La Sección Prohibida de la biblioteca

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Draco Malfoy tuvo la prudencia de saludar a Irma Pince en cuanto entró en la biblioteca: ningún profesor quería enfrentarse a la bibliotecaria de Hogwarts; el celo con el que cuidaba de sus dominios despertaba tanta admiración entre el claustro como miedo a las consecuencias de maltratar algún libro.

Subió a la Sección Prohibida, que ocupaba gran parte de la segunda planta. Apartada de la sala de estudios, las estanterías de madera oscura se alzaban hasta los techos para formar un intrincado laberinto en el que era fácil perderse. Nada había cambiado allí desde que Draco fuera alumno de Slytherin, conocía de memoria cada rincón. No era algo que admitiese en público, pero de niño solía vagar por esa parte del castillo para estar solo (Crabbe y Goyle jamás lo seguirían hasta allí); la única visita inoportuna que podía aparecer era Granger y nunca le había costado esconderse de ella. El profesor pasó por delante de una extensa librería sobre objetos malditos y estuvo muy tentado de quedarse en ella, pero le ocupaban asuntos más urgentes. Se alejó con tristeza de tomos con títulos tan prometedores como: «Alegato en favor de los objetos con hechizos defensivos», «Breve historia de los objetos encantados» o «Protege tus posesiones más preciadas», y se internó en un pasillo cercado por volúmenes sobre historia del mundo mágico. No tuvo que buscar mucho para encontrar un ejemplar sobre la historia de los elfos domésticos. El lomo rezaba: «Crónica de la adopción de los elfos domésticos».

«Los eufemismos en los títulos de la Sección Prohibida darían para una gran enciclopedia», pensó mientras negaba con la cabeza. Ojeó el primer capítulo para ver si era lo necesitaba y se paró en un párrafo que le llamó la atención. «Los elfos domésticos no son autóctonos de Gran Bretaña», empezaba, «se cree que están emparentados con los lutines del norte de Francia. El primer documento en el que aparecen es "La venida de Guillermo I el conquistador" y...». Cerró el tomo con un sonoro golpe.

«¿A qué poderosa familia mágica de origen normando concedió Guillermo I tierras en Gran Bretaña? A los Malfoy. Joder, sería estupendo, por una vez, investigar alguna antigua conspiración mágica y no estar en medio. Lo llevamos en la sangre desde hace generaciones. Normal que padre y madre estén decepcionados conmigo». Caminó entre estantería y estantería, intentando quitarse de encima la sensación de hartazgo, hasta que tuvo los ejemplares que necesitaba: «Adivinación y locura: la fina línea que los separa» y «Maldiciones ocultas: el gran misterio».

Antes de salir de la biblioteca, Irma le hizo firmar un recibo por los dos libros. Una vez terminado el trámite, el mago se dirigió a su despacho para empezar a trabajar de inmediato.

***

Como siempre que le esperaban muchas horas de estudio por delante, Draco se sentó ante el escritorio acompañado por litros de té y una caja de golosinas mágicas variadas: le ayudaban a pensar. Tenía mucha experiencia investigado maldiciones: tanto en San Mungo como en el Ministerio se había topado con ellas. En el hospital habían sido casos sencillos para alguien con su carrera en Artes oscuras. Dolorosos y duros como el de Odette, pero no difíciles de resolver. Había encontrado maldiciones de sangre que pasaban de generación en generación, víctimas de objetos tan oscuros que nunca deberían haber salido de las colecciones privadas en los que se ocultaban, bombas de la II Guerra Mágica que explotaban con retraso... Sin embargo, los asuntos que concernían al Ministerio eran mucho más complejos, un reto. La lista de casos resueltos era larga: la purista de la sangre que había hechizado a sus vecinos para que matasen a toda su familia, el tutor de San Mungo que ejercía pequeñas dominaciones en los alumnos para usarlos dentro de Hogwarts, las cartas enviadas a la jefa del departamento de Seguridad Mágica cargadas de veneno... Cada investigación era una pequeña decepción con el mundo mágico. Astoria odiaba esos trabajos, siempre insistía en que no los aceptase, decía que lo acercaban a la oscuridad y a las sombras, que los usaba para aferrarse a un complejo de culpa que debería haber superado hacía tiempo, que se esforzaba demasiado en purgar pecados cometidos durante una guerra en la que no era más que un crío, un peón. Como siempre, tenía razón. A Draco le encantaría poder mentir y convencerla de que los casos no le afectaban, pero los gritos de las pesadillas lo delatarían por la noche. Esperaba librarse de todo eso en Hogwarts, pero no había tenido esa suerte.

El profesor de Defensa contra las Artes Oscuras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora