Hace un buen día. Los pájaros trinan alegremente y varios niños juegan con un balón de fútbol firmado por sus grandes estrellas. La calle es bastante amplia, con varias baldosas rotas que le dan un aire de antigüedad. Los altos edificios no conjuntan con la acera, pero aun así es agradable pasear por allí. Algunas bonitas macetas decoran las casas bajitas, que no son muy abundantes. La calle se abre hasta acabar en una amplia plaza con una cabina telefónica en medio. No es una cabina muy especial, pero por una extraña razón que nadie ha conseguido descifrar aun es lo que mas destaca de ella. Es pequeña comparada con otras que hay por esa zona, y le da un aspecto rústico que te invita a hacer todas las llamadas que quieras. Es roja, tipo londinense, de un metro cuadrado. El precio de llamada es de un euro treinta y seis dentro de la ciudad. "Qué casualidad, puedo hacer dos llamadas con el dinero que llevo", pienso felizmente. Puedo hacer mi llamada y me quedará suelto. Me meto dentro, saco mi agenda que llevo a todos lados y busco una pagina determinada, por la letra M. "Mamá", pienso. Ella ha encontrado un novio nuevo australiano, y se ha mudado allí. La echo mucho de menos, aun no me he acostumbrado a no encontrarla en su casa cuando la necesito, pero se que ahora por fin es feliz. Meto la mitad de mi dinero, un euro treinta y seis, marco su numero de teléfono y después de tres tonos, responde al otro lado de la línea una risueña voz que nada tiene que ver con mi antigua madre. Me alegro. Parece ser que Philip la hace feliz. "Hola Mamá. Soy Sara. ¿Qué tal estás?", pregunto. Mi llamada no puede durar mucho, el euro treinta y seis solo da para hablar durante cinco minutos. Hablamos. Ella me cuenta sus cosas, y yo la aburro contándole algunas tontas anécdotas de mi trabajo. Ella, en cambio, disfruta cada día al máximo. ¿Cómo puede haber cambiado todo tan rápidamente?, pienso. De pronto, la voz de mi madre adquiere un matiz más serio. No suele ser seria por eso presto más atención. "A pesar de que me va bien aquí, os echo de menos.", me dice. "Bueno, eso es normal, te acostumbrarás." Le intento infundir ánimos, aunque mi voz carece de fuerza. "Pero no es solo eso", añade. Ahora sí me preocupo. ¿Le habrá pasado algo malo? "Por favor, no se lo cuentes a tu padre. No quiero que se preocupe. ¿Me lo prometes?", me dice. "Por supuesto, Mamá. Ya sabes que puedes confiar en mí." Me mantiene en vilo.¿Le podría haber pasado algo a mi querida Mamá? Ella había sido más que eso. Me había tratado como a una amiga y colega. Me había confesado sus secretos y me había dado los mejores consejos. Nos lo habíamos pasado muy bien juntas, habíamos gastado bromas y habíamos sido gastadas bromas. Ella había sido mi mejor amiga, y más que eso. "Es que…", empieza, pero no logro terminar de oír su mensaje. "Inserte un euro treinta y seis para continuar con su conversación.", oigo. "Me cag...", maldigo por lo bajo. Alargo mi brazo para coger mi monedero y "continuar con mi conversación". Me retuerzo exageradamente para alcanzar mi bolso. Me extraña que no haya nadie en la amplia plaza, normalmente tan concurrida. "Bueno", pienso, "más paz para hablar con ella". La verdad es que soy bastante positiva. Cuando alcanzo el resto de dinero que me queda, el euro treinta y seis, oigo algo. Estoy tan preocupada por mi madre que hago caso omiso. Mi mano se desplaza para meter el dinero por la ranura. Otro ruido me detiene. Esta vez presto más atención. El ruido parece humano. ¿Y si alguien está en peligro? Mi corazón se vuelve libre y noto que empieza a galopar dentro de mi cuerpo. De todas formas, mi madre al otro lado del teléfono también pude necesitar mi ayuda. Me dispongo por última vez a meter las monedas, pero, por seguridad, miro hacia atrás. Esta vez la imagen no me podría dejar indiferente. Era extraño, dos factores cambiaron mi visión de la plaza. Primero, que estaba vacía. Y segundo, la única persona huía aterrada de algo o alguien. A medida que se acerca descubro que el perseguidor es una figura humana. El que huye grita y corre. Corre como si la vida le fuera en ello. ¿Y si es así? Veo que la figura semihumana cada vez se acerca más a la presa. Esta me ve de repente y parece que eso le estimula para correr más rápido hacia mí. Desgraciadamente, el verdugo también me ve, y eso no me agrada. La distancia que nos separa cada vez es menor, y no veo a ningún guardia por las cercanías. No me siento segura. Pienso. Los cristales de la cabina podrían soportar algunas embestidas, pero si el cazador se lo propusiera podría romperlos con facilidad. Me alegro de no haber gastado mi último dinero en la llamada para mi madre. En caso de verdadera urgencia podría llamar a la policía. Sin haberme dado cuenta, descubro que la víctima se encuentra casi a las puertas de mi recién adquirido semi-refugio. El hombre empieza a aporrear la puerta para entrar. Yo no encuentro la fuerza suficiente para abrirla. No escucho nada. No oigo nada. Me encuentro en shock. No se de dónde encuentro la voluntad para acercarme a la puerta. Mi mano vacila. ¿Seré capaz de abrirla? Me doy cuenta de que es muy probable que la vida de ese pobre desafortunado dependa de mí. ¿Soy capaz de dejarle en manos del cazador? Esto me hace decidirme a abrir la puerta. Pero descubro que el perseguidor ya ha llegado. La escena que veo poblará las peores de mis pesadillas para el resto de mi vida. El verdugo se abalanza salvajemente sobre el hombre. Este intenta escapar en vano. Ya ha sido condenado. El cazador arremete brutalmente contra él. Cuando le veo más de cerca, acierto a ver algunos rasgos humanos, tapados por el pelo sudado. Podría haber pasado por un hombre normal si no fuera por esos ojos. No eran ojos. Los ojos tienen humanidad. Y esos globos a modo de ojos carecían de ella. Es alto y fuerte, y tengo la certeza de que la víctima no tiene ninguna oportunidad. Con un poco de suerte, las intenciones del atacante no vayan más allá de una paliza. La simple idea de que esa bestia solo quiera eso casi me hace reír. Aunque el momento no es precisamente para risas. El atacante está ya encima del hombre. Me quiero dar la vuelta para no mirar, pero la mirada del desgraciado atrapa mi atención. Siento que su situación ha sido por mi culpa. "Lo siento", pienso para mis adentros. Suelta un último grito antes de caer muerto a manos de esa cosa a medio camino entre la humanidad y la bestialidad. Se levanta y me mira con esos inhumanos ojos. Se acercas a la cabina con intenciones sobre las que prefiero no indagar. Suelta una especie de aullido animal o humano, como si se quisiera comunicar. ¿Puede ser posible que otros como eso se acerquen a mí? No puedo imaginar algo peor. Como una respuesta puntual a mis sombríos pensamientos, un alarido se alza de detrás de la plaza, y aparece otra figura. Desgraciadamente no es la única, ya que otros "humanos" aparecen detrás de él. Mi mente no da crédito. La distancia que los separa de mí es espantosamente corta, y no creo que la cabina aguante. Mi cerebro piensa rápidamente. No puedo huir porque el asesino del hombre vigila la entrada de la puerta. Examino las paredes de mi refugio. La verdad es que tampoco parecen tan frágiles. También podría hacer alguna llamada para salvarme, pero tengo que pensarla bien porque mi dinero solo alcanza para una. No me puedo detener para pensarlo detenidamente, las bestias pueden llegar en cualquier momento. La cabina aguantará cinco minutos, no más. Mi padre es diplomático, a lo mejor he aprendido algo. Me río. Esas cosas seguro que no saben ni hablar. Antes de hacer cualquier cosa me quito el cinturón y lo ato a los pomos de la puerta, a ver si así aguanta más. Lo dudo. Un simple cinturón no detendrá a esos maniacos de cumplir sus siniestros propósitos. Estoy a punto de meter la cinta por la hebilla cuando el cazador arremete contra la puerta. Esto me impide terminar mi plan, y me vuelvo a quedar desprotegida Parece que al fin y al cabo tiene un poco de cabeza. Acabo de descubrir que el resto de cazadores han llegado. Todas mis oportunidades se han esfumado, como mi madre. Mi madre. Empiezo a pensar en ella. Ahora mismo es a la única que tengo, mi padre murió hace varios años y no tengo hermanos o hermanas. Cuando mueres, creo que toda la vida pasa por delante de tus ojos. En ese caso, dentro de pocos minutos podré ver un recopilatorio de mis mejores momentos: la muerte de mi padre y la fiesta de mi dieciséis cumpleaños. No soy una sádica ni nada por el estilo, mi padre no era precisamente una buena persona. Me acuerdo aun de cuando mi madre me cogió por la espalda un día. Yo estaba haciendo los deberes, un complicado problema de ecuaciones que me resultaba muy entretenido. Yo era bastante buena en matemáticas, y cuando se me planteaba algo que me costara responder me alegraba. No era como las demás, yo me lo tomaba como un reto personal que me acababa frustrando si no lo conseguía. De pronto, una mano me tapó la boca, evitándome chillar. Me arrastró silenciosamente hasta debajo de mi cama infantil con sabanas de mi niñez que no había cambiado. La mano me apretó incluso más fuerte, y me hizo daño. Estaba muy asustada. Quería gritar, ir corriendo a los brazos de mi madre para que me consolase, que me dijera que todo estaba bien, que no pasaba nada, incluso a sabiendas de que yo no me lo creería. De pronto, un portazo hizo acallar todos mis pensamientos, y olvidar el temor que aquella figura que me sujetaba me inspiraba. Cerré los ojos. No quería ver ni escuchar nada. "Sshh, tranquila, no pasa nada. Soy yo. Solo quédate en silencio", me dijo una tranquilizadora voz familiar. Mi madre. Rápidamente me sentí más segura. "Mamá, tengo miedo. ¿Qué pasa?", pregunté, girándome y mirándola a los ojos. Creo que esa fue nuestra perdición. Ella me miró con los ojos desorbitados por el terror. La estancia estaba silenciosa, y al girarme, el ruido retumbó por toda ella, y cualquier persona que estuviera por allí podría haberme oído con facilidad. Intuí que la persona que había dado aquel fuerte portazo nos había escuchado. Los ojos de mi madre estaban surcados de lágrimas. "¿Por qué, mami?", pregunté, aunque supe que no me respondería