Capitulo 2

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—No puedo hacer eso —se quejó Alyx entre risas, sintiéndose ridícula sin haber repetido las posiciones que Nathan le había mostrado.

—¿Por qué no?

Nathan la miró confuso.

—Porque eres idiota —murmuró Steve, que seguía sentado en la hierba.

Según habían llegado, Steve se había apartado de ellos y había buscado algún lugar cómodo, bajo la protección de la sombra de un sauce y se había sentado, apoyando la espalda en el rugoso tronco.

—¿Te traigo palomitas? —se ofreció Nathan con ojeriza.

—No, gracias, no me gustan.

—¿No te gustan las palomitas?

Alyx se llevó la mano a la boca, ocultando una sonrisa, avergonzada por su repentina pregunta.

—No, ¿qué tiene de malo?

—Nada, nada. Solo que eres un rarito —le provocó Nathan.

—¿Y eso me lo dices tú?

Alyx clavó la espada en la hierba y se apoyó en ella, sujetándose en la empuñadura.

—Chicos, chicos —los interrumpió—. ¿Y si continuamos con esto?

—Una opción razonable —aceptó Nathan feliz.

Hasta que comenzó a anochecer, Alyx soportó las manías y las instrucciones de Nathan que, aunque no se lo hubiese creído si no lo hubiese experimentado, resultaba ser un maestro tan cruel y severo como Alexander. No admitía el mínimo error y la obligaba a repetir un movimiento tantas veces como considerase necesarias. A media tarde, varios de los Cazadores asignados por Alexander para vigilarla y, por el rostro taciturno y sombrío de Steve, para protegerlo a él también, se les unieron al entrenamiento y todos aportaron algunos consejos y tácticas que podría emplear y que le resultarían más fáciles de aprender y utilizar en caso de un ataque.

Alyx ya comenzaba a familiarizarse con esas intromisiones, apareciendo personas como si lo hicieran de la nada y mostrándose afectuosos con ella como si la conociesen de niña y la considerasen de su familia. Alyx se sentía a gusto con ellos y comenzaba a quedarse con los rostros de algunos que ya habían aparecido en el hospital e, incluso, reconoció a la mujer que había ocupado la cama contigua a la suya en el hospital. Descubrió que todos ellos tenían caracteres muy fuertes y cada uno distinto a los otros, como si intentasen diferenciarse de los demás de aquella forma. Liza, la mujer que había sido su compañera en el hospital, se mostraba maternal con todos, tanto si eran diez años mayor que ella, una abuelita de ochenta años o un niño de dos años. Samuel, un chico poco mayor que Nathan y con unas ojeras tan perfiladas y oscuras que le daban un aspecto enfermizo, fumaba constantemente, con desesperación. Cuando terminaba un cigarrillo encendía otro inmediatamente, como si necesitara tener algo en los labios y nicotina en los pulmones para vivir en vez de oxigeno. Desde que lo conocía, Alyx no lo había oído hablar, ni dirigirse a nadie, hasta el punto que Alyx creyó que era mudo.

—¡Así no! —protestó Nathan por undécima vez.

Alyx soltó la espada derrotada y se dejó caer, respirando agitada.

—No puedo más —admitió.

Le dolía tanto el brazo herido que creía que se le había vuelto a dislocar el hombro.

—¡Claro que puedes!

—No...

—Déjala ya, Nathan —intervino Liza, interponiéndose entre los dos—. ¿Pretendes matarla?

Ángeles Caídos (Cazadores 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora