Carta estúpidamente romántica de un loco desenamorado.

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Y recuerdo perfectamente aquel momento: ahí estaba ella, con su hermoso cabello color castaño como las almendras de esas que vienen en bolsitas amarillas en los supermercados; con sus hermosos ojos color café claro, como aquellos envases de leche chocolatada que producía una marca de leche para niños; y con su hermosa piel, suave y blanca, como los copos de nieve que caen en los días más blancos de las nevadas más heladas de mi país. Y luego yo: un triste chico mal vestido que únicamente consta de dos lápices HB y tres colores, amarillo, rojo y verde para ser exacto; solo y exclusivamente para copiar todas las clases en un cuaderno forrado con papel de esos con los que envuelven el pan dulce, como ese pan dulce que hace mi vecina a las 3 de la tarde, que hasta en la colonia se siente todo el aroma. No tenía nada más que dar, que aportar, algo interesante y nada más. Algo en mi surgió para poder hablarle: y es que estábamos solos, completamente solos, en el salón de clases cuando todo el grado salió para la clase de educación física y nosotros también debimos: yo que no encontraba mi botella con agua y ella que parecía buscar algo importante, algo crucial, como si se le hubiesen perdido setenta y cinco dólares para pagar la colegiatura que sus padres todos los meses la mandan a pagar. Solos en ese cuarto lleno de pupitres y cuadernos y bolsones y estuches y letras en la pizarra verde bañada en polvo de tiza vieja; donde apenas entraba la luz del sol por dos ventanas que venía exclusivamente del reflejo a una pared de cemento, en la que pegaba la luz del sol. Temblando de la cabeza y sudando de las piernas estaba yo, solo con ella. Parece ser la única oportunidad en la que me podría acercar y decirle algo estúpidamente simple. Hola, me llamo Amadeus, siempre te he visto hablar con tus amigos en el recreo, y siempre quise hablarte, pero nunca me atreví a decirte hola, y es que me gustas, quisiera oler esa almendra color a pelo, esas bebidas chocolatadas color ojos, y esos copos color nieve de esos días blancos... No... creo que no era el momento para decírselo... Ella se estaba... ¡SE ESTABA MARCHANDO! Con todas las fuerzas del mundo tuve el valor de hablarle justo antes de que saliera. - Hola, me llamo Amadeus, ¿te acompaño? ¿Necesitas ayuda en buscar algo de tu bolsón? Si quieres lo buscamos juntos...-. A lo que ella contestó con una respuesta que no me esperaba. Estaba buscando la carta que le había entregado el novio y escondido en la mochila, para que la encontrara cuando buscase su botella de agua... y cuando tales pablaras salieron de su boca sentí como cada yacimiento de ilusión que había construido desde el primer día en que la vi se desmoronaba. Las almendras de hermoso color café habían perdido su color natural y característico, la leche chocolatada producida por una empresa que produce para niños ya se había vencido, los copos de nieve de las nevadas tan blancas empezaban a derretirse: al igual que mi corazón, como si este se quebrará en los 47 pedazos de días que estuve esperando para este momento, sintiendo cada segundo 3 o 4 de los pedazos que se cortaban y herían alrededor y causaban una hemorragia de dolor interna, en donde parecía que formó heridas que nunca curarían, y en donde lo único que pudiese remediarlo sería nada. Y nunca más estaremos solos, porque no pasa todos los días. Conté en ese momento como el indicado para expresártelo todo. No sabía que más podía hacer, más aún cuando debí decirte lo que sentía por ti, sin importar si te gustaba o no otro chico, porque ahora, 7 años después ya es demasiado tarde. Y pensar que actualmente estas en el mismo grado y sección, sin novio, cuando yo pude haberlo sido si tan solo me hubiese propuesto en preguntarte desde un principio si al menos querías conocerme. Pero parece que varios años después no nos han afectado: veo tu cara y noto una cierta indiferencia, respiro profundo y me conformo con la triste realidad de mi pena: que nunca pude haberte preguntado.

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