El cielo lúgubre y sin vida, el viento susurra entre las secas hojas de los árboles me recordaban esos momento, su crujir eran iguales a sus gemidos de dolor, él era la única persona que podía entrar en mi mente y no salir en varias semanas de ahí. Mi pobre melancolía acompañaba la caída de las hojas muertas ¿Por qué? La respuesta no la sé, como muchas cosas. Mis pensamientos no lo abandonan hasta pensando en mí no lo logro ni sumergiéndome en mis propios sentimientos; sus manos pequeñas y heladas, su difícil sonrisa que puede alegrar hasta el día más nostálgico, sus brillantes ojos como chocolates ¿Por qué en mis pensamientos sólo existe su vasto recuerdo? Pero tan solo soy una pobre alma romántica vagando por el vacío.Todo aparece tan claro y a la vez tan nostálgico en mi mente, todo comenzó luego de terminar las clases, la campana sonó, dando aviso al término de la jornada escolar. Yo me encontraba en mi banco, guardando los cuadernos en mi estrecha y colorida mochila con la intención de luego retirarme a entrenamiento de fútbol, pero antes de que pudiese guardar el último cuaderno apareció una figura de altura promedio baja, con los pelos castaños, que usualmente iban ordenados, más desordenado que ovillo de lana, y los ojos destilando odio y frustración, su cara estaba roja (más de lo normal) de enojo hasta las orejas, llevaba su mochila colgando de su espalda y en su mano derecha se encontraba un sobre blanco, aunque en muy mal estado. Se encontraba parado en medio de la doble puerta de madera, esperando que se retirasen todos los alumnos de la sala.
Mientras esperaba a que se fueran las demás personas terminé de guardarlo todo dentro del bolso, hasta que escuche la puerta cerrase, no lo suficientemente fuerte para hacer vibrar las ventanas, pero sí para que resuene dentro de estas cuatro paredes. A penas escuché el sonido levanté la cabeza a ver a mi pequeño chileno y le regalé una sonrisa dulce, pero él hizo caso omiso a mi dulce gesto.
La sala se encontraba vacía, sólo él y yo.
—Che, flaco ¿Qué sucede?—me acerqué lentamente hacia él, pero paré cuando habían dos metros de distancia, él estaba serio, y mucho más de lo que ya es, y eso ya empezaba a dar miedo.
—¿Sabes qué es esto?—alzó con brusquedad el brazo en el cual tenía prisionera a la carta, yo negué haciendo un movimiento de cabeza—Míralo tú mismo—tiró el sobre a mi dirección y yo la atrapé, torpemente, en el aire.
Traté de abrir el sobre con el máximo cuidado posible, tratando de no estropear (aunque ya estaba hecha pedazos) la carta. Este parecía abierto por una bestia, el papel se encontraba arrugado y la parte posterior se encontraba arrancada, casi como un mordisco. Saqué cuidadosamente el contenido del sobre y me encontré con una foto, con una foto mía y del Manuel tomada de los arbustos. La foto fue tomada el viernes pasado, ya que ese día Manuel me pasó a buscar de la fiesta de mis primos. Ése fue el día en que lo besé por primera vez, los múltiples impulsos y las copas que había consumido me empujaron a besarlo. En la foto aparecíamos los dos, besándonos, él me abrazaba con los dos brazos alrededor de mi cuello y yo lo abrazaba por la cintura, apegándolo cada vez más a mí. Uno de los mejores recuerdos con mi flaco, o más bien uno de los mejores momento de mi vida.
—Che, qué buena foto—alcé el brazo el cual tenía la foto, pero no pareció responder.
—No, no es buena, para nada buena—su mirada era seria e inquisitiva, casi igual que los personajes que apareen en las series de televisión—¿Sabes tú quiénes sacaron esta foto?—negué con la cabeza—Sebastián y el otro. Me encontré esa carta hoy en mi casillero junto a una nota que decía que me tenía que alejar de ti sino imprimirían la foto y la pondrían en cada rincón del colegio.
—Pero, flaco—solté una risa forzada mientras aún veía la foto—cómo te crees esas boludeces, ellos...
—No quiero que me vuelvas a hablar—mi cuerpo heló, espasmos recorrían a cada milisegundo en mi sistema nervioso, mi mirada comenzó a desenfocarse y mis piernas comenzaron a perder fuerza, mi cabeza, que aún se encontraba mirando la fotografía, se alzó de golpe. Mi pulso comenzó a descontrolase ¿Por qué? ¿Qué culpa tengo yo de que esos imbéciles estén celosos de mi chileno? ¿Por qué tengo que perderlo para hacer felices a esos pelotudos? No, él no me está cortando. Por un momento una idea iluminó mi cabeza ¿Y si todo esto es una broma con cámara oculta? Mis facciones se aflojaron ante esa idea y suspiré profundamente para relajarme un poco antes de que me dé un paro cardíaco.
—Manuel—le sonreí y me acerqué a él, poniéndole una mano en la mejilla y acariciándola con mi pulgar—deja de juegos, ahora debo ir a entrenamiento así que después hablamos, dulzura—besé su frente para luego mirar a la nada dentro del salón y gritar—¡Y ustedes, imbéciles sin corazón, que ocupan a mi Manuel para sus bromas! ¡Salgan de ahí!—despeiné un poco el pelo de mi chilenito y me di vuelta para recoger mi bolso, pero una mano fría y débil me paró al dar el metro hacia el banco.
—Martín, hablo en serio—soltó el flojo agarre de mi mano—.No quiero verte nunca más.
Podía ver a través del reflejo de sus ojos la angustia transformándose en lágrimas estancadas.
—Manuel, esto es mentira—lo único que expresó mi cuerpo fue una risa forzada.
—No, Martín. Lo siento—vi en cámara lenta como se dio vuelta, a su tembloroso, pequeño, débil e indefenso cuerpo alejarse de mi lado. No quiero perderlo, no quiero, quiero su presencia todas las veces que me sean posible a mi lado, quiero sus comentarios innecesarios, quiero sus retos, quiero sus modismos, quiero sus golpes, quiero sus abrazos y caricias, lo quiero todo de él, y aunque suene muy egoísta, sólo para mí. Por un impulso nervioso, corrí hasta él y lo abracé por los hombros, mientras me daba la espalda. Apoyé mi cabeza encima de la suya oliendo su dulce cabello, relajándome por un cortísimo periodo de tiempo—Martín.
—Dime mentiras que son mentiras, Manuel. Dime que me quieres, aunque sea mentira—él no respondió, ni tampoco se movió, lo único que sentí fueron sus frías manos sobre las mías.
Su cuerpo temblaba.
—Martín, córtala. No hagas esto más difícil de lo que ya es—sentía cada vez como su voz comenzaba a ponerse cada vez más lánguida y taciturna, pero trataba de mantener la postura, tratar de mantenerse fuerte frente a la poderosa angustia, la cual gritaba por salir a la luz.
—Manuel, no arrastres las palabras, aunque eso no me importa...
—Martín, deja de hablar incoherencias. No quiero-
—Dime mentiras bonitas.
—¿Qué?
—Dime que me quieres, aunque no sea verdad, aunque sea la mayor mentira que dirás en tu vida.
—Martín, yo-
—Dime que todo esto es falso, que en realidad tú me quieres—lo abracé con mucha más fuerza de la esperada, dejándolo sin huida alguna, dejándolo habitar en mis bazos—que no me harás falta, y que estarás ahí, en mi dolor y en mi angustia, en la enfermedad y en la tristeza, en el amor y en la felicidad. Sólo soy un romántico, Manuel, un romántico desquiciado por un amor irreal.
—Martín-
—Un amor cae cuales pétalos de rosa en la más fuerte golpiza de viento, me estoy volviendo loco, Manuel...
—¡Martín, cállate un rato y escúchame!—se separó brusco de mí y me miró a los ojos. Su mirada se encontraba colapsada de tormentos las cuales caían como balas en guerra—¡Tal vez no pueda jurarte todo eso! ¡Pero ahora estoy aquí contigo! Contigo... sólo contigo— me acerqué a paso lento mirándolo, él mantenía la cabeza gacha, haciendo que sus lágrimas cayeran directamente al suelo como flechas—ven y abrázame, idiota.