Hola, me llamo Emma, Emma Watson.
Ojalá. Así, al menos, tendría atención.
Nah, era broma. Me llamo Cristina y, para abreviar, soy un fantasma y mi vida no es de lo mejor.
Tengo el pelo corto (Hasta el principio del cuello) y liso. Es castaño. Tengo los ojos entre azul y verde, sigo sin saber distinguirlo bien. Mis labios son finos, tengo granos (Es normal, ¿Vale?) y tengo 17 años.
Me gusta un chico, bueno, muchos. Por ejemplo: Todos los tíos buenos que veo por la calle, los de la tele y más. Pero el de esta historia es el de mi clase, no creo que sepa ni mi nombre. (Si vienes buscando la típica historia en la que un tío buenorro se enamora de la empollona, vete, no va a ir sobre eso. Tampoco irá sobre depresiones y rechazos y demás, tranquilo.)
Ese chico se llama Gonzalo, y no es un guaperas con las venas a punto de explotar con tanto músculo. Tiene el pelo negro, ojos marrones y es bastante normal.
La cosa es que me gusta, qué cosas. Mañana hay clase y coincidimos en la segunda hora, se sienta a mi lado, mierda.
* * *
Pipipipip
—Ugh... Aún es pronto... —Digo con desgana manañera, antes de volver a dormirme
Cuarenta minutos más tarde
—¿Qué hora es? —Consigo murmurar
Y, mirando la hora, me asusto. Mierda, no voy a llegar.
Me levanto lo más rápido que puedo, y me visto, bajando las escaleras. Me resbalo y me caigo. Ahora me duele la espalda, pero no tengo tiempo para lamentarme.
Rápidamente, cojo tres o cuatro Chips Ahoy. Cojo mi mochila y salgo corriendo , mientras como las galletas.
Quedan cinco minutos para que empiecen las clases y, andando desde mi casa, se tardan diez. A ver si me da tiempo corriendo...
Girando en una esquina, me tropiezo con un ladrillo del suelo, levantado por las raíces de un árbol que se han movido más allá de su espacio calculado por los que hicieron su "maceta".
Me caigo de culo, ¿entre la espalda y el culo ya no voy a poder andar normal, o qué?.
Para suerte, la mía. Se me ha caído mi última galleta, la cojo y le soplo: Ley de tres segundos, jiji.
Me levanto, me la sigo comiendo y miro hacia los lados, sacudiendo los pantalones cortos vaqueros, como si nada.
Me acabo de dar cuenta de algo: Gonzalo está en la otra acera y se me ha quedado mirando desde ahí. Me sonrojo y miro hacia otro lado, se nota que esto no es un cuento de hadas: ni si quiera ha preguntado desde ahí si estoy bien.
¿Qué? ¿Veo bien? ¿Ha esbozado una sonrisa de contener la risa? Si es que... No sé por qué miro de reojo...
Por fin, he llegado a la puerta del instituto.
Exhausta, ando hasta el patio y, por ahí, entro al edificio.
Ese era un edificio bastante viejo: tenía grietas, paredes desgastadas, escaleras rotas por mochilas de ruedas y, a veces, goteras. Se mantenía como podía. Mucha gente había pasado largos años por esos pasillos, ahora desgastados. Y, hace mucho, algunos habrían tenido la suerte de estrenarlo.
Subo las escaleras, junto a algunos de otras clases y cursos que llegan tarde, como yo.
Al fin, llego a mi taquilla. La abro, abro mi mochila también, y meto los libros que no me hacen falta ahora. Me quedo mirando unos segundos la puerta de mi taquilla, decorada con alguna pegatina que se quita fácilmente. Muchas, cuelgan un espejito o, en casos más extraños, una cinta, que hace de bolsa, con objetos de maquillaje como barras de labios, rimel, colorete y brochas, muchas brochas.
Reviso que haya cogido las cosas de la asignatura que toca ahora: Física. En efecto, las tengo todas. Cierro la taquilla con un portazo y me dirigo a el aula de física.
La profesora es una vieja cascarrabias, con sombra de ojos azul super marcado y un pintalabios rojo, que no le queda bien. Siempre he pensado que se da muchos baños muy largos, porque está como una pasa, je.
Después de eternos 50 minutos que parecían milenios, toca la segunda clase: Mates. Me toca al lado de Gonzalo, no sé si podré si quiera mirarle a los ojos, después de que casi se riera de mi, junto a mi caída.
Vuelvo a mi taquilla, la abro al segundo inteto, miro las pegatinas, planteándome qué tal quedaría un pequeño espejo colgado, para ver mi fealdad. Dejo las cosas de física y cojo las de matemáticas.
—¡Hola, no te había visto aún!
Yo, me asusto, he de admitirlo: no me lo esperaba. Doy un salito atrás, se cierra mi taquilla de golpe con una mano morena: La de mi única amiga, Sonia. Con la puerta de la taquilla cerrada, veo su cara. Lleava gafas de pasta negras, escondiendo sus ojos color marrón claro. Tiene alguna peca inapreciable y unos labios bastante finos. Su pelo es largo y ondulado, le llega hasta el pecho. Tiene las puntas teñidas de rojo y, lo demás, marrón oscuro. Ella, al contrario que yo, es muy morena, no tiene granitos y es guapa.
— Uf, hola... —Digo aún con la mano encima del corazón, que palpita más rápido de lo normal — Me has dado un buen susto, no lo vuelvas a hacer...
— Ya veo, se nota. —Dice ella entre risas
En cuanto me recupero del susto y mi corazón palpita a su ritmo de nuevo, aparece por el pasillo la estúpida de Rebeca y su séquito de dos personas: Un chico mazado y una chica plana y castaña.
Rebeca es una arpía que me atormenta desde que soy pequeña. Es rubia con el pelo hasta el inicio del pecho, siempre recogido y ondulado en una coleta. Tiene los ojos verde oscuro y unos labios normales, ni muy carnosos, ni muy finos. Siempre va maquillada con un montón de colorete rosita, sombra de ojos azul pastel , un pintalabios rojo puro, mucho rimel e iluminador y cosas así. Tiene unos pechos y un culo enorme, con los que atrae a los idiotas. También, le encanta llevar unos pendientes de aro grandes color plata. Siempre lleva ropa que deje muy poco a la imaginación. Hoy lleva un top blanco con una cremallera dorada demasiada abierta, unos shorts vaqueros con los que enseña el culo y unas zapatillas blancas con cordón y plataforma de, mínimo, tres centímetros.
— Vaya, vaya, vaya... — Dice Rebeca con su irritante voz — Mirad a que pringada tenemos aquí — Concluye satisfecha con una risita de tonta.
— A la pringada que no piensa quedarse a escuchar tus estupideces, Rebeca —Respondo yo, con tono burlón.
Abro mi taquilla, esta vez a la primera, y cojo mis cosas de matemáticas. Cierro la taquilla, me despido de Sonia con la mano y tomamos los caminos contrarios, mientras Rebeca se queda aturdida, como la estúpida que es.
Entro en el aula de mates y veo a Gonzalo en su sitio, ya sentado. Me acerco, me siento en el mío, pongo mis cosas sobre mi mesa y saludo a Gonzalo, moviendo la mano enérgicamente, como una niña pequeña.
— Laho... Halo... Esto... —Hago una pausa de tartamudeos y consigo decir— Hola.
Sonrío tontamente y me lamento de mi misma, en mi interior.
— Hola... —Dice Gonzalo, con tono de "¿Qué mierda?".
Pip, pip, pipip, pipipip, pipipippipipipiiipipipipipipipipipiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Lo siento, ese era mi detector de vergüenza e idiotez, acaba de explotar.
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Prohibidas las perdices | lectoracualquiera
RandomNo todas las historias acabn en un "Y fueron felices y comieron perdices"...