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Comenzaron a llamarla Cuatrojos cuando cumplió ocho años.  Todo empezó cuando notaron que escribía en su cuaderno cualquier disparate, pero nunca aquello que estaba escrito en la pizarra. Al ser interrogada, Cuatrojos le dijo a su madre que desde su carpeta no veía bien,  y como sentía vergüenza de acercarse al pizarrón a cada rato, había solucionado el problema a su manera.  Y era sierto: su mamá verificó que las sumas y restas en el cuaderno de la niña estaban bien hechas, lo único malo es que no eran las sumas y restas que había escrito la maestra en la pizarra.

Aquel incidente hizo que la madre recordara varios episodios en los que había tenido la impresión que, en la calle,  la niña reconocía con dificultad a las personas de la acera contraria. Por eso la llevó al médico del pueblo, que la derivó a un colega en el pueblo vecino, quien ordenó que su caso de debía tratarse en una ciudad más grande donde hubiera un especialista en ojos y en niños. Vale decir que, en aquel tiempo, no era muy común que los niños usaran anteojos. Las gafas eran patrimonio exclusivo de las personas mayores, de los abuelitos. Sin embargo, al regresar del viaje de la Ciudad Grande, donde no se podía ver las estrellas por la noche por tanta iluminación, la niña usaba anteojos descomunales que resbalaban constantemente por su diminuta nariz, con vidrios de casi medio centímetro de espesor que hacían ver sus ojos incluso más pequeños de los que ya eran.

Al verla, su hermano mayor, hábil como era para inventar apodos, decidió ponerle un sobrenombre.

-Cuatrojos –Le dijo–, desde hoy te diremos Cuatrojos –y lanzó una risota a la que se unió la hermana de ambos, la mayor de los tres.

La niña se encogió de hombros y se retiró discretamente. No le dio importancia a su nuevo mote, porque estaba contenta de ver mejor que antes, aunque la cabeza le dolia un poco por la parte de atrás.

Pero en la escuela fue peor que en su casa. Cuando la niña apareció con gafas resplandecientes, sus compañeros primero dudaro en acercarse; pero, luego de la primera impresión, uno de ellos murmuró: "Parece que tiene cuatro ojos". Desde entonces, empezaron a burlarse de ella en todo momento. La trataban como bicho raro y feo, excluyendola de todos los juegos y tratandole de quitar los lentes con la intención explicita de esconderlos o, incluso, destruirlos.  Era difícil entender y aceptar a alguien tan diferente a ellos.

Al principio, Cuatrojos consideró contarles a sus padres como se sentía,  pero desechó la idea al recordar que cada vez que les decía que sus hermanos la fastidiaban, no hacían nada.

-Ya, ya,  no molesten a su hermana –decía la mamá.

A sus profesores tampoco parecía importarles el asunto. Tal vez, no se percataban del sufrimiento de la niña.  Pero, después de un tiempo soportando las burlas de sus compañeros de clase y las de sus propios hermanos, se acostumbró a su nueva vida. Los dolores de cabeza cesaron y tambien la sensación de que el suelo estaba demasiado lejos de sus ojos. Por los demás, incluso parecía que a ella misma se le había olvidado su nombre de pila y solo hacía caso cuando la llamaban por su ridículo sobrenombre.

CuatrojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora