El Sendero

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(Mientras lees, puedes reproducir esta canción para ambientar, o incluso otra canción que te ponga triste cuando la escuches)

Le dolían los tobillos. El viaje y la larga distancia recorrida a pie lo habían dejado exhausto. Desde que nació y meses después dio sus primeros pasos, no había hecho más que avanzar. Aquel hombre estaba a punto de llegar al final de su viaje.
Apoyó sus manos, arrugadas y llenas de heridas, en las rocas de la empinada ladera* y continuó escalando. Subir le estaba costando mucho, pero tenía que hacerlo. Con ayuda de sus débiles piernas, consiguió por fin llegar a la cumbre. Se incorporó, lentamente, y contempló el paisaje que se alzaba bajo sus pies. Normalmente, ese tipo de panoramas te dejan sin aliento de lo bellos que pueden llegar a ser, a su manera … Pero sin duda, este no era el caso. Las lágrimas comenzaron a correr por el rostro fruncido del anciano, tembloroso y hundido. Observó todo lo que una vez traspasó, y aquellas rutas que dejó atrás. Nada le cuadraba. Miró arriba. El cielo estaba cubierto de negruzcas nubes, que no dejaban ver ni un tenue rayo de luz. Volvió a posar su mirada, todavía más nostálgica, en los parajes pintados de gris. Se acordó de las sendas encharcadas, y de todas las veces que se calló en el barro, pero pudo levantarse y seguir adelante. Y lo hizo solo. A lo lejos, divisó aquel frondoso bosque plagados de hiedras venenosas que cruzó hace ya muchos años… Sintió otra vez, como si lo estuviese viviendo en ese mismo momento, cómo las pintiagudas espinas le perforaban los pies, y cómo las ramas se aferraban a sus piernas y no le soltaban, como si de manos se tratase. Salió de la espesa arboleda con múltiples arañazos en sus brazos, sus piernas y su torso. Lo consiguió, solo. El viejo hombre se acarició las cicatrices de los brazos, a la vez que recordaba su doloroso recorrido. Siguió buscando con la mirada sitios que le evocasen buenos sentimientos, felicidad, calor… No los encontró. No había. El hombre aulló de dolor, al ver el número de decisiones en las que había errado. Nunca encontró ni amor, ni emoción en su longevo viaje… Se dio cuenta de todas las oportunidades que había dejado pasar, sólo para ir por otros lugares y tomar otros senderos más fáciles, más egoístas… Recordó los días en los que se encontró en frente de inmensos campos arados, o dotados de hermosas flores o curiosos animales… A él le pareció demasiado largo, y no quiso ver el enorme esfuerzo de la gente puesto en las llanuras sembradas, o pararse a oler el perfume de las flores… Caminó por otras rutas, vías que parecían más rápidas. Apartado de todo: solo. Lo único que encontró fueron grandes obstáculos que pasar, sendas pedregosas, y desiertos asfixiantes a los que tuvo que enfrentar en la más amarga soledad. Las lágrimas no cesaban, se iba dando cuenta poco a poco de todas las cosas bonitas que se había perdido. Y todo, ¿para qué? Ya era demasiado tarde para enmendar esos actos. Se dio cuenta de, que si sólo se hubiese parado a fijarse en las pequeñas cosas, y a disfrutar de lo que había a su alrededor en vez de rehusarse… El paisaje sería totalmente diferente. Estaría soleado, y las llanuras serían verdes, amarillas y de todos los colores. Él hubiera tenido una persona a la que entregarle su cariño, y estaría feliz al final de su tránsito. Pero no, todo era gris y triste. El anciano se quedó de pie, tieso. Esperando a que se acabasen sus dolorosos y últimos minutos de vida. Esperando a convertirse en polvo. Solo. Esperando a que, de una vez por todas, cesase ese terrible dolor de tobillos.

*Pendiente de una montaña o elevación del terreno por cualquiera de sus lados.

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