Capítulo 1

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El timbre sonó, y las aulas comenzaron a llenarse de pesarosos alumnos con pocas ganas de comenzar la jornada de clases y exámenes. El bullicio se consolidaba una vez encontraban sus pupitres y decidían dejar la cháchara con sus compañeros y echar un vistazo hacia la pizarra. donde el profesor pertinente esperaba y observaba con cara de consternación cómo sus alumnos se negaban a comenzar la clase.Un día más en la monótona vida del formador. 

Mi cabeza descansaba sobre el pupitre, mis ojos deambulaban perdidos en el cielo y la mano toqueteando la ventana. Di por sentado que la clase había comenzado cuando las conversaciones bajaron de tono y la voz del profesor se hizo un par de tonos más sonora.

Un choque me hizo levantar la cabeza de sopetón, alguien había movido mi pupitre colocando el suyo junto al mío. Pero, ¿quién? Llevaban años sin molestarme, sin acercarse a mi. ¿Iba a romperse hoy nuestro pequeño pacto?

Fijé mis ojos en la persona que se cernía sobre mi, una seriedad imponente en aquel rostro inmaculado. La muchacha me observaba fríamente y los ojos de los demás alumnos miraban furtivamente la escena asombrados y con una curiosidad infinita.

- Soy nueva, necesito sentarme al lado de alguien para poder ver el libro hasta que reciba mi ejemplar - su voz era igual de fría que su expresión y el tono cortante y pesaroso.

No se la veía feliz teniendo que tratar con alguien.

Miré a mi alrededor, los demás miraban con cara de profundo desprecio a la muchcha así que finalmente asentí con la cabeza, poniendo el libro en medio. Hizo su asiento hacia atrás, su voluptuosidad hacía que la silla pareciera muy pequeña, no debería de ser muy cómodo para alguien de medidas tan grandes. Un grito ahogado fluyó por todo el aula pero el profesor volvió a exigir toda la atención.

La clase pasó tan lenta y hastiosa como todas. Cuando terminó la muchacha me observó. Sus ojos eran negros, tan negros como el ala de un cuervo, tan profundos como el alma del diablo.

- Yo soy Leia, Leia Grey - me tendió una mano regordeta, adornada con muchos anillos y unas uñas largas y negras.

Miré su mano y acto seguido a ella, mi mirada era impasible. Ella mantuvo unos instantes más la mano en alto, pero se rindió.

- Gracias por dejarme sentarme a tu lado. Pregunté a otra gente de clase, no es que fuera a molestarte expresamente a ti...  giraron la cabeza y se apartaron de mi- soltó una risita nerviosa - Muy amigables todos. P'tak. *Del Klingon: Insulto devastador para un guerrero, se refiere a un individuo débil que no tiene el fuego guerrero en su interior. Es el equivalente a "Inútil", "Incompetente", "Basura", y en algunas acepciones más brutales "Sore*e"*

Aquello me sorprendió y no pude evitar sonreír. Rápidamente tapé mi boca, odiaba que mis expresiones me delataran.

- ¡Eh, pero si también sabes sonreír! Tienes una sonrisa muy bonita - la dureza de su expresión fue disipándose - Me alegra encontrar a alguien a quien también le gusten las buenas sagas. ¿Me dirás ahora tu nombre? *Se refiere a la saga de Star Trek, que es donde aparece el idioma Klingon"

La esperanza nublaba ahora sus ojos y mi desconcierto y nerviosismo provocaron malas reacciones en mi cuerpo; mi rodillas temblaban y mis manos se rascaban la una a la otra. No podía hacerlo. Me levanté e hice un gesto de disculpa con la cabeza antes de desaparecer por la puerta del aula mientras oía las quejas de Leia al otro extremo.

Salí del centro casi corriendo, tropezando con la nada. Ningún docente me diría nada, todos me conocían y conocían la explicación a mis conductas anómalas.

Me dirigí al bosque, un lugar en el que la tranquilidad era la emperatriz, en el que los humanos no se solían adentrar. Era un bosque espeso, que rodeaba la mayor parte del pequeño pueblo, construido con mimo en la cuenca de una montaña a pocos kilómetros de la ciudad más cercana, pero no por ello muy conocido ni buscado en los mapas. Elegí uno de mis troncos preferidos y comencé a trepar. Trepé hasta una de las mejores ramas, ancha y fuerte para poder tumbarse y disfrutar de lo que la naturaleza ofrecía.

Abrí mi ejemplar de Frankenstein, de la aclamada escritora Mery Shelley y me dispuse a devorarlo por quincuagésima vez. En algún momento debí de dormirme porque llegó un momento en el que el libro descansaba sobre mi estómago y la luz había empezado a desaparecer. Noté algo, algo que no estaba ahí la última vez. Una mirada. Una mirada que me observaba desde algún lugar del bosque.

- Vaya sitios te buscas para leer - Leia descansada en la rama contigua a la que yo había elegido.

Mis ojos se abrieron al máximo y por poco no caigo de unos cuatro metros de altura. Con la boca abierta de par en par empecé a balbucear.

- Entonces... ¿es cierto? ¿No sabes hablar? - me miró con preocupación.

Torcí el gesto y gruñí. A lo que ella respondió con un gruñido más salvaje, pero divertido y no enfadado.

- ¿Y bien?

- ¿Cómo diablos has llegado hasta aquí arriba?

¿Y tú? - me señaló a la defensiva.

- No es lo mismo, no es posible que tu hayas subido sola hasta aquí...

- Claro, por que estoy gorda. - lo dijo con una tranquilidad espeluznante - Las chicas gordas no son capaces de correr medio kilómetro sin ahogarse, no son capaces de nadar sin hundirse y mucho menos trepar sin romper el tronco por la mitad.

- ¡Yo no he dicho eso! Es... es que nadie del pueblo suele venir por aquí, dudo que sepan trepar una simple baya de metal.

Rió amargamente, como si no me creyera del todo.

- A mi también me gusta Mery Shelley, su monstruo es la criatura más hermosa que un ser humano haya podido crear.

- Es ficción. - dije para ocultar mi agrado, intentando ser un poco desagradable.

- No lo es, Mery Shelley creó al que denominaron monstruo, al igual que creó al doctor... ¿entiendes? La hacedora de mundos. Como tantos otros autores. ¿Qué otro autores te gustan?

Dudé unos instantes antes de responder.

- Bram Stoker...

- ¡Drácula! Fantástico.

- Anne Rice - Crónicas Vampíricas, mejor que mejor...

- Oscar Wilde...

- El retrato de Dorian Gray, una obra maestrta... ¿sabes? Tienes muy buen gusto. Todos aquellos grandes artistas, Byron, Poe, Goethe... todos olvidados por el paso tiempo. Pero no del todo, no mientras queden personas como tú o como yo.

Se acercó peligrosamente a mi. Llevaba un vestido precioso, hecho de una fina tela de color negro, con un apretado corpiño en la zona del abdomen que hacía que sus pechos fueran aún más evidentes. Su pelo caía sobre sus hombros en una cascada oscura de tirabuzones decorados de algún que otro mechón morado y adorado con flores y hojas otoñales. Sus labios carnosos pintados de negro contrastaban con una palidez extrema y se había dibujado una bella mariposa en una de las sienes. Su cercanía me permitía oler su suave aroma a rosas frescas.

Sentí la necesidad de aspirar su aroma, de emborracharme con aquel olor, con aquellos oscuros ojos y ese amor a la lectura. Pero no, no podía. Tragué saliva y aparté la mirada. Comencé mi descenso del árbol con gran maestría, haciendo piruetas como un orangután antes de aterrizar sobre mis botas de batalla. Miré hacia arriba.

- Llámame J. - le grité a su sombra que me miraba desde las alturas.

Cuando empecé a alejarme ella me llamó:

- ¡Eh, J! - me volví al tiempo que un libro me golpeaba la cara. - Te lo presto.

- ¿The Sandman? - lo mire con extrañeza, era un cómic, jamás había tenido en mis manos un cómic. - ¿Neil Gaiman?

Miré hacia el árbol, pero Leia ya no estaba allí.

Abrí la primera hoja del cómic y una nota calló al suelo.

"En la biblioteca de este pueblo no tienen ni una sola novela actual, ni cómics, ni mangas... te voy a hacer la prueba para ver si tu gusto literario es válido, y en el caso de que lo sea, me ocuparé de instruirte en el arte moderno"

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⏰ Last updated: Jul 28, 2017 ⏰

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