Mathilda: La asesina perfecta

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Se celebra en grande las elecciones para el siguiente gobernador de Nueva York, la gente va a las urnas, hace su voto libre. 

Las personas van y vienen felices, pues todos sabían quién sería el ganador. Al menos así lo pensaba Jason Kellogg, el aspirante del partido republicano.

-¡Cariño! ¿Porque esa cara?- Decía el hombre gordo, calvo y viejo de 60 años a su esposa joven, de al menos 30 años, lo decía enfrente de los compañeros políticos de campaña de forma simpática

-Estoy cansada Jason, necesito dormir un poco

-¡¿Dormir?! ¡¿En las elecciones?! ¡No tenemos tiempo para eso!- El hombre tomó las dos manos de su mujer. La dama que era de piel blanca, cabello cobrizo y ojos verdes se estaba desesperando de la actitud de su esposo. Odiaba que la prensa estuviera justo afuera de su casa, parecían zombies, esperando tomar una fotografía -¡Venga! ¡Vayamos con la prensa y hablemos!

-Estoy cansada- Se levantó la mujer -Me iré a mi habitación- Sintió una presión en su mano izquierda, la que no veían los compañeros políticos, la que no veía la prensa, la parte que nadie veía entre ellos dos 

-Amor, sólo hoy y te prometo que serás libre ¿Esta bien?- Una sonrisa se dibujo en la cara de ese hombre, una sonrisa que ella conocía, que sabía que si no haría las cosas como el pedía, habrían consecuencias.

-Kellogg, déjala ir a su cuarto- Llegó Frederic, uno de los compañeros del candidato -De cualquier forma los resultados serán hasta casi la media noche

-Bueno, te dejaré libre unos momentos ¡Pero regresarás en la tarde!- Dijo el hombre desesperado. La mujer subió las escaleras de su casa, llegó a su habitación y empezó a llorar

¿Es que siempre tendrá que tener esa sensación de encierro? ¿Siempre se sentirá acorralada ante ese hombre? 

-Maldito seas padre- Se decía con rabia, mientras secaba sus lagrimas. Pronto se quitó el vestido rojo que tenía puesto y los tacones negros, se puso unos jeans con una blusa gris de botones y converse blancos, se recogió su cabello y se puso unos lentes oscuros. Una de las sirvientas de su mansión se había vuelto su cómplice para salir de su hogar cuando su esposo se encontraba distraído u ocupado. El jardinero también lo era, la acompañaba a la calle para conseguir un taxi. 

La mujer llegó a un restaurante estilo italiano. Entró al lugar y se sentó en una mesa, estaba esperando a cierta persona en especial.

-¿Necesita ayuda?- Se acercó a ella una mujer, tenía el cabello negro, de largo a los hombros, delgada, alta, con ojos color castaño claro. La señora Kellogg encontró a quien buscaba

-Sí... necesito su ayuda...- La chica se sentó enfrente de Kellogg, la miró fijamente

-Tengo condiciones

-¿Que tipo de condiciones?

-Ni mujeres ni niños

-No es una mujer ni un niño, es mi esposo- Se acercó un mesero a pedirles la orden a ambas mujeres, la Sra. Kellogg no pidió nada, la misteriosa mujer pidió un vaso de leche

-¿Jason Kellogg?

-Sí...- Volvió el mismo mesero con un vaso de leche para Mathilda, el mesero entró a cocina, dejando a ambas solas.

-¿Por que razón?- La Sra. Kellogg se quitó sus lentes, sacó de su bolsillo un paquete de toallitas desmaquillantes, empezó a pasar una de esas toallas por toda su cara, miró de enfrente a Mathilda, tenía ambos ojos moreteados, enseguida, como el restaurante se encontraba vacío, se quitó la blusa y mostró los diferentes golpes alrededor de su cuerpo. 

"Mathilda"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora