Louis. El día D

11 3 9
                                    


Vamos a su casa para ducharnos y entrar en calor porque hacia las tres vuelve a refrescar. La casa está vacía, porque aquí todo el mundo entra y sale cuando le viene en gana. Coge agua de la nevera, unas galletas saladas y guacamole y lo sigo hacia la planta de arriba. Sigo húmedo y tiritando. La habitación ahora es azul —paredes, techo, suelo— y ha trasladado todos los muebles a una esquina de tal modo que el espacio queda dividido en dos. Hay menos desorden y la pared con las palabras y las notas ya no existe. Con tanto azul me siento como en una piscina, estoy de nuevo en el Blue Hole.

Me ducho yo primero e intento entrar en calor bajo el chorro de agua caliente. Cuando salgo del cuarto de baño, envuelto en una toalla, Harry ha puesto música en un viejo tocadiscos.

A diferencia del baño en el Blue Hole, la ducha de Harry no se prolonga más allá de tres minutos.

Cuando reaparece, dice:

—Nunca me has preguntado qué hacía allá arriba, en aquella cornisa.

Se queda delante de mí, medio desnudo, sincero, dispuesto a explicarme lo que sea, pero, por algún motivo que desconozco, no estoy muy seguro de querer saberlo.

—¿Qué hacías allá arriba, en aquella cornisa? —pregunto en un susurro.

—Lo mismo que tú. Quería ver qué se sentía. Quería imaginarme saltando desde allí. Quería dejar atrás toda la mierda. Pero cuando empecé a imaginármelo, no me gustó. Y entonces te vi a ti.

Me da la mano, tira de mí para que dé la vuelta y me quede delante de él, e iniciamos un movimiento de vaivén, un pequeño balanceo, pero sin apenas movernos, presionados el uno contra el otro, mi corazón latiendo con fuerza porque si echo la cabeza hacia atrás, así, me besará como está haciendo ahora. Noto sus labios alzándose en las comisuras, sonriendo. Abro los ojos en el momento en que él los abre también, y sus ojos verdes, brillan con tanta intensidad. El pelo mojado le cae sobre la frente y entonces apoya la cabeza contra la mía.

—¿Estás bien?

Y entonces me doy cuenta de que la toalla ha caído al suelo y está desnudo.

—Estoy bien.

Acerco la punta de los dedos a su cuello, para notarle el pulso, que está igual que el mío: acelerado y enfebrecido.

—No tenemos por qué hacerlo.

—Lo sé.

Y entonces cierro los ojos, mi toalla cae al suelo y la canción termina. Y sigo oyéndola después, cuando estamos en la cama, bajo las sábanas, y mientras suenan otras canciones.

Broken Soul (L.S)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora