Las Personas Felices no tienen Historias.

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Nota del autor: El siguiente relato nació sin ningún beso. 

No tenía nada, nada sobre el papel, ninguna idea yacía en el escritorio, tampoco bajo el bolígrafo, ni dentro de él, más que la tinta inmóvil, neutral y fría como Plutón y sus 235ºC bajo cero.

Las palabras no se deslizaron como cada noche por su brazo derecho en un picado doble hasta el blanquecino océano del papel. No bailaba el bolígrafo como solía hacerlo, a deshora, acompañado del flexo, el whisky y la luna sobre los tejados de París que entraban por su ventaba acariciando la cortina suavemente.

Otro trago y pasó la mano mesando sus cabellos, hacía calor y estaba siendo una noche difícil en cada uno de los sentidos de la expresión.

La radio a pilas que había en la repisa del cuarto fue su Plan B, la encendió luchando un instante con su regulador de frecuencia, estaba estropeada pero el altavoz ya lanzada los ondas radiofónicas de la cadena Calm Radio, que emitía una canción de David Nevue llamada In God´s Hands.

Como dijo un físico español "la música era un arte cercano a la mecánica cuántica". Y esta, como la escritura o la pintura eran todas misterios que se regían por las mismas cuerdas del universo, que formaban una misma red, como en esa canción a piano que le ofrecía la vieja radio, como si esas manos de Dios fuesen las de una gran araña que hubiese compuesto una hermosa tela con todas las materias artísticas, uniéndolas entre sí, configurando una precisa armonía que se complementase así misma, un enigma lírico indescifrable regalado a los hijos de Adán y Eva.

-Devuélveme mi musa. Musitó cabizbajo a la madrugada de París mientras se apoyado en el quicio de su ventana . Sosteniendo el vaso de whisky, posaba sus ojos en las luces de la ciudad del amor.

Lo peor de aquel bloqueo no era no saber llevarlo con madurez, lo peor de no tener nada que escribir era que no podía darse un descanso. Tenía que pedirle una tregua a aquel desconocido del Café. Una tregua para poder pensar y saber qué estaba ocurriéndole. Lo único que ahora tenía era  un billete de diez euros en la mesita de noche, y la certeza de buscar a ese muchacho.

Se encontraba en el centro del universo, por primera vez no podía contar él la historia; quizá porque había llegado el momento, le tocaba a él.

Durante toda su vida había sido escritor, un mentiroso profesional, como solía decir de sí mismo, no tenía sentido no poder escribir a estas alturas, solo necesitaba hacer aquello que tantas veces hizo antes, poner el lápiz sobre una libreta y ser libre, volar. Pero por fácil que pareciese, no pudo soltar una sola frase coherente.

Dio otro trago.

Siempre amó sus relatos y vivió las cosas más bellas de su vida en sus historias, siendo joven se había hecho demasiado mayor para no haber conocido nunca una mujer capaz de hacerle levantar la vista de sus escritos, de dejar aparcado su libro de notas al despertar y preparar un desayuno en la cama, con mermelada roja y un Buenos Días Cariño, especial de enamorado.

Se giró y miró al escritorio pensativo.

Reconocía que aun siendo un contador de cuentos, de mentiras, se repetía, el Arte siempre fue verdad. Y la realidad era que en su interior no había palabras, no encontraba metáforas y posiblemente se le hubiesen caído los argumentos de vuelta por Rue Au Sort , no le quedaban frases exclamativas y enunciativas, ni respuestas ingeniosas a preguntas sarcásticas entre personajes carismáticos, rodondos... solo había un beso.

Únicamente un beso.

Un beso corto, pero tan fuerte que llenaba cada rincón dentro de él. No le cogían ideas, no le cabía inspiración, nada más que el recuerdo de aquel muchacho del Café Souris, sus vaqueros y su camiseta vaquera remangada hasta el codo. Recordaba el paquete de Lucky Stike en su bolsillo.

Se había quedado vacío.

Desde hacía mucho era el dolor que la vida había dejado en él, con la muerte de su madre a los quince años, el embargo del hogar donde creció a los diecisiete y una salud precaria en su padre llenaba las palabras en sus publicaciones, y la belleza era innegable. La inspiración como las flores, crecen del estiércol, del gris de lo acabado y del luto de tristeza y soledad. El dolor es el interruptor y la melancolía es la vitamina del que tiene algo interesante que decir, de toda belleza.

Pero desde el encuentro en el Café Souris junto al idílico Versalles. Bajo 19 lamparas con estilo industrial, envueltos de una decoración colonial con aroma a café tostado y el frío artificioso del aire acondicionado que proporcionaba un frío sudor, un escalofrío en su espalda, el muchacho se había llevado toda su inspiración, le robó cada palabra, cada suspiro, cada nostalgia y cada anhelo, nunca más podría volver a escribir, temía desesperado, no podría esbozar a carboncillo un atardecer sobre el Sena, ni siquiera tararear una canción. Porque aquel beso se llevó con él todo lo que le quedaba por decir al mundo sobre sus frustraciones, sueños torcidos y desengaños. Lo dejó tan vacío como uno de sus folios en blanco, para después, con la misma vibración de un colibrí que recoge el néctar sutilmente, llenarse irreversiblemente de ilusión cada espacio de su ser, cada átomo podía un poco más. De miedo. De esperanza.

Tenía que volver a ver a ese chico y hablarle de ese beso, quizá pudiera darle otro, quizá pudiera recuperar aún sus palabras, una frase acertada y crear una historia más para su editora, quién sabe, tal vez encontrar algo más, quién sabe.

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