Parte 2 - Propia condena

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—Hey, calma habla despacio... ¿Qué fue lo que sucedió?—dijo mateo anonadado.

Este joven perdía la dignidad a cada segundo, sus ojos no enfocaban correctamente y su cerebro experimentaba un estado de trance. Tembloroso y tambaleándose intenta mantener la postura sosteniéndose como puede en una heladera exhibidora, estaba luchando contra algo imposible. Sin fuerzas ya para batallar, cae desmayado de manera brusca contra el suelo sin decir ninguna otra palabra.

Mateo comenzó a sudar frío y las manos se le estremecían, un incómodo escalofrió recorría por todo su cuerpo. La ansiedad se hizo presente y en el ambiente colapsaba lo tétrico. Por su cabeza no dejaba de rondar aquellas palabras que lo dejaron estupefacto. En un intento por reaccionar levanta sus dos manos y abofetea con fuerza su rostro. — ¿Qué está sucediendo aquí?—indagó desorientado. Es consciente de que la situación era grave. Después dio unos pasos hacia delante acercándose al joven a comprobar su estado, y a chequear su ropa en busca de algo que le proporcionara cualquier pista. En los bolsillos de su pantalón halló una billetera, en él estaba su identificación algo de dinero y una fotografía. Su nombre es Franco Quispe, 16 años, nació en San Fernando y figuraba con mayúsculas que fue adoptado. Eso de alguna manera explicaría el por qué decidió trabajar a una temprana edad. Al terminar de revisar la documentación, no podía creer lo que acababa de ver. —Oh por Dios—dijo. La fotografía que llevaba Franco consigo es un recuerdo familiar desde hace muy poco tiempo, en ella figuraba él y el cajero, justo en la parte trasera de la imagen estaba escrito lo siguiente «Feliz cumple fran espero que la hayas pasado genial en tu día Tkm hermano». Esto fue suficiente para despertar la alarma, ya no se trataba de una simple coincidencia que el cajero se encontrara perdido en una situación así, con un probable homicidio de por medio, esto ya no era una maldita broma. Mateo se dejó de tonterías y salió corriendo hacia afuera, a un costado de la puerta se situaba instalado un teléfono público, en el accionó los 50 centavos que se necesitaba y llamó a la policía.

—Comisaria de la ciudad San Fernando, ¿Cuál es su emergencia?—Le respondió una mujer.

— ¡Hola!... por favor envíen a alguien a la tienda 24hs que se encuentra en la Rivadavia, uno de sus empleados ha desaparecido y otro se encuentra enfermo tendido en el suelo, rápido es urgente.

—Muy bien, un agente se encuentra en camino en este momento... usted aguarde paciente en la escena por favor. —bastante calmada la mujer, no parecía importarle en lo absoluto.

— ¡Perfecto! ¡Muchas gracias! —cuelga el teléfono. Una conversación bastante rápida y eficaz la verdad. En sí esta ciudad es bastante tranquila todos los días del año, no recibe muchos reportes de disturbios o robos. No es común encontrarse con un asesinato a la vuelta de la esquina, es bastante raro a la vez que perturbador para los vecinos. Hasta se podría decir que es un bonito lugar para vivir en familia o ir a vacacionar, alejarse del ruido y la inseguridad de las grandes sociedades modernas.

En el transcurso de unos 15 minutos una patrulla apareció en la entrada del estacionamiento, Mateo que se quedó esperando sentado en la acera, se levanta de un salto y se dirige hacia ellos con los brazos moviéndolos de arriba abajo, señal típica de  ayuda. — ¡Aquí!... ¡Aquí! —gritaba. El auto frenó justo en frente de él iluminando por completo su pequeño cuerpo.

El primer oficial en salir fue el copiloto, que permaneció detrás de su puerta apuntándolo con la linterna encendida. — ¡Quieto! ¡Las manos sobre la cabeza! —procedió el policía. El conductor salió poco después de la misma manera. — ¡Ponte de espaldas y camina lentamente hacia nosotros! —Mateo obedeció inmediatamente las órdenes de los oficiales arrimándose al capó de la patrulla, uno de los agentes sacó la esposa y en la misma posición acude pasivamente a ponérselas. Después Lo llevaron a la parte trasera del auto para interrogarlo. Realmente una acción necesaria para mantener la seguridad, no importa si eres inocente. Parecía una escena sacada de un programa de TV.

Él, ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora