Dionisio atravesó el portón profiriendo incoherencias, mientras agitaba con violencia las manos. Los pueblerinos se apartaron, observando a la distancia el extravagante comportamiento.
—Ya está mostrando la locura de su familia —murmuró un anciano, viéndolo perderse entre los árboles.
◇◇◇
—¡Largo, demonio!! —bramó Dionisio enloquecido, golpeándose la espalda contra un árbol.
Esa cosa se negaba a obedecer, aún sentía el tétrico peso.
—¡¡Largo, largo!! —No midió la fuerza infringida, ni tampoco percibió la sangre que empezó a fluir de un costado de su cabeza—. ¡¡Largoooo!!
Soltó un gemido antes de perder el conocimiento.
Otro tipo de oscuridad lo invadió.
—¡Dionisio!, dónde estás, bueno para nada. ¡Te voy a enseñar a no mentirle a tu padre!
—¡¿Qué vas a hacer, Rómulo?! —preguntó la esposa, atemorizada por lo que éste pensaba hacerle a su hijo—. ¡No lo lastimes, por favor! Es solo un niño.
Los gritos iracundos y desesperados hicieron que Dionisio se apretujara más en su escondite, cautivo del miedo.
Se sintió como un insecto a punto de ser aplastado sin piedad.
Las voces se oyeron más cerca del granero. Apretó los ojos y clamó en silencio protección que lo salvara de la furia de su padre.
—¡Dionisio, te estoy llamando! Sal de tu escondite y te prometo que en lugar de cinco latigazos serán dos.
—¡No lo hagas, quédate donde... ! —advirtió a medias la madre. La voz fue acallada por un potente golpe que la dejó fuera de combate.
El quejido amortiguado que emitió su mamá lo hizo abandonar la seguridad del escondrijo.
Craso error.
Un gigante enfurecido apareció frente a él.
—¿Creíste que podrías ocultarte de mí?, ¿qué no iba a enterarme que rompiste el molino?
La mirada enajenada del hombre lo estremeció hasta los huesos. Y antes de que pudiera huir, Rómulo ya lo había agarrado del brazo. Lo fue llevando a rastras a la forja.
Dionisio suplicó desesperadamente, mas el corazón de su padre no se doblegó.
—¡Aprenderás a no mentir nunca más en tu vida! —Tomó de la hoguera un candil de ígneo resplandor con el que marcaban a los animales y lo dirigió a la mano infantil.
El hierro candente provocó que Dionisio lanzara un espeluznante grito agónico.
Abrió los ojos abandonando la ensoñación, pero no el dolor. Éste seguía tan vívido como en sus sueños.
Agarró su mano. Quemaba, la herida aún quemaba.
Lo abrasaba por dentro, incendiando las terminaciones nerviosas.
El inexistente ardor ocasionó que confundiera la realidad.
De pronto, se vio a sí mismo desprendiendo intensas llamaradas, consumiéndose como un trozo de madera seca.
Lanzó alaridos horripilantes al ver su cuerpo carbonizado.
Ya no quedaba nada de humano en él.
—¡¡Haz que pare!! —aúllo a la nada.
La ardiente ilusión desapareció.
Se observó convulso, de pies a cabeza. No se había quemado.
Todo fue producto de ese terrible recuerdo de la niñez.Miró a alrededor, estaba solo.
Casi se permitió sonreír cuando el crujir de unas hojas señalaron lo contrario. El miedo volvió a renacer.
Esa cosa seguía por ahí.
Continuará...
♧Palabras: 499
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Al caer la noche ©
TerrorUn extraño visitante se presenta en la casa de Dionisio, exigiendo algo que solo este puede conseguirle. No dejará de atormentarle la existencia hasta llevarlo a rebasar los límites de la cordura. Por el contrario, Dionisio no sabe si capitular ser...