Capítulo 30: Sé libre, mi pequeño capibara.

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Gracias a Dios, no había ido demasiado lejos. No necesitaba de forma imperiosa que se perdiera el primer día que la sacaba de casa, bajo mi completa responsabilidad. Perder la cabeza por esa gilipollez sería incluso más pésimo que perderla porque mis padres supieran identificar mi cara de después de follar (que, según Scott, era increíblemente épica).

Lejos de mis temores de que se fuera derecha a la barra, se Diana se había inclinado a observar el dinero de la pecera, que aumentaba a pasos agigantados, de tal manera que Jordan apenas daba abasto y necesitaba recurrir a una de las camareras del bar que casualmente pertenecía a su familia, de piel pálida, labios carnosos y pelo recogido en trenzas de millones de colores. A pesar de que todo el mundo se quedaba mirando a la chica un par de minutos la primera vez que la veían (vale que fuéramos londinenses, pero en las afueras no ves lo mismo que en el centro real), la modelo no parecía impresionada por las pintas. Ni siquiera había un deje de curiosidad realmente incrédula en su expresión mientras examinaba la pecera.

-¿Vas a echar algo, o qué?-espetó la camarera, después de hacer un ademán en nuestra dirección, como reconociendo nuestra presencia.

-Relájate, cría, sólo estoy mirando.

-Seguro que no has visto tanto dinero en tu vida-se burló la camarera, echándose a reír, como si eso fuera su sueldo de una noche, cuando lo cierto era que Scott y yo habíamos conseguido sonsacarle que no manejaba tanto dinero ni en un trimestre. A veces, "los padres de este hijo de puta me explotan", esgrimía. Otras, "lo que os pasa es que sois una panda de niños ricos y mimados que no saben qué hacer con su dinerito, porque tenéis demasiado miedo de pasároslo por el culo, no vaya a ser que os rasque" gruñó.

La primera noche que nos soltó semejante perla, Scott se la folló en el baño que tenía la puerta rota, pero mi hermano de otra madre era un campeón al que había que dedicarle sus merecidas décadas de estudio. Eso, y que era su manera de lidiar con las críticas y de mantener a todo el mundo a raya.

-Un pezón mío vale cinco veces lo que sacaríais en un año si llenarais la pecera cada noche, pero aprecio tu esfuerzo-respondió Diana. Jordan se echó a reír cuando la chica alzó las cejas.

-¿De verdad no sabes quién es?

-Si lo supiera, no llevaría esas pintas.

Y se alejó en busca de Bey y Tam, con nosotros dos como escolta. Escuché por encima de la música tronante cómo Jordan le explicaba con pelos y señales el negocio que podrían hacer ahora que estaba aquí.

Como si nunca hubiera tenido hijos de nadie de One Direction bajo su techo.

Bey se atusaba el pelo con los dedos de una mano mientras sostenía un Martini entre los otros.

-¿Qué se celebra?-inquirí, quitándole la copa de la mano. Scott se dejó caer en el sofá, levantó dos dedos en dirección a la barra y asintió, para después taparse la cara un segundo.

-La incorporación de una nueva joyita a mi corona particular.

Diana sonrió.

-Voy a ser una tía influyente de mayor, te recomiendo que sigas pulida y brillante, mi amor.

-Eso procuraré-se carcajeó la americana, aceptando una de las copas que llegaban. Concretamente, la que iba a ser para mí.

Se cruzó de piernas y miró cómo Scott daba un largo sorbo, cerraba los ojos, saboreando la bebida, y luego encendía su radar. Tamika se echó a reír viendo cómo escaneaba la sala en busca de tías buenas dispuestas a pasárselo bien una noche.

Chasing the stars [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora