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el calor abrasador del desierto se disipo en cuanto el sol se hundió en el horizonte y las dunas peinadas por el viento comenzaron a palidecer bajo la luz de la luna. El aire se tornó gélido en un instante y las rocas crujieron al verse sometidas al brusco cambio de temperatura.
Las drásticas oscilaciones entre el día y la noche no afectaban a los guerreros que avanzaban a través del desierto en un silencio preternatural que contrastaba con el clamor habitual de un ejército en movimiento. Sus pendones negros ondeaban bien altos, perceptibles en la noche solo porque obstruían momentáneamente la vista de las estrellas a su paso, excepto cuando la luz de la luna los iluminaba y hacia destacar claramente el inconfundible emblema de la dinastía de Novogus.
A primera vista se hubiera dicho que la columna de guerreros era una procesión de fantasmas, lo que no distaba mucho de la realidad, porque todos los soldados de Novogus, al igual que el propio rey, eran cadáveres andantes, muertos vivientes.
Sus cuerpos eran todos jirones y podredumbre, pero de sus espadas goteaba sangre fresca. Los soldados no muertos avanzaban de campo de batalla en campo de batalla, combatiendo sin descanso y aproximándose poco a poco a su destino final, al castillo de acero que flota en el cielo.
El castillo de biolito.Antes de su muerte, hace muchos, muchos años, muchos años, Novogus había sido un hombre atenazado por insaciables ansias de poder sobre las que el largo y frio sueño de la tumba no había tenido efecto alguno. El recién redivivo Novogus solo tenía una idea en la cabeza, que le consumía como la podredumbre que roía sus huesos: ser el señor del mundo.
¿Y porque habrían de menguar sus ambiciones después de tanto tiempo en la tumba? Al fin y al cabo, se le había ofrecido una segunda oportunidad de hacer realidad el sueño que había dado por perdido. Si no lo conseguía en esta ocasión, ¿Qué sentido tenia haber resucitado?
Ahora contaba un ejército que le permitiría satisfacer sus ambiciones. Cuando a uno de sus soldados le arrancaban un brazo, el volvía a colocárselo. Si le pulverizaban el cráneo, él lo sustituía por el de uno de sus enemigos. Si uno de sus hombres se desplomaba en la arena caliente, él lo rescataba de entre los muertos, tantas veces como fuera necesario.
Sus soldados no tenían voluntad propia. Su único objetivo era servir a Novogus. No les interesaba el botín, ni las mujeres, ni el vino, ni la gloria y no necesitaban ni comer ni beber. No había fuerza que pudiese oponerles resistencia. Si Novogus lo ordenase, proseguirían su marcha a través del desierto, sin detenerse, hasta el final de los tiempos.
A su cabeza marchaba un antiguo guardia mago de biolito que había olvidado a su señor e incluso su propio nombre y origen porque le habían conferido una nueva misión. Su tarea consistía ahora en liderar el ejército de no muertos haciendo ondear bien alto el pendón real. No debía cejar hasta llegar al
Castillo de Biolito (un minúsculo reflejo de luz lunar perdido en la distancia del cielo nocturno) y estrellarlo contra el suelo.-¡Vamas!
-Aquí estoy, mi señor.Por lo general el rey se expresaba con una voz bien modulada que contrastaba con su terrorífico aspecto, pero en esta ocasión no se había molestado en ocultar su enfado. Vamas era plenamente consciente de que su señor no era ni amable ni paciente, de modo que procuro evitarla mirada del rey cuando respondió su llamado.
-¿Hasta cuándo voy a tener que esperar para ver reventado contra el suelo ese infame castillo de biolito?
-Mi señor...Ni que decir tiene, Vamas no tenía respuesta a esa pregunta, y dudaba que nadie pudiese responderla, ni tan siquiera los "dioses" que según los impíos Vivian en el cielo. Sabía que su señor era extraordinariamente ambicioso, pero no era ningún imbécil. Si hacia una pregunta así solo podía ser por una cosa:
Estaba perdiendo la paciencia.
Novogus era un astuto estratega con un plan para cada ocasión, pero la guerra con Scion y los biolitos no se parecían a nada que hubiese encontrado en su experiencia previa. No era que sus tropas se viesen abrumadas por la superioridad numérica del enemigo, ¡ojala fuese tan simple! De haberle sido, a Novogus le hubiera bastado con recurrir a la magia para multiplicar sus efectivos y derribar el maldito castillo de acero.La guerra llevaba ya años en tablas, principalmente porque ambos bandos disponían de contingentes prácticamente inagotables. La situación hubiese sido inconcebible en un conflicto convencional, donde el bando con más efectivos y recursos normalmente gana por desgaste del rival o, si las fuerzas estaban igualadas, uno de los dos bandos consigue superar numéricamente al otro y se alza con la victoria antes o después.
Pero Scion podía continuar creando soldados indefinidamente; y si los soldados no muertos de Novogus caían en combate, el rey podida reavivarlos. El equilibrio de fuerzas nunca se alteraba, haciendo que la guerra pesadillesca se dilatase sin esperanza de un posible final. Era normal que Novogus se desesperase. Sin duda, lo mismo le ocurría a Scion.
Vamas no osaba mencionar la posibilidad de retirarse o rendirse, porque sabía que ambas opciones eran impensables para Novogus, así que el biolito se devanaba los sesos para encontrar una posible solución. Finalmente, tuvo una idea:
-Mi señor, ¿y si entonásemos la letanía de la salvación?Desde hacía mucho tiempo, el pueblo de la tierra venia transmitiendo de generación en generación una ceremonia secreta que garantizaba su supervivencia en un entorno hostil. La ceremonia servía para invocar al custodio del pueblo de la tierra, San Val na Vos, y obtener a través de las revelaciones divinas. El rito de invocación recibía el nombre de letanía de la salvación.
Al oir esta sugerencia, Novogus abrió ligeramente los ojos y frunció los labios Vamas tardo unos instantes en comprender que su señor estaba sonriendo.
-Magnífica idea, Vamas. ¡Vaya! ¡Ni se me había ocurrido!
-Muchas gracias, mi señor.Si tenía éxito la invocación, Novogus podría dominar a San Val na Vos y obtendría la ventaja necesaria para arrebatar la victoria. Además, a Novogus le seducía la idea de dar órdenes a un ser tan poderoso... con estas elevadas reflexiones ocupándole la mente, Novogus se dirigió a Vamas.
-Haz los preparativos necesarios. Veremos que dice Scion cuando aparezcamos con un dios a nuestras órdenes...
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Habían transcurrido muchos siglos desde la última invocación de la letanía de la salvación y nadie recordaba el ritual. O único que se mencionaba en las leyendas era su nombre. Pero Novogus, famoso en el mundo entero por su dominio de las artes mágicas, era probablemente la única persona en el mundo familiarizada con la ceremonia.
Para ser un antiguo rito de invocación divina, la letanía de la salvación era en realidad muy simple formalmente. Solo hacían falta dos cosas: un círculo trazado según arcanas instrucciones y un conjuro sagrado para invocar a un dios.
El conjuro, sin embargo, hubiera aparecido como un amasijo de silabas sin sentido a los no iniciados. Únicamente aquellos que conocían la antigua lengua en la que estaba redactado serían capaces de reconocer las palabras y emplearlas para ordenar a una deidad que se presentase en el mundo de los mortales.
En cuestión de magia, generalmente, cuanto más poderoso es el conjuro, más simple es el ritual que lo acompaña, ya que importan más la capacidad y el poder innatos del brujo que la complejidad de los preparativos. Novogus naturalmente, tenía una enorme capacidad para la magia y estaba dotado de un poder desbordante, de modo que cuando llego la luna llena procedió a ejecutar la letanía de la salvación con calma y determinación, acompañado únicamente por su leal vasallo Vamas.
Pero Novogus había olvidado un detalle esencial: que la ceremonia no solo se basaba en los conocimientos de magia del oficiante, sino también en sus motivos, y se daba la circunstancia de que el objetivo que perseguía Novogus era demasiado siniestro para ordenar a un dios que descendiese de los cielos...
Novogus inicio la invocación sagrada colocando trozos de olorosa resina de aquilaria en el interior del círculo mágico, a modo de marcadores. La arena del interior del círculo, iluminada ya por la luna, comenzó a palpitar y a vibrar. Novogus y Vamas contemplaban la arena en movimiento esperando ver a San Val na Vos manifestarse de un momento a otro y no estaban preparados para la forma monstruosa que emergió en su lugar cuando el frenesí de arena alcanzo su clímax: un informe ser de brazos y piernas putrefactas y ojos muertos. Novogus, que creía haber olvidado el significado de la palabra miedo, se estremeció. Desde luego, ese no era San Val na Vos y si era un dios, es sin duda un dios de la muerte. Entonces, con una voz grave, queda y susurrante como arena que se desliza entre huesos, el monstruo hablo:
-Soy el Sepulturero. ¿Quién me llama?