-Dani! Dani! Levántate! Tienes que llevarme a clase jo... he perdido el autobús.
Abrí los ojos despacio y vi a mi hermana mirándome fijamente. El sol me cegaba y la pereza que me daba levantarme no era normal.
-Venga, vaaa- tiró de mi.
-Ya voy Martina, dame un minuto.
Me levanté, me estiré y fui al baño a lavarme la cara. Me miré al espejo y dije en voz alta "hoy va a ser un buen día".
Volví a la habitación y me vestí lo más rápido que pude. Cogí las llaves de casa, las del coche y las del estudio.
-Venga vamos.- Le dije a Martina. Y nos fuimos camino al instituto.
Mi nombre es Daniel. Tengo 28 años y hace poco me mudé con mi hermana pequeña a Madrid. Tuve que hacerme cargo de ella con 18 años, cuando mi padre falleció y mi madre ingresó en un hospital especial por una fuerte depresión que hizo que intentara suicidarse.
Martina tiene 16 años. Está en 4º de la ESO. Tuve que mantenernos a los dos cuando ella tenía 6 años y yo apenas 18. Pero lo cierto es que esa experiencia no fue mala, sino todo lo contrario. Me hizo madurar y aprender lo complicada que puede llegar a ser la vida.
Mi hermana lo es todo para mi. Es la persona que consigue sacarme una sonrisa pase lo que pase. Con los años nuestra relación ha tenido sus altibajos, pero nos queremos más que nada en el mundo. Si os soy sincero, nunca he intentado ocupar el lugar de mi padre en su vida. Nunca he sabido hacerlo tan bien como el.
Mis padres estaban muy unidos. Nos tuvieron muy jóvenes pero eran la pareja perfecta, se querían de verdad y eso les hacía superarlo todo. Cuando mi padre enfermó de cáncer, a mi madre se la veía siempre decaída, llorando por las esquinas. Nada que ver a como cuando él estaba bien, que era la persona que más reía cada día a pesar de todo. Los dos eran los mejores padres del mundo, y Martina y yo los queríamos un montón. Eran de esos padres protectores que cuando te dicen que no a algo, te fastidia, pero entiendes que lo hacen solo por tu bien, por que te quieren.
Mi hermana y mi madre discutían cada día. Eran gritos constantes en casa. Más bien yo creo que eso era por que eran tan, tan iguales que chocaban una vez si y otra también.
Desde que vivimos solos Martina y yo, cada vez echamos más de menos la vida que llevábamos antes. Las comidas con toda la familia los domingos, las vacaciones de verano, cada año a un sitio diferente... Incluso echábamos de menos la bronca de nuestra madre cuando no hacíamos la cama, o las riñas de nuestro padre cuando llegábamos tarde después de salir con amigos. Todo eso eran cosas que nos faltaban y que como os podéis imaginar ya no volveríamos a recuperar.
En cuanto al resto de mi familia, hace tiempo que no se nada de mis tíos ni de mis abuelos. Tampoco de mi prima mayor a la que estaba muy unido. Me supongo que deben de seguir en Cantabria, donde vivíamos todos antes. A veces pienso que separarnos de ellos fue mejor. Por que pudimos aprender a ser independientes y a valernos por nosotros mismos sin ayuda de nuestra familia. Claro que ellos no piensan lo mismo y deben seguir enfadadísimos conmigo por haberme llevado a mi hermana cuando ingresaron a mi madre... Pero bueno, lo pasado, pasado está.
Dejé a mi hermana en el instituto y me fui camino al estudio. El estudio era un pequeño piso, con un salón-cocina, un baño en el que si cabía yo ya era un milagro y una habitación tan solo un par de metros más grande que el baño. La había alquilado para mi pasión, la música. Era un poco cutre (un poco demasiado), pero con la ayuda de mi hermana habíamos logrado dejarlo un sitio bonito, o al menos más bonito de lo que era. Pintamos las paredes de azul cielo y mi hermana le pintó unas nubes blancas por la pared. Yo cumplí uno de mis caprichos y pinté el techo de azul marino casi negro con muchas (muchísimas) estrellas. Aquello hacía que me sintiera protegido. Era mi pequeño escondite. En el pequeño cuarto tenía un colchón y dos silloncitos a los que mi hermana llamaba "puf" y en el salón, lo único que había y lo que ocupaba todo el espacio era mi piano. Mi amado piano. También tenía una guitarra, pero esa la llevaba conmigo la mayor parte de las veces. Para mi, todo aquello era todo un amuleto, sin duda. Algo con lo que yo no podría vivir.