La mentira

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El dos de febrero era una noche destacada para todas las criaturas mágicas, una de las más poderosas del año. Y en especial lo era para aquellas que poseían el don de la adivinación, ya que recibían augurios y presagios importantes que no debían ignorar. Jake Chambers lo sabía y por eso se había encogido dentro de su cama hasta hacerse un ovillo bajo las mantas. Firenze y Trelawney le habían sugerido que pasase la noche en la enfermería, pero prefirió quedarse en su cuarto, con Peter. Si los sueños lo confundían, si los presagios hacían que tuviese un ataque, sería el primero en devolverle a la realidad, siempre lo hacía. Aunque estaba inquieto, cerró los ojos y se sumergió en el sueño con el deseo de ver lo que los hados querían mostrarle. Ese anhelo lo llevó hasta Hogwarts, otro Hogwarts. El castillo era más luminoso, más joven, y Jake levitaba sobre él, incorpóreo e invisible, como si fuese un espíritu. Descendió para atravesar los muros de la escuela y vagó por pasillos vacíos y yermos hasta que sintió una presencia cuya ira perturbaba la calma del edificio. Jake flotó hasta que encontró la fuente de esa rabia: provenía de un solitario mago que se internaba en las profundidades de las mazmorras. El adolescente fue en pos de él y se acercó para intentar distinguir sus rasgos, pero solo consiguió identificar una larga barba blanca. La túnica de la figura arrastraba por el suelo, algo propio de una moda tan antigua que únicamente la había visto en los cuadros más añejos de los escuela. Las sombras se extendieron y, como si todas las luces del mundo se apagasen a la vez, se hizo la oscuridad. Jake se sintió perdido y desorientado hasta que un pequeño brillo destacó entre las tinieblas: venía del mago, que ahora blandía una varita mágica. Conjuró sin hablar y alrededor de él empezó a surgir una sala. Primero el suelo, formado por bloques de granito; después se elevaron a los lados unas gruesas columnas adornadas con grabados de serpientes y el techo apareció sobre sus cabezas para poner fin a los recargados pilares. Al fondo de la estancia se alzó un muro, en el que empezó a dibujarse un rostro pétreo y temible. Jake dio un paso atrás, invadido por el pánico.

«No quiero ver más, no quiero saber quién es ese mago. Quiero irme de aquí». Su deseo se cumplió y se vio inmerso de nuevo en la negrura. «¡Lo he hecho! ¡He tomado el control de la visión! Vale, ahora sí puedo seguir un poco más sin volverme loco. Ahora sé lo que pasa, conozco mi camino. Si debo ver esto, lo haré», pensó para infundirse algo de valor.

Cerró los ojos con fuerza y al abrirlos regresó a la sala. Comprobó con alivio que estaba de espaldas al rostro de piedra. Ahora el lugar estaba iluminado por incombustibles antorchas mágicas. En el centro de la estancia estaba Scorpius Malfoy junto con otros dos compañeros de primero, un niño y una niña. Había algún tipo de ritual en marcha, uno que había marcado el granito con rayas de tiza, uno que parecía demasiado oscuro y siniestro para ser llevado por alumnos tan pequeños. Un nuevo escalofrío de terror recorrió la espalda del adivino. El profesor Malfoy irrumpió en la escena y toda ella pareció desdibujarse con él. Jake parpadeó para aclarar la vista y descubrió a los tres niños en el suelo, rodeados de un gran charco de sangre; no había rastro de su maestro. No pudo contener una exclamación de sorpresa que hizo estallar la estancia como si fuese un pompa de jabón. Cuando esta se recompuso, Scorpius y su amigo estaban en pie, y eran el profesor Malfoy y la pequeña quienes yacían inertes sobre el piso.

«¿Están muertos? Sí lo están, por eso lo veo.»

Por última vez las sombras se deshicieron y al reagruparse dejaron a la vista a la fallecida alumna, rodeada por los tres magos.

«Siempre muere ella. Da igual lo que decidan, lo que pase o la realidad en la que estemos, la niña muere», pensó lleno de pesar.

Se despertó con la cama revuelta, el rostro húmedo y Peter a su lado, que lo abrazaba con fuerza.

El profesor de Defensa contra las Artes Oscuras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora