Visita a la enfermería

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Durante el desayuno de la mañana siguiente, los alumnos estaban inquietos y el ambiente era excesivamente ruidoso en el Gran Comedor. Ni profesores ni prefectos estaban presentes y nadie controlaba a los niños. En cuanto Draco Malfoy entró por la puerta, llamó al orden y el volumen bajó en las mesas de las casas.

«¿Dónde se han metido los prefectos? Estar presentes durante las comidas es parte de sus tareas. Ya hablaré con Nott y Bulstrode. ¿Y el resto de profesores? Supongo que desayunan en sus dependencias», pensó frustrado.

Se sentó solitario en la mesa y poco después Firenze llegó y apartó la silla que estaba a su lado para poder comer juntos. El mago observó con disimulo los alimentos que escogía el centauro y comprobó que llevaban una dieta similar: té, salchichas, panecillos...

—Draco Malfoy, pedí ayuda a las estrellas para mis clases y veo que mis plegarias han sido escuchadas —saludó a su compañero—. Si quisieses auxiliarme con los niños de primero, podríamos impartir la segunda clase de Astronomía en sabbat.

Draco lo miró con horror: de ningún modo iba a consentir que Scorpius saliese los sábados por la noche a más de cuatro pasos de su cama.

—Esperaba leer esa expresión en tu rostro, pero sé que verás las ventajas: los pequeños tienen dos clases de Astronomía semanales, que terminan muy tarde. Al día siguiente madrugan y todos los profesores los notan cansados y dispersos. Si cambiamos una clase al sábado podrán dormir entre semana y tendrán menos tentaciones de escaparse detrás de los mayores a Hogsmeade.

Draco se lo pensó un poco. Scorpius no tendía a hacer travesuras por sí mismo, pero si alguien se las ofrecía en bandeja... Alguien como Odette...

—Explicado así, no es tan mala idea.

—Además, sabbat es una noche especial, un cambio de ciclo, es la noche perfecta para leer presagios —argumentó con entusiasmo el centauro—. Si te parece bien, hablaré con la directora del tema. Seguro que está encantada de que todas las coincidencias nos lleven a un mismo objetivo.

«O no. A saber si quiere dejar a los niños con un centauro y un exmortífago sueltos por Hogwarts un sábado por la noche. Ya veremos», pensó Draco mientras asentía a su compañero.

Desvió la vista para fijarse Scorpius, que se acercaba a la mesa vestido con un impecable uniforme.

—Papá... Profesor jefe Malfoy... papá —saludó el niño, sin tener muy claro cómo saludar—. ¿Me acompañas a la sala común? —pidió.

—Claro que sí, me da tiempo antes de que empiece el claustro —respondió Draco tras consultar el reloj. Se despidió de Firenze, bajó del altillo en el que estaba la mesa de profesores y padre e hijo salieron juntos del Gran Comedor.

—¿Sabes, papá? El Sombrero seleccionador y yo hablamos mucho rato porque me dijo que podía ir a donde quisiese, pero al final me decidí por Slytherin porque quiero ser alguien y eso es ambicioso —razonó el pequeño de camino a las mazmorras del castillo.

Draco lo miró con una mezcla de orgullo y preocupación. No eran pocos los magos que pensaban que el Sombrero seleccionador hacía escoger casa demasiado pronto y la conversación con Scorpius hacía que se inclinase hacia esa teoría.

—¿Estás contento en Slytherin? —preguntó.

—Sí, mucho. Mis compañeros son simpáticos y los mayores me tratan bien.

Draco se puso delante de la puerta que daba a la sala común de Slytherin y se agachó para ponerse a la altura de su hijo.

—Me alegra verte contento. No te olvides de escribir a mamá, espera tu carta.

El profesor de Defensa contra las Artes Oscuras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora