Dieciocho

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- ¡¡Una ambulancia!! ¡¡Por favor!! Un médico, ¡joder!

Gritaba yo totalmente desesperada, mientras el sacerdote y los músicos, solamente nos miraban, sin saber muy bien qué hacer.
Elettra se estaba desangrando en mis brazos, el día de nuestra boda. Veía como el vestido blanco adquiría, cada vez más, el color rojizo sangre, su cara estaba cada vez más pálida, sus manos estaban cada vez más frías... Sentía que se estaba yendo y, junto a ella, me iba yo también.

- ¡Llame a una ambulancia, por favor! –Le grité al sacerdote.

- Estamos muy alejados del hospital, hija. La ambulancia tardaría horas en llegar.

- ¿Sabe conducir? –Ni si quiera dejé que respondiera- Tome, vamos –Dije, lanzándole las llaves de mi coche.

Cogí a Elettra en brazos como pude y, junto al cura, me dispuse a llevarla al coche. No iba a permitir que se muriera, no en mis brazos, no el día de nuestra boda, no después de todo lo que habíamos pasado.

Él se colocó en la parte delantera del vehículo, al volante. Yo la recosté en los sillones traseros, con su cabeza apoyada en mis muslos, sin dejar de presionarle la herida para detener lo máximo posible el sangrado.

- ¿A cuánto está el hospital más cercano? –Le pregunté.

- Bastante lejos.

- Pues ya puede darse prisa, ¿me escuchó? ¡Acelere!

- Daniela

Mi piel se erizó al escucharla llamarme casi sin voz y con los ojos entre abiertos.

- Mi amor, mi amor -Dije, llevando mi mano libre a su cara, más que emocionada, sin poder evitar que las lágrimas salieran de mis ojos- Tranquila, te vas a poner bien.

- Escúchame.

- No, no hables, por favor. ¿Por qué no lo dijiste antes de la boda? ¿Por qué no avisaste?

- Porque no podía detener la boda, necesitaba que lo hiciéramos, necesitaba casarme contigo. Ahora estamos juntas, per sempre.

Escucharla pronunciar aquellas palabras, esforzándose al máximo en cada letra, erizó cada centímetro de mi piel y rompió mi alma en miles y miles de pedacitos.

- No te vas a morir, ¿me escuchaste? No digas tonterías.

- Alexandra

- ¡No, Elettra! –Grité, con rabia, con desespero.

Ambas, con los ojos llenos de lágrimas, nos mantuvimos unos segundos en silencio, mirándonos, hasta que sus ojos se apagaron y, sin más, se cerraron.

- ¿Cariño? –La llamé, tocando suavemente su cara, pero sin obtener respuesta- Tienes que quedarte conmigo, Eli. ¿Me oyes? Quédate conmigo. ¡Acelere joder!

Media hora más tarde y a toda velocidad por la autopista, Elettra continuaba sin despertarse y mi terror no hacía más que aumentar. Llamé a Tonino, al comisario, a la comandante, a todos y cada uno de mis compañeros... pero las señales de todos los teléfonos estaban apagados, aún seguían en el avión.

- Vamos, mi amor... tienes que ser fuerte, aguanta, por favor

- 3 kilómetros –Informó el sacerdote.

- ¡Vamos!

El tiempo que estuve en ese coche fueron los minutos más largos de toda mi vida. Recé, lloré, le supliqué a Dios o a cualquier ser superior, si es que había, que la salvaran.

Blumettra | LímiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora