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Cuando Eva divisó el lugar donde iba a vivir los próximos años se sorprendió. No de la buena manera, no... claro que no. Era de esas sorpresas que odias, que amargan tu día, y en este caso, tu vida.

Pensó que quizá su futuro hogar no era ese, que pasaron por allí por mera casualidad.

—Mamá, ¿falta mucho para llegar? Tengo hambre.— comentó mirando por la ventana.

Al ver que su madre no respondía, se giró alarmada. —¿falta mucho?—repitió mirándola.

Anne soltó un suspiro y habló. —cariño, ya llegamos.— Eva la miró con desconcierto en los ojos y se pasó la mano por el cabello cobre.—¿es aquí?— susurró.

—Sí, es aquí. Sé que es difícil para ti adaptarte, pero te aseguro que vas a conocer a gente muy buena. —le dijo con cariño apretándole la rodilla con la vista fija en la carretera.

No podía llorar. No podía. No cuando le había prometido a Ingrid ser  fuerte.

¿Nos volveremos a ver?— le preguntó su mejor amiga al escuchar el pequeño relato de la más pequeña.—Eva, ¿nos volveremos a ver?

Ingrid, no lo sé. Queda a kilómetros de distancia ese pueblo. —le respondió con lágrimas en los ojos —y todo porque mi madre consiguió un nuevo trabajo. ¿Irónico, no? Nos conocimos por eso, y ahora vamos a separarnos por la misma razón. —comentó tristemente.

Ingrid rápidamente la rodeó con los brazos. —No sé qué es, pero algo me dice que vamos a encontrarnos, estoy segura. Nuestros caminos van a coincidir en algún momento. —susurró en su oído la castaña —lo prometo, Eva, lo prometo por nosotras. Lo prometo. —terminó con la voz entrecortada.

La pelirroja la miró y luego las lágrimas empezaron a correr por su cara. ¿Por qué ella? ¿Por qué siempre le tocaba separarse de la gente que amaba?

Ambas lloraron por horas, porque perder a la persona que más quieres es difícil, y por más que te convenzas con que vas a conocer gente nueva, tu corazón no quiere aceptarlo.

Cuando Anne la despertó, el Sol estaba poniéndose. Era hermoso ver el atardecer en la naturaleza, pensó Eva. Quizá no tendría más amigos que su madre, pero de alguna manera valía la pena estar sola si podía ver ese paisaje todos los días.

—Es hermoso, ¿no es así?— comentó Anne al ver cómo su hija miraba el cielo. Eva sonrió y asintió. —quizá otro día podrías pintarlo, me gustaría ver el resultado —le dijo mientras le acariciaba el pelo.

A Eva le encantaba pintar. Sin duda tenía talento. Desde que tenía uso de memoria sabía la pasión que sentía al rellenar el lienzo. Para ella, era un acto delicado y lleno de sentimientos que no todos podían hacer. Obviamente, cualquiera podría pintar un cielo o un autorretrato, pero no todos podrían dejar un pedazo de alma en el papel. No todos podían sentir en el corazón cada parte de lo que hacía con las pinturas y el pincel.

Cuando volteó a ver a su madre, apenas podía saber dónde estaba su ojo y dónde estaba su boca. —¿qué tal si vamos a casa? —sugirió casualmente Eva.

Su madre la tomó de la mano, y eso fue suficiente para saber la respuesta.

...

—Hogar, dulce hogar. —dijo su madre sonriendo con alegría en la puerta del a casa. Eva en cambio, estaba sorprendida. La casa era grande por dentro, y chica por fuera. Se imaginó que todas las casas en ese pueblo eran así de raras.

Tenía una pequeña entrada, y luego estaba el comedor. A la derecha de éste, se encontraba el living y a la izquierda una cocina bastante equipada. Escaleras arriba, habían dos cuartos grandes y un baño. Era una casa simple, sin duda, pero a Eva le transmitía confianza y comodidad. Quizá era porque la casa era totalmente de madera suave.

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⏰ Última actualización: Oct 05, 2019 ⏰

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