El equinocio de primavera

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El duro invierno reculó para dar tregua al castillo de Hogwarts. Las temperaturas se suavizaron durante unas semanas tranquilas en las que profesores y alumnos pudieron recordar cómo transcurría un curso sin grandes sobresaltos. Así llegó el equinocio de primavera, que marcaba la cercanía de los exámenes finales. En el bosque del centauro, la tensión era palpable: los alumnos de séptimo estaban nerviosos y el profesor portaba un aire serio y solemne.

—Hoy practicaremos para el EXTASIS de Defensa contra las Artes Oscuras —dijo Draco en un tono cortante—. Esforzaos porque no consentiremos que dejéis en mal lugar al colegio frente a los examinadores del Ministerio.

Hizo una pausa para que los chicos reflexionasen sobre el compromiso que implicaba la lección de ese día. Con el permiso de Firenze, Draco había transformado el aula de Astronomía en un circuito en el que los alumnos tenían que superar diversas pruebas: hechizos, criaturas mágicas y objetos malditos. Había resultado un trabajo muy laborioso, pero estaba seguro de que un ejercicio práctico era la mejor forma de aprender y recordar la materia para el examen.

—Iréis por parejas. Lupin y Bulstrode, sois los primeros —ordenó. No pudo evitar una velada sonrisa al ver el pequeño gesto de desagrado de la prefecta de Slytherin; Nigela había superado algunos de sus prejuicios ese curso pero aún le quedaba trabajo por hacer. Cuando estaban a punto de comenzar, McGonagall interrumpió la clase con aire festivo.

«Está contenta. ¿Han vuelto a poner las casas? ¿El Elegido está de visita?», pensó el profesor.

—Draco, tienes que irte: tu mujer acaba de ingresar en San Mungo, parece que pronto seréis uno más en la familia.

—Una, es una niña. Gracias, Minerva —contestó algo nervioso.

—La chimenea de la enfermería está preparada, ya me encargo yo de los alumnos —anunció la directora.

Sin perder ni más tiempo ni la sonrisa, el profesor Malfoy se apresuró a partir rumbo al hospital.

***

Holly salió de la chimenea de San Mungo cargada con un café de Starbucks, un enorme oso de peluche y un ramo de flores formado por lirios, gerberas, astromelias y margaritas. Tanto las flores como el juguete eran de color blanco: el favorito de Astoria. En cuanto vio toda la actividad que había en el hospital se sintió como en casa; le gustaba trabajar en Hogwarts, pero a veces echaba de menos el movimiento que había en su antiguo puesto.

«Ojalá McGonagall aprobase alguna asignatura de primeros auxilios mágicos, aunque fuese una extracurricular», pensó según caminaba por los pasillos. Se paró varias veces para saludar a amigos y antiguos compañeros. Cogió el elevador y subió hasta la sexta planta, a maternidad. Era un lugar agradable, bien iluminado, pintado en colores claros y decorado con dibujos alegres.

«Habitación 619, aquí es.»

Llamó a la puerta y entró en cuanto escuchó la voz de Astoria. Su amiga estaba en cama, con la nueva miembra de la familia Malfoy en brazos, bien envuelta en una manta con pequeños dragoncitos verdes.

—Holly, ¡qué alegría verte! —saludó. La maga se incorporó contenta de ver a su amiga—. ¿Pero qué has hecho? —exclamó junto a una alegre carcajada al ver el enorme peluche.

—Y unas flores para ti, un peluche para Lyra y un frappuccino de calabaza picante para mí —dijo. Puso los regalos en la butaca del cuarto y apuró de un sorbo su bebida—. ¿Cómo estás?

—Muy cansada, pero me encuentro mejor que durante el embarazo —contestó aliviada—. Han sido nueve meses agotadores, ¡con lo fácil que fue con Scorpius!

El profesor de Defensa contra las Artes Oscuras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora