Primer año sin ti.

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Marzo, 2010.

Sonreí a la pantalla, mi novio lucía tan hermoso en ese traje militar, ya no tenía tan largo el cabello oscuro que tanto me gustaba, parecía una tuna. Una cabeza de tuna tierna.

“¿De qué te ríes, bebé?”

Negué, ensanchando la sonrisa sin poder evitarlo; cada vez que hablábamos por videollamada, era inevitable sonreír, me sentía feliz de compartir al menos una hora del día en ver el rostro de mi amado.

“¿No deberías estar durmiendo?”

Aaron asintió, bostezando abiertamente por mas que supiera que a mí no me gustaba que lo hiciera. Eran las dos de la mañana en Iraq, acá simplemente eran las seis de la tarde, la hora para comer donas pero ahí estaba, prendido al computador admirando a mi novio por una pantalla.

“Te extraño, me hace falta tu brazo como almohada para poder dormir bien” Amo a este hombre, por todos los santos. Era el ser más preciado y el más adecuado para mí, hasta mi padre homofóbico lo decía.

“Te amo, bobo.”

Él se sonrojó. Era difícil pensar que una persona así, soldadito con metralladoras y granadas pudiera sonrojarse con los comentarios de un chico mucho menos intimidante.

“Podríamos hacer cositas, mi amor“ insinuó tras haberse recuperado del sonrojo en sus mejillas. Enarqué la ceja, preguntándome si estaba hablando en serio o era puro chamullo, la verdad es que me hacía falta algo sexual para liberar toda la tensión que me ocasionaba el trabajo. “Era broma pero estás rogando por ello, Jude”

Abrí la boca, protestando y cruzándome de brazos, mi novio solo me veía divertido, mordiéndose el labio inferior, realmente estaba tentado pero no iba a ceder tras lo último, era imposible, era algo demasiado vulgar como para hacerlo además de que nos podrían ver sus compañeros y la verdad no me apetecía que nuestra intimidad fuera compartida.

“Terco bebé, tú te lo pierdes.”

“Ve a dormir, mi amor” él asintió, mandando un beso a la cámara, realmente quería que alguien inventara algo para estas situaciones y poder sentir sus labios sobre los míos a través de la distancia, era capaz de invertir mi herencia en tan sólo eso.

“¿Me quieres?” me reí. Era una absurda pregunta y él lo sabía, obvio que lo hacía, era el primer chico del que me había enamorado, la primera persona que me hizo sentir colitis al no poderle hablar con claridad. Lo quería, lo quería de manera inigualable; éramos Aaron y Jude, la pareja más bizarra y romántica del mundo.

Lo conocí de la manera más rara posible.

Ambos estábamos en un vuelo rumbo a Washington, yo le pedí su almohada para dormir, él insinuó que su regazo podría hacer un mejor trabajo y como yo estaba tan agotado, me acosté en su regazo al minuto que lo dijo, me quedé dormido sobre sus piernas, para mí sorpresa eran las más cómodas del mundo, con mucha carnita y músculos para servirle a mi cabecita de descanso. Cuando desperté, él estaba comiendo galletas por lo que le robé la última del paquete y se enojó conmigo, al final, de pago, le tuve que dar mi número de teléfono.

El resto fue una cita en una casa de terror en donde en vez de asustarnos, terminamos liándonos frente un esqueleto de plástico. Lo normal.

“Sí, te quiero de aquí a la Osa Menor. Mi amor se expande de la misma manera en la que el universo observable se expande a mayores velocidades que la luz, te amo mucho” Mi respuesta pareció ser satisfactoria por lo que él asintió y tras ondear su mano en una despedida, la llamada se cortó.


Siete años sin ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora