Draco Malfoy entró en su casa por la chimenea principal, situada en el salón. La vivienda había sido regalo de bodas de sus padres: era un caserón antiguo, de dos plantas, situado en las afueras de Londres. Astoria y él lo habían decorado con muebles de maderas nobles en tonos claros, lujosos, pero se habían alejado del tradicional estilo oscuro y recargado de sus familias. El resultado era un hogar luminoso y despejado, con amplios ventanales. Las sombras estaban recluidas en cuartos de difícil acceso, alejadas de la vida familiar.
Subió las escaleras y, en el pasillo del primer piso, Astoria dio un respingo al ver llegar a una mujer rubia.
—Te dije que me iba a poner la máscara... —le recordó Draco. Se retiró el antifaz para recuperar su verdadero aspecto.
—Me olvidé de eso. Además, siempre te da un cuerpo diferente, ¿cómo voy a saber que eres tú? —se quejó ella.
—De acuerdo, lo que haremos la próxima vez será...
Una pequeña explosión interrumpió la conversación de la pareja. Venía del laboratorio de pociones que tenían en el jardín trasero. El mago notó la mirada de ira de Astoria y la paró antes de que bajase las escaleras.
—Ya voy yo a hablar con él —pidió.
—No, siempre lo disculpas y por eso se cuela una y otra vez en el laboratorio. ¿Y si le pasa algo? Se acabó, va a estar castigado hasta que vuelva de Hogwarts en Navidad. En la Navidad de dentro de cinco años, y si es prefecto.
—Bien, ese será el castigo. Pero deja que se lo diga yo.
—Sois tal para cual. Espero que el bebé sea una niña y tenga algo de sentido común. Y el pelo moreno, con dos rubios en casa tengo bastante —protestó—. Ve tú, guardo yo la máscara, pero esta vez Scorpius no se va a librar.
Draco le tendió el objeto mágico, descendió rápido las escaleras y salió al jardín por la puerta trasera de la cocina. Según se acercaba al cobertizo en el que tenía el pequeño laboratorio, escuchó a Scorpius negociar con Ren, su elfo doméstico favorito.
—Quería probar una poción que había en un libro que encontramos en casa de Odette. Añadí cola de escreguto, claro. Porque el escreguto de cola explosiva siempre viene bien, ¿no? Si no se lo dices a mis padres, te daré mi postre durante una semana.
Draco tuvo que pararse en la puerta del cobertizo hasta que pudo aguantar la risa. En cuanto se controló, frunció el ceño y entró. La estancia era pequeña, apenas constaba de una mesa de mezclas, una estantería con diferentes calderos e ingredientes y un fregadero. Como medimago, no necesitaba más. La luz que se filtraba por la única ventana mostraba a un Scorpius Malfoy con la cara manchada de hollín. Sostenía un matraz que dejó con rapidez a un lado en cuanto vio a su padre. Ren aprovechó el momento para escabullirse y dejarlos a solas.
—Scorpius Malfoy, ¿has entrado otra vez a hurtadillas en lugares prohibidos? ¡Vas a estar castigado hasta navidades!
—¿Sin qué me vais a castigar esta vez? —preguntó el niño con preocupación, mientras abría mucho unos ojos verdes que relampagueaban en medio del rostro marcado por manchas negras. Mechones desgreñados de pelo rubio, casi albino, caían sobre la frente en contraste con el tizne.
Draco se quedó en blanco, no habían hablado del castigo, solo de las fechas. Dudó unos segundos antes de contestar y Scorpius detectó el olor a indecisión.
—Ya lo pensaremos, pero será hasta navidades seguro. ¿Qué hacías?
—Es que estaba en casa de Odette y no encontramos las instrucciones de la maqueta de las Arpías de Holyhead pero vimos algo mejor: un libro de pociones. Pensamos: probar pociones según la receta está bien y estaría aún mejor con un poco de escreguto de cola explosiva... Como allí no tienen donde hacerlas, vine aquí para llevársela mañana a Hogwarts. No fue buena idea, ¿verdad?
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El profesor de Defensa contra las Artes Oscuras.
FanfictionTras unos años ejerciendo como medimago en San Mungo, Draco Malfoy ingresa en Hogwarts como profesor de Defensa contra las Artes Oscuras, el mismo curso en el que su hijo Scorpius empieza en la escuela.