando música de la que, por entonces, estaba de moda. Siempre tenía los auriculares puestos, y conocía todos los artistas. Así que, por raro que suene, mi trabajo me gustaba y me sentía orgullosa de ello.

Ese día de invierno, en pleno noviembre, me levanté con la idea de no hacer nada productivo durante toda la mañana. El plan perfecto cuando habías pasado todo el día anterior trabajando en el programa de ese viernes.

Eran las diez de la mañana y no tenía previsto que Gemma estuviera levantada ya. Ella es más de vida nocturna; yo, en cambio, soy de irme a dormir temprano o, sino, no me puedo despertar.

Supongo que esa es una de las razones que hacen que compartir piso con ella sea fácil. Las dos somos muy independientes y no nos gusta estar encima de la otra. Aunque el hecho de que ella sea como una hermana para mí aun facilita más las cosas.

La conocí cuando llevaba unos tres meses en Londres. Ella trabaja en una librería situada en la calle de la antigua universidad en la que estudiaba. A mí siempre me ha gustado leer tanto como escribir, así que fui a echar un vistazo para ver si encontraba algún libro. Creo que siempre me voy a acordar; ella se encontraba sentada detrás del gran mostrador de madera, tecleando en su portátil, cuando entré. Ni siquiera se dio cuenta de que lo hice. Pasee un buen rato entre las altas estanterías, hasta que encontré algo que me interesaba. Lo cogí y me dirigí hacia ella para que me lo cobrara. Y fue entonces cuando empezamos a hablar. Me dijo que ese libro me iba a gustar –de hecho, lo hizo- y empecé a visitarla a menudo cuando estaba libre. Cada día charlábamos un poco más, hasta que empezamos a quedar fuera de su horario de trabajo. Al principio los temas eran muy superficiales y monótonos; libros y música. Pero con eso tuvimos suficiente para entablar una amistad que, dos años después, sería de las mejores que una persona puede tener.

Ahora tenía que aguantarla casi cada hora del día, pero no me importaba en absoluto. En ella había encontrado una amiga de las que duran toda la vida.

Salí de la cama con el móvil en la mano y salí al comedor. Su portátil aún estaba allí. Recogí la taza que se había dejado y fui hacia la cocina.

Todas las mañanas y gran parte de las noches se las pasaba escribiendo delante de ese portátil.

No me preguntéis por qué, pero nunca nunca había dicho a nadie sobre qué o cómo escribía, solo lo hacía todas las mañanas, y por la tarde ganaba el dinero suficiente para continuar haciéndolo.

Ella era feliz con ello, y yo la respetaba.

Fui hasta la cocina, dejé la taza en el lavamanos y me preparé unas tostadas. Me senté en la mesa y empecé a comérmelas tranquilamente mientras revisaba mi Twitter y WhatsApp. Cuando terminé me tiré en el sofá y encendí la tele.

-Huelo a tostadas.

Me giré y vi a Gemma con un aspecto que evidenciaba que se acababa de levantar.

Como buena inglesa de Liverpool que era, delgada, alta y con hoyuelos, llevaba el pelo recogido en una cola alta, que dejaba caer pequeños mechones negros alrededor de su cuello.

-Eso es porque he hecho tostadas. –le respondí.

-Buena aclaración.

La vi desaparecer en la cocina para que, cinco minutos más tarde, apareciera con un plato lleno de tostadas. Se sentó a mi lado.

-¿Que vas a hacer hoy? –me preguntó.

-Nada.

-Qué bonito. –me contestó, pegando un mordisco.

-Lo sé. –Aclaré, sonriendo.- ¿Y tú?

-Molestarte. Y cuando me canse, escribir.

-Qué bonito. –le respondí.

-Lo sé. –me sonrió.

Estuvimos un rato en el sofá y, cuando ella se fue al portátil, aproveché para ducharme. Pasé el resto del día vagueando por casa hasta que me fui a trabajar.

Another world (Ashton Irwin)Where stories live. Discover now