10• Juntos

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Se supone que es el adulto en ese lugar.

Debería decir algo. Cualquier cosa para detener a los jóvenes desastrosos y alcoholizados. Decir algo ingenioso.

Pero no lo hace. Otabek piensa que poco impacto podría producir las palabras morales que un profesor de educación física diga si está desnudo de la cintura para arriba y con más cervezas arriba que la mayoría de todos los chicos revoltosos del lugar.

Y aún si lo intentara, nadie lo tomaría enserio. Siquiera lo escucharían. Mejor ahorrar saliva, ocupar la boca en algo más productivo —como vaciar otra cerveza— y disfrutar las vistas.

Después de la borrachera de dónde su sobrina y joven amigo debieron ir a buscarlo y arrastrar su trasero fuera del bar, no volvió a tomar gota de alcohol hasta ahora. Pero están de celebración y a nadie le importa.

Su sobrina, su amigo y la chica que aman por fin se graduaron.

El numerito de la entrega de papeles, abrazos y algarabía donde todos se comportaron como los estudiantes modelos e incluso algunas chicas lloraron, se rompe ahora.

Una pequeña celebración nocturna en la playa organizada por Sara y Yuuko. Alcohol, descontrol y bikinis. Si, mejor quedarse callado.

—Lleva alrededor de una hora viéndole el trasero a Mila Babicheva, profesor.

Otabek sonríe, pero piensa girar para encarar a su rubio amigo y negar algo de lo que obviamente está haciendo y no piensa interrumpir.

— ¿Cuánto tiempo llevas tú sin verle los pechos a Yuuri?

—Diez minutos.

Las chicas juegan alegremente en las olas que acarician la arena de la playa, no queriendo ir más allá pero disfrutando del agua. Así como los bienaventurados agradecemos las vistas.

—Te ves tranquilo, Beka. —Dice Yuri, golpeando con el puño el hombro del mayor —Muy tranquilo para un hombre que en unos días irá a despedir al aeropuerto a su novia y su sobrina.

— ¿Disfrutas recordarme eso cada hora? —Altin frunce el ceño y se relaja cuando Mila voltea a verlo mostrándole en la distancia una pequeña estrella de mar.

—No realmente, quiero saber si ya tomaste una decisión.

—Aún no lo sé. —Miente.

Cuando las vacaciones de invierno terminaron, con la cabeza fría y sus pensamientos ordenados, citó a Babicheva a su oficina.

Ella llegó orgullosa y con la frente en alto, tan bella con el cabello rojo y rizado rozando sus delgados hombros y el uniforme pulcramente colocado en su lugar.

— ¿Me mandó a llamar, profesor Altin? —En otras circunstancias, esa forma de llamarlo lo habría puesto duro, pero la voz sensual con la que ella solía decirlo no estaba. Incluso había sonado muy fría y distante.

No deseando que las cosas terminaran como la última vez ahora que decidió ser sincero, Otabek tomó una gran bocanada de aire y le pidió que tomara asiento.

—Quería pedirte disculpas, Mila. —Mejor decirlo desde el comienzo, porque las palabras parecían querer ahogarlo y ya no soportaba la presión.

—No hay nada por lo que deba disculparse, profesor. —Obviamente ella no le pondría las cosas sencillas. Refugiándose en la distancia que ese título le otorgaba.

—Estas molesta y lo comprendo. No llegaremos a nada si no quieres escucharme ahora. —Otabek quiere terminar con eso pronto, o comenzarlo, mejor dicho —Pero debes saber eso precisamente; yo quiero que lleguemos a alguna parte.

El vendedor de sueños y la ilusa que los compra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora