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El pueblo de la tierra tenía fama de valiente y orgulloso, ¿Qué otra cosa podía esperarse de una nación asentada en la tierra de Val na Vos? Ese ardiente crisol de desierto implacable e insuperables barreras rocosas forjaba hombres de una resistencia que no se daba en otros lugares menos inhóspitos. Palabras como "rendición" y "resignación" no figuraban en el vocabulario del pueblo de la tierra sobre todo entre los enanos.
No es de extrañar, por lo tanto, que no pudieran seguir impasibles ante la idea de que Scion y Novogus prolongasen la guerra en sus tierras por toda la eternidad. El inagotable conflicto había sumido a Val na Vos en el más absoluto caos. La vida se había vuelto tan difícil que la expresión "como dar un paseo por el desierto de Verzar" se había convertido en una expresión corriente para dar a entender que algo era prácticamente imposible.
Los ciudadanos de Val na Vos suplicaron a sus líderes, los diez tiranos, que expulsasen a Novogus y a Scion de sus tierras. Los tiranos, enfrentados a la mayor amenaza que sus dominios habían sufrido nunca, debatieron incansablemente sin llegar a ponerse de acuerdo sobre las medidas que debían adoptar, lo que evidencio el peor defecto de la república: su incapacidad para alcanzar un consenso frente a una grave amenaza.(xdxd)
El pueblo de la tierra era muchas cosas, pero pacientes no eran. La gente, harta de las discordias entre los diez tiranos, empezó a buscar un nuevo líder. La tarea no era fácil; porque, aunque Val na Vos no escaseaban los hombres de armas aguerridos, la idea de enfrentarse al mismo tiempo contra Scion con su castillo de biolito y Novogus con su ejército de no muertos no era un plato de gusto para nadie.
Uno de los clanes comenzó a buscar un candidato entre los suyos, formando a sus jóvenes como guerreros desde su más tierna infancia. Otro se embarcó en la búsqueda de un héroe que habitaba en el interior de las montañas, según afirmaba su anciana sacerdotisa. Y entretanto, la guerra entre Scion y Novogus seguía costándole caro a Val na Vos. Las rutas comerciales habían quedado interrumpidas o devastadas y las consecuencias eran catastróficas. El pueblo de la tierra dependía para su sobrevivencia de los productos que importaba de las naciones vecinas y la interrupción del tráfico rodado suponía una seria amenaza de hambruna. La situación en las aldeas se había vuelto desesperada, lo que había empeorado las relaciones ya de por si difíciles entre los clanes no había hecho más que empezar. Si no se hacía nada, los ejércitos en permanente conflicto de Scion y de Novogus acabarían siendo los únicos habitantes de la nación de la tierra.
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El tiempo parecía retroceder en lugar de avanzar. Una luna azulada colgaba inmóvil del cielo nocturno. En el corazón del desierto de Verzar, los viejos reyes de Val na Vos reposaban en sus respectivas tumbas. En una de ellas la ornamentación era especialmente elaborada: era la cripta del rey Savy.
Hacia el año 326 CS, en una era de la que solo los mitos y los registros más antiguos guardan memoria, el rey Savy era famoso en toda la Terra Firma. El suyo fue el primer reino que abarco tanto el continente septentrional como el continente meridional, ya que estableció la distancia de Val na Vos en Visvar Vaas. Su reinado se prolongó durante cientos de años hasta finalmente, en el 650 CS, Savy resulto víctima de las artes mágicas de Novogus y de su ejército de brujos, y fue derrocado.
Muchos lloraron la pérdida del gran rey. Sus seguidores erigieron una lápida de gigantescas proporciones sobre su sepultura, para que pudiese descansar eternamente a los pies de los dioses. Frente a su tumba se alzó un mausoleo de piedra de Vaasr, la más fina de las piedras metamórficas del mundo. Durante siglos, las flores plantadas por los súbditos de Savy florecieron en abundancia en el mausoleo, convirtiéndolo en un oasis espectacular en una tierra donde la vegetación escaseaba y en un poderoso testimonio de la veneración que las gentes de Val na Vos profesaban por su antiguo señor.
Cuando caía la noche, la piedra de Vaasr difundía un pálido brillo dorado como resultado de la luz solar que había absorbido durante el día, creando un arrebatador espectáculo que inspiraba reverencia en los pocos valientes que osaban aventurarse allí tras la puesta de sol.
Una noche, el resplandor de oro ilumino a un caminante solitario, que se agacho y recogió una flor. Su perfil no dejaba traslucir nada sobre su estado de ánimo, como si una máscara ocultase sus rasgos. Sin embargo, sus ojos reflejaban una profunda pena. Sujeto la flor cuidadosamente entre los dedos, como si fuese consciente de las muchas lágrimas que se habían vertido para regarla, y levanto la vista al cielo estrellado. La responsabilidad de su misión era abrumadora, pero no podía echarse atrás. Cuando el caminante abandono el mausoleo, el pálido rubor de la aurora teñía el horizonte.
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Poco tiempo después, por todo Val na Vos se relataban historias de aquel hombre, cuyo nombre era Sanavaan. Los rumores decían que era descendiente del rey Savy, pero nadie entre la gente de la tierra sabía si era cierto que la estirpe se había perpetrado. Fuese cual fuese su linaje, la llegada de Sanavaan estaba ocasionando un gran revuelo. Surgido de las vastas extensiones desérticas, el hombre viajaba de aldea en aldea, intentando unificar a los belicosos clanes del pueblo de la tierra con enorme convicción e impresionante dominio de la espada cuando las palabras no surtían efecto, si bien es cierto que solo recurría a la violencia in extremis. Pero fuera cual fuese el método empleado, Sanavaan siempre exhortaba a los guerreros con el mismo discurso enardecedor cuando un clan le otorgaba finalmente su confianza:
-¡Orgulloso pueblo de la tierra! La obscena destrucción la nación que amamos ya dura demasiado. ¡Scion y Novogus no son más que un par de sangrientos usurpadores! ¿Que quieren destruirse entre sí? ¡Pues y0 digo que nos unamos y como un solo hombre les ayudemos a acabar su tarea!
Al principio las gentes temían a Sanavaan, pero poco a poco fue creciendo el número de sus seguidores, que le recibían con vítores dondequiera que fuera. Sus palabras se extendieron como una tormenta de arena por el desierto. Cada vez eran más numerosos los clanes que se sumaban a su causa. Muy pronto, las gentes incluso comenzaron a atreverse a "dar un paseo por el Desierto de Verzar" para unirse a eI.
Sanavaan acogía a todos los que deseaban incorporarse a sus filas. Si el recién llegado no tenía experiencia, Sanavaan empujaba su espada y él mismo en persona le enseñaba a luchar. Muy pronto, el dispar puñado de rufianes que habían sido sus seguidores al principio se convirtió en un amplio ejército de hábiles soldados con efectivos suficientes para defender una nación. Había llegado el momento que la gente de la tierra llevaba tanto tiempo esperando. Finalmente, contaban con un líder capaz de inspirar al pueblo y unir a los clanes enfrentados.
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Scion y Novogus no se habían enterado de que Sanavaan amasaba un ejército delante de sus mismísimas narices. Estaban demasiado ocupados intentando hacerse con el control de la Academia de la Sagrada Oscuridad, una institución del Desierto de Verzar donde se formaban los magos de elite. Ambos deseaban hacerse con la Academia y sus cinco casas y ninguno de los dos daba señales de estar dispuesto a ceder. Scion seguía siendo el más poderoso y más vil brujo de la historia, y el rey Novogus había reforzado sus poderes mágicos mediante un pacto con el sepulturero, a quien había comenzado a adorar como si de un dios no muerto se tratase.
Mientras tanto, la guerra empezaba a tener un exceso de protagonistas. Tanto la Academia de la Sagrada Oscuridad como el resto de las naciones del mundo habían llegado a la conclusión de que habían permanecido demasiado tiempo al margen. Un gran número de facciones se habían incorporado ya a la contienda, desde pequeñas bandas montaraces hasta enormes ejércitos nacionales. En el reinante, lo que tramaba la gente de la tierra había pasado fácilmente desapercibido.
Cuando Scion y Novogus se enteraron finalmente de la existencia de Sanavaan, el carismático líder había prácticamente ultimado sus preparativos. Había unido a la inmensa mayoría de las gentes de Val na Vos y a sus aliados y estaba listo para actuar. Con un desparpajo digno de su ancestro el rey Savy, Sanavaan se dirigió a los dos ejércitos invasores:
-La tierra de Val na Vos pertenece a su pueblo -dijo a Scion y a Novogus-. Infames invasores, ¡volved a vuestras guaridas o haremos que toda la furia de los cielos se desplome sobre vuestras cabezas!
Y fue así como se inició en el Desierto de Verzar la guerra a tres bandas entre los ejércitos de Scion, de Novogus y de Sanavaan.