Los Guardianes del Alma

1 - EL ANIVERSARIO

Los rayos del sol veraniego se filtraban por las finas cortinas de hilo, proyectando una luz anaranjada sobre sus soñolientos párpados.

Poco a poco, se fue despertando y, minutos después, saltó de la cama dispuesta a afrontar aquel día amargamente especial.

El silencio en la casa de verano de los Garner, indicaba que aún era demasiado temprano para que la actividad hubiera comenzado, dándole una maravillosa ventaja.

A los pocos minutos, una veloz Alice entraba en la cocina con el sigilo de un gato y, tras coger una manzana verde del frutero sobre la encimera y una botella de agua fría, salía por la puerta trasera.

Dejó su mochila junto a las provisiones en la cesta de su vieja bicicleta y empezó a pedalear hacia el bosque como si el mismísimo demonio la persiguiera.

Los trinos de los pájaros eran sus únicos acompañantes mientras el recuerdo triste de la fecha en la que se encontraba atenuaba el brillante sol y el verde paisaje.

Aquel día había marcado un antes y un después en la vida de una pequeña niña llamada Alice, de apenas seis años de edad, de rizos castaños, sonrisa dulce e inusuales ojos violetas. La misma Alice que, doce años después, corría a refugiarse en un claro del bosque para huir de la que, desde aquellos últimos años, había sido su familia.

El sudor ya perlaba su blanca piel y rizaba los cabellos de su nuca para cuando dejó la bicicleta apoyada contra un árbol.

Bebió un trago de agua y se sentó, apoyando su espalda sobre una antigua secuoya, la misma que, verano tras verano, escuchaba sus penas y el pesar de no pertenecer a ningún lugar en concreto.

La joven Alice fue testigo de un trágico accidente que terminó con la vida de sus padres y había condenado a su tío Larry, el hermano de su madre, a una silla de ruedas.

Ella apenas recordaba nada de lo sucedido, pero sabía que su tía, Eleanor, le guardaba un rencor especial ya que, en cierta forma, la culpaba a ella de que su marido estuviera incapacitado.

No sabía exactamente la historia ya que, siempre que alguien la sacaba a relucir, la culpabilidad de Alice era tan grande que procuraba marcharse de la habitación o intentar evadirse en su fantasiosa mente para que los recuerdos no la dañaran más pero, a pesar de ello, siempre alcanzaba a oír la misma frase recitada por su tía:

"Si hubieras hecho caso a tu madre, el incendio no habría tenido lugar, nada malo le habría pasado a tu tío Larry y yo no tendría que criarte como a una hija porque aún tendrías padres"

Lamentablemente, la imaginación que tanto le servía para huir de sus problemas, también alimentaba las más descabelladas teorías sobre la causa del incendio que redujo a cenizas su casa, mató a sus padres e hirió de gravedad a su tío al ponerla a salvo a ella.

Durante varios años, intentó recordar lo sucedido, recomponiendo el puzzle de su pasado con piezas rotas y desvaídas pero, por mucho que lo intentó, no fue incapaz de saber cuál había sido la verdadera causa. Quizás, había estado jugando con cerillas o, tal vez, unas velas en su habitación fueron las causantes del peor de sus males.

Por suerte, o por desgracia, con el paso de los años y la aparición de su forzada madurez, decidió encerrar todo aquello en una caja en lo más profundo de su corazón para jamás volver a abrirla aunque, eventualmente, su tía y su prima Mandy intentaban forzarla y algún rayo de dolor y culpabilidad atormentaba su alma.

Aun así, el equilibrio existía en su vida y, tal y como le gustaba pensar, las cosas malas eran compensadas en la misma medida por algunas buenas y, para Alice, eran dos personas: su tío, que, a pesar de su situación, era un ser dulce y amable con ella, que jamás había insinuado que fuera la causante de su estado, y su primo mayor, Ryan. Él era quién más luz y esperanza arrojaba en su gris vida.