Mío

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— He vuelto — escuchó una puerta cerrarse, seguido de pasos que resonaban por todo el lugar. — Y he traído varios juguetes para divertirnos juntos.

Todo se iluminó de un momento a otro, encandilándole los ojos. Parpadeó varias veces, tratando de acostumbrarse a la repentina luz. Y, a pesar de todos los esfuerzos que invirtió en estabilizar su vista, la cabeza le daba cada vez más vueltas. Todo lucía borroso, como si acabara de despertar de un largo sueño, algo así como una resaca.

— Hey, se supone que ya debes de estar despierta... — Volvió a escuchar la misma voz de hace unos segundos, hablándole cada vez más cerca. Sintió unas palmaditas en su mejilla, haciendo que se espabilara y que su vista mejorara por lo menos un poco, lo necesario para ver con claridad lo que le rodeaba.

Y por un momento deseó haber estado adormecida de nuevo.

La habitación en donde estaba era pequeña, muy pequeña; con paredes grises descompuestas por el moho verdoso y la humedad que las consumía. La única iluminación que había era un foco, una lámpara que colgaba del techo, también de color gris y con abolladuras. Ella parecía estar sentada en uno de los pequeños rincones de la habitación.

Empezó a escandalizarse cuando quiso moverse y no pudo hacerlo; no podía mover sus manos, ni sus piernas, al igual que no podía ni hablar...

— Bien, creo que no tienes idea de en dónde estás o de lo que sucede. Así que recapitulemos... — Levantó la cabeza, buscando de dónde provenía la voz que le hablaba. Con algo de esfuerzo pudo divisar una figura en la oscuridad, unos pasos atrás de la luz que venía de la lámpara. Enfrente de aquella figura había una mesa de madera, que era iluminada por la lámpara que se encontraba justo arriba de ella. Ignoró el hecho de que no supo en qué momento la voz se alejó tanto y empezó a tratar de reconocer aquella voz, que, estaba cien por ciento segura, era de un hombre; aunque no fuera ni tan grave, ni tan aguda, estaba segura de que era una voz masculina. Y de que conocía a su dueño. — Básicamente te acercaste a mi novio... — habló — Tuviste una cita con él, fuiste a su casa, lo besaste... — dio un paso hacia adelante, hablando con una extraña tranquilidad. — E incluso podría suponer que te acostaste con él — el otro paso que dio fue suficiente para que pudiera verle la cara.

No podía creerlo.

Sumado a que no tenía idea de nada de lo que estaba sucediendo, a que ni siquiera sabía dónde estaba, ni cómo llegó ahí, por dentro un sentimiento de confusión la inundó al ver a la persona que tenía a unos metros. Con algo de fuerza intentó mover sus manos, pero no pudo; estaban amarradas con algo atrás de su espalda.

— Y antes de que empecemos a jugar, quiero que tengamos una charla. Para que después no digas que no fui considerado contigo. — Volvieron a resonar unos pasos; se estaba acercando a ella, de nuevo. No tenía el valor suficiente como para levantar la cabeza y verlo. — Ahora, quitaré la mordaza con cuidado y silenciosamente, porque si no... — Alzó la mirada con temor, sus pensamientos no se equivocaban; se encontró con unos ojos de gato viéndola fijamente a los ojos, y con un pequeño cuchillo rozándole la mejilla; estaba jugueteando con él en su rostro. El chico de mirada felina se había agachado hasta estar a su altura; poco a poco y con sorprendente delicadeza fue liberando su boca del trapo que tenía entre los dientes. — Creo que está más que claro que si en este momento se te ocurre la maravillosa y súper útil idea de gritar, le tendrás que decir adiós a tu bella garganta. — El cuchillo que hasta esos instantes estuvo por sus pómulos fue bajando lentamente por su garganta, dejándola sentir el frío filo del metal contra su piel. — Así que, a lo que venimos. Dime qué hacías con mi novio — demandó sin desdén, apuntando el cuchillo directamente a su cuello.

Sentía que la respiración se le recortaba. Las palabras no le salían, simplemente quería echarse a gritar sin parar. Pero sabía que, si lo hacía, correría peligro. Más peligro de al que se enfrentaba ahora. — Jonghyun... — Inevitablemente las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas; el miedo la invadía cada vez más de una terrible manera. Nunca se imaginó que las cosas llegaran a este punto sólo por haber ido a la casa del chico que le gustaba. Nunca se imaginó que nada de esto le pudiera estar pasando a ella. Nunca se imaginó que Kibum le estuviera haciendo esto, cuando ella pensaba que era un chico bondadoso y de buen corazón sin maldad en su interior, alguien digno de admirar...

Mine │JongKeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora